Qué quieres que te diga mocé, ahora que el dramón ha pasado del planteamiento y estamos en medio del nudo, bueno será que antes de empezar a desenredarlo e iniciar el desenlace, se haya introducido el oportuno entremés, que no es, aunque lo parezca un manjar entre dos platos, aunque también; sobre todo en la ciudad donde los condes fueron reyes, sino más bien pantomima. Vamos, colocarse el mundo por montera y contar un chiste verde a tu propia sombra en medio de una tragedia pues, hubo un tiempo, en que esta mojiganga era tan habitual, que los bobos, simples o maliciosos eran víctimas propicias de ser representados en el, tanto si eran alguaciles, siervos de gente de pro o alcaldes rurales.
Sin embargo, en oposición a la malicia del pobre soldado que birlaba para comer, siempre estaba el sacristán, que con más dineros y posicionado, era mejor aceptado por el mujerío del enclave donde se desarrollaba la acción.
Y llegamos al hidalgo, fanfarroneando de opulencia y arrastrando la gazuza con sus ropajes deshilachados. Víctima al fin, de un concepto en decadencia de tan glorioso pasado, acuñando la frase de sostenella y no enmedalla y que tanto hizo reír por esos mundos de dioses. Detrás, llegaba el mesonero seguido de los venteros de peor catadura y más torcidas intenciones y a la zaga de ambos, el marido, cartujo, celoso o calzonazos, envuelto siempre en las enaguas de su consorte y el último en enterarse.
De raigambre antigua, el ciego o coplero, recitando aquello que mejor viene al caso y en brega constante contra los de su condición en disputa del puesto de más negocio.
Pero ya no me alargo y es que entiendo, que nunca está de más una col fresca entre tanta berza. Así que acabo diciendo lo que un tal Villadrando:
Y entre los pasos de veras
mezclados otros de risa
que, porque iban entre medias
de la farsa, los llamaron
entremeses de comedia.
Salud.
Después de la data:
Para mis íntimos, Robespierre, Vizcaíno, Pepiño, El Laurens, El Bailón de Medio Lao, Plausómetro, J. P. C, y, en general, para quienes no estén estreñidos, padezcan de granditis o mal semejante y sobre todo, a los irónicos de toda condición siempre que no incurran, en el nefando pecado de la socarronería u otras artes bárbaras o estén inmersos en los todavía no remotos tiempos de la pedantería prepotente.
Sin embargo, en oposición a la malicia del pobre soldado que birlaba para comer, siempre estaba el sacristán, que con más dineros y posicionado, era mejor aceptado por el mujerío del enclave donde se desarrollaba la acción.
Y llegamos al hidalgo, fanfarroneando de opulencia y arrastrando la gazuza con sus ropajes deshilachados. Víctima al fin, de un concepto en decadencia de tan glorioso pasado, acuñando la frase de sostenella y no enmedalla y que tanto hizo reír por esos mundos de dioses. Detrás, llegaba el mesonero seguido de los venteros de peor catadura y más torcidas intenciones y a la zaga de ambos, el marido, cartujo, celoso o calzonazos, envuelto siempre en las enaguas de su consorte y el último en enterarse.
De raigambre antigua, el ciego o coplero, recitando aquello que mejor viene al caso y en brega constante contra los de su condición en disputa del puesto de más negocio.
Pero ya no me alargo y es que entiendo, que nunca está de más una col fresca entre tanta berza. Así que acabo diciendo lo que un tal Villadrando:
Y entre los pasos de veras
mezclados otros de risa
que, porque iban entre medias
de la farsa, los llamaron
entremeses de comedia.
Salud.
Después de la data:
Para mis íntimos, Robespierre, Vizcaíno, Pepiño, El Laurens, El Bailón de Medio Lao, Plausómetro, J. P. C, y, en general, para quienes no estén estreñidos, padezcan de granditis o mal semejante y sobre todo, a los irónicos de toda condición siempre que no incurran, en el nefando pecado de la socarronería u otras artes bárbaras o estén inmersos en los todavía no remotos tiempos de la pedantería prepotente.