Mocita, el que va de muertos y no bebe vino, el suyo viene de camino.
En algunas comarcas, con el muerto o la muerta de cuerpo presente o después del entierro, era costumbre que los hombres fuesen a la taberna a beber unos vinos. Incluso durante el velatorio, los deudos obsequiaban a quienes permanecían a su lado con anises y dulces y, en el transcurso, incluso se contaban chistes.
Ahora no hay muertos en las casas, ni siquiera enfermos, estos están en los hospitales y los otros en los tanatorios. Todo tiene su sitio. Hoy la muerte es tabú, ni siquiera se lleva a los jóvenes a los entierros para que no se traumaticen. Se tiende a ignorar el más trascendental e irrefutable hecho de la existencia humana, como si no fuera el único incuestionable.
En la antigüedad, muchas culturas ya tenían establecido un tiempo de espera como indicador de los cambios estacionales y, uno de ellos era la fiesta de Todos los Santos, que marcaba el final del buen tiempo.
El día de todos los Santos,
guarda el abanico
y saca los guantes.
Ahora se inicia la estación oscura, la naturaleza se aletarga y cae en la muerte aparente que es el invierno.
Este año, a pesar del tan cacareado cambio climático, en el mundo mediterráneo, la naturaleza va acorde con los conocimientos que la gente tiene guardado en su subconsciente y no se aparta ni un milímetro del guión.
Los celtas, celebraban la entrada del año nuevo el 31 de octubre con diversos festejos, que incluían la fiesta de los muertos, tradición que después heredaron sus sucesores los sajones y la cambiaron por All Hallow Even o víspera de todo los sagrado, y que es el antecedente de la noche de Haloween.
Los griegos decían que entre el uno y el dos de noviembre, Hades, el invisible, el dios del inframundo, permitía a los muertos el ascenso del reino de las tinieblas para manifestarse ante sus descendientes y hablar con ellos por medio de ruidos.
Entre nosotros, se visitan los cementerios, se adornan con flores las tumbas e incluso se habla con los muertos en la creencia (consciente o no) de que sus almas vuelven a este mundo desde el mediodía del uno de noviembre hasta el mediodía del dos y, las luces de lamparillas, mariposas, velas, son las señales que les muestran el camino hasta su casa, donde permanecerán este día.
Fue el abad de Cluny san Odilon, quien en 998, instauró el dos de noviembre como festividad de Todos los Fieles Difuntos, en la orden Benedictina y, en el siglo XIV, Roma lo aceptó y lo extendió a toda su esfera de influencia, dedicándose estos días a recordar y honrar la memoria de nuestros ancestros fallecidos, yendo encaminados todos los ritos religiosos de estos días, a garantizar su inmortalidad.
Salud.
En algunas comarcas, con el muerto o la muerta de cuerpo presente o después del entierro, era costumbre que los hombres fuesen a la taberna a beber unos vinos. Incluso durante el velatorio, los deudos obsequiaban a quienes permanecían a su lado con anises y dulces y, en el transcurso, incluso se contaban chistes.
Ahora no hay muertos en las casas, ni siquiera enfermos, estos están en los hospitales y los otros en los tanatorios. Todo tiene su sitio. Hoy la muerte es tabú, ni siquiera se lleva a los jóvenes a los entierros para que no se traumaticen. Se tiende a ignorar el más trascendental e irrefutable hecho de la existencia humana, como si no fuera el único incuestionable.
En la antigüedad, muchas culturas ya tenían establecido un tiempo de espera como indicador de los cambios estacionales y, uno de ellos era la fiesta de Todos los Santos, que marcaba el final del buen tiempo.
El día de todos los Santos,
guarda el abanico
y saca los guantes.
Ahora se inicia la estación oscura, la naturaleza se aletarga y cae en la muerte aparente que es el invierno.
Este año, a pesar del tan cacareado cambio climático, en el mundo mediterráneo, la naturaleza va acorde con los conocimientos que la gente tiene guardado en su subconsciente y no se aparta ni un milímetro del guión.
Los celtas, celebraban la entrada del año nuevo el 31 de octubre con diversos festejos, que incluían la fiesta de los muertos, tradición que después heredaron sus sucesores los sajones y la cambiaron por All Hallow Even o víspera de todo los sagrado, y que es el antecedente de la noche de Haloween.
Los griegos decían que entre el uno y el dos de noviembre, Hades, el invisible, el dios del inframundo, permitía a los muertos el ascenso del reino de las tinieblas para manifestarse ante sus descendientes y hablar con ellos por medio de ruidos.
Entre nosotros, se visitan los cementerios, se adornan con flores las tumbas e incluso se habla con los muertos en la creencia (consciente o no) de que sus almas vuelven a este mundo desde el mediodía del uno de noviembre hasta el mediodía del dos y, las luces de lamparillas, mariposas, velas, son las señales que les muestran el camino hasta su casa, donde permanecerán este día.
Fue el abad de Cluny san Odilon, quien en 998, instauró el dos de noviembre como festividad de Todos los Fieles Difuntos, en la orden Benedictina y, en el siglo XIV, Roma lo aceptó y lo extendió a toda su esfera de influencia, dedicándose estos días a recordar y honrar la memoria de nuestros ancestros fallecidos, yendo encaminados todos los ritos religiosos de estos días, a garantizar su inmortalidad.
Salud.