Será.
El caso es que está pidiendo a gritos que la adecenten un poquito, pero nadie le hace ni puñetero caso. Algunos, cuando se enteraron que llevaba rosas rojas en su melena y en su canastilla,
es que le entraron ganas hasta de apearla de su pedestal para colocar en su lugar una estatua hecha de leña de cualquier alcornoque viejo. Si no lo hicieron. Es porque tenían muy cerca ese espacio de libertad al que llaman Casa del Pueblo. No como cuando la degollaron, que era un granero.
Pero hombre Ramón, ¿cómo iba a contestarte si me llamaste de día y con sol y, a esa horas, en mi cubil sólo se oye algún que otro taconeo de quienes frecuentan el piso de arriba? Si lo hubieses hecho de media noche en adelante, o cuando apunta el lucero del alba, otro gallo habría cantando pues, los duendes como los mochuelos, casi siempre velamos cuando está dormido el músculo y la avaricia trabajando.
Compréndelo, en la Casa Consistorial no hay dinero para tan superfluo despilfarro en ornatos monumentales y menos, para arreglar el canalón por donde llega el agua a sus caños. Ya sabes, hay que pagar las mensualidades de ediles y otros funcionarios y la ubre de la vaca no da leche para tantos.
Así y todo, habrás observado lo limpito que está todo, hasta el de san Fernando, y a los columpios
también le han sacado brillo a las múltiples aristas de sus oxidadas chapas por, si algún chiquillo, le da por hacerse un tajo. Del jardín francés ni te hablo. Esplendoroso oye, da gusto mirarlo.
De todas maneras, seguro que queda dinerillo guardado en algún calcetín, para que cuando llegue el buen tiempo, hacer un viajecito de placer a la capital de los romanos y conocer de paso a los paisanos de Mauricio, si queda todavía alguno por aquellos pagos.
De todas formas, me alegra un montón que a esas horas, tan intempestivas para mi, os pudieseis reunir tres o cuatro gatos y un intruso, para entre trago y trago, hacer acopio de copas y parlotear con cierta enjundia del presente y del pasado. Lástima no haber despertado de mi estado de letargo.
Bienvenido seas de nuevo a esta fuente, que es tu casa, después de haberte impregnado de los olores y sabores que se perciben deambulado por las veredas y caminos inmediatos al Monte.
Salud.
El caso es que está pidiendo a gritos que la adecenten un poquito, pero nadie le hace ni puñetero caso. Algunos, cuando se enteraron que llevaba rosas rojas en su melena y en su canastilla,
es que le entraron ganas hasta de apearla de su pedestal para colocar en su lugar una estatua hecha de leña de cualquier alcornoque viejo. Si no lo hicieron. Es porque tenían muy cerca ese espacio de libertad al que llaman Casa del Pueblo. No como cuando la degollaron, que era un granero.
Pero hombre Ramón, ¿cómo iba a contestarte si me llamaste de día y con sol y, a esa horas, en mi cubil sólo se oye algún que otro taconeo de quienes frecuentan el piso de arriba? Si lo hubieses hecho de media noche en adelante, o cuando apunta el lucero del alba, otro gallo habría cantando pues, los duendes como los mochuelos, casi siempre velamos cuando está dormido el músculo y la avaricia trabajando.
Compréndelo, en la Casa Consistorial no hay dinero para tan superfluo despilfarro en ornatos monumentales y menos, para arreglar el canalón por donde llega el agua a sus caños. Ya sabes, hay que pagar las mensualidades de ediles y otros funcionarios y la ubre de la vaca no da leche para tantos.
Así y todo, habrás observado lo limpito que está todo, hasta el de san Fernando, y a los columpios
también le han sacado brillo a las múltiples aristas de sus oxidadas chapas por, si algún chiquillo, le da por hacerse un tajo. Del jardín francés ni te hablo. Esplendoroso oye, da gusto mirarlo.
De todas maneras, seguro que queda dinerillo guardado en algún calcetín, para que cuando llegue el buen tiempo, hacer un viajecito de placer a la capital de los romanos y conocer de paso a los paisanos de Mauricio, si queda todavía alguno por aquellos pagos.
De todas formas, me alegra un montón que a esas horas, tan intempestivas para mi, os pudieseis reunir tres o cuatro gatos y un intruso, para entre trago y trago, hacer acopio de copas y parlotear con cierta enjundia del presente y del pasado. Lástima no haber despertado de mi estado de letargo.
Bienvenido seas de nuevo a esta fuente, que es tu casa, después de haberte impregnado de los olores y sabores que se perciben deambulado por las veredas y caminos inmediatos al Monte.
Salud.