Mira que eres pesado Fede, ¿y si no estas donde dicen? ¿Y si te trasplantaron y ahora te hallas en la fría Castilla? Mira que si resulta que le estás recitando tus incomparables versos a la estirpe de los Austria mientras hacen una barbacoa con una parrilla al revés. Bueno, como tantos otros, lo que pasa es que tú, eres un símbolo, y un poeta tan grande que dejas en nada a las copas de los pinos y a las construcciones más envidiables.
Guía si puedes desde donde quiera que estés a ese juez estrella. ¡Mira!, ya ves, otro vástago nacido a la sombra de la Alhambra. ¿Te das cuenta? Tan joven, fértil, tan grande, y tuvieron la osadía de mandarte al otro barrio en la gélida madrugada. Qué poco sabían ni saben, que incluso en el almendral sin almendros donde hicieron una cruz tan grande para honrar perpetuamente a los que no sobrevivieron en mitad del descalabro, al enfriarse sus luceros llegaría el sol radiante a calentar a unas almas deseosas de saber donde se hallaban sus padres, sus abuelos, sus hermanos o aquel muchachito que un día le llevó flores y le cantó una canción haciéndose acompañar del son del bandoleon. No, no es para beatificarlos a todos de una tacada, no, es para que se cierre esa herida tan grande que hace ya tanto tiempo que sangra. Y fíjate bien recia moza, muchos habrá, que los lleven al camposanto y, en la lápida de su nicho, en vez de herramientas, pongan una cruz de palo. Otros no, naturalmente.
De todas maneras, no te desanimes, sigue la búsqueda por entre los entresijos de la ignota memoria, sin prisas, pero sin descansos innecesarios, pues la mayoría no quiere que se repita el pasado y, que sus hijos o nietos engrosen las legiones de tantos santos inocentes como los que fueron metódicamente represaliados en unos días no tan lejanos.
Esta semana, reunión en Zugarramurdi de duendines apátridas, descarriados o expulsados de su hábitat natural por culpa de la sinrazón de cuatro monos amaestrados y algún que otro robot metálico. Ya ves, en territorio comanche, para que durante el ferragosto, cuando llegue la verbena veas a los pavos reales exhibiendo sus plumajes y no se te revuelvan las tripas.
Salud.
Guía si puedes desde donde quiera que estés a ese juez estrella. ¡Mira!, ya ves, otro vástago nacido a la sombra de la Alhambra. ¿Te das cuenta? Tan joven, fértil, tan grande, y tuvieron la osadía de mandarte al otro barrio en la gélida madrugada. Qué poco sabían ni saben, que incluso en el almendral sin almendros donde hicieron una cruz tan grande para honrar perpetuamente a los que no sobrevivieron en mitad del descalabro, al enfriarse sus luceros llegaría el sol radiante a calentar a unas almas deseosas de saber donde se hallaban sus padres, sus abuelos, sus hermanos o aquel muchachito que un día le llevó flores y le cantó una canción haciéndose acompañar del son del bandoleon. No, no es para beatificarlos a todos de una tacada, no, es para que se cierre esa herida tan grande que hace ya tanto tiempo que sangra. Y fíjate bien recia moza, muchos habrá, que los lleven al camposanto y, en la lápida de su nicho, en vez de herramientas, pongan una cruz de palo. Otros no, naturalmente.
De todas maneras, no te desanimes, sigue la búsqueda por entre los entresijos de la ignota memoria, sin prisas, pero sin descansos innecesarios, pues la mayoría no quiere que se repita el pasado y, que sus hijos o nietos engrosen las legiones de tantos santos inocentes como los que fueron metódicamente represaliados en unos días no tan lejanos.
Esta semana, reunión en Zugarramurdi de duendines apátridas, descarriados o expulsados de su hábitat natural por culpa de la sinrazón de cuatro monos amaestrados y algún que otro robot metálico. Ya ves, en territorio comanche, para que durante el ferragosto, cuando llegue la verbena veas a los pavos reales exhibiendo sus plumajes y no se te revuelvan las tripas.
Salud.