Por estos andurriales moza, creemos saber que los pájaros y el dinero no entienden de fronteras, ni de el color del pellejo, ni de credos. Tanto unos como el otro se mueven al compás del sol que más calienta. Las Europas han entrado en recesión y, como es natural, quienes pagaran los platos rotos, como siempre, serán los de siempre, hablen en la lengua que hablen, sean nacionalista de gran recorrido o sólo de melonar. La pasta gansa siempre se comporta con una falta de elegancia tan grosera, que le importa un carajo el folclore, los sentimientos, el idioma o la latitud o longitud del sitio donde se halle.
En esta aldea global en la que se ha convertido el planeta Tierra, da lo mismo que se trate de pimientos, de libras escocesas o de dólares yanquis. No entiende de civilizaciones, ni de campesinos atados al campo ni de jubilados o mileuristas. ¡Qué hay de lo mio! O de lo nuestro, ese es el tema y el lema válido, intocable, inamovible. A sido así siempre, aunque lógicamente, se reviste la cosa con una capa refulgente, que para mi, está hecha con vaselina, para que entre mejor.
El enemigo común, la avaricia, estaba y sigue estando dentro de nosotros, bueno, de los cárnicos, que lo alimentan hasta que lo convierten en un monstruo de muchas, muchas cabezas.
Trinca la guita y juye, después ya veremos. Pero en el camino van a quedar muchos cadáveres, más que en el Congo, Irak, Palestina o Afganistan.
En su Olimpo brillante, reunidos en cónclave, los dioses y diosecillos dicen que van a refundar no sé bien qué sistema, pero me temo mocita, que todo acabará como el rosario de la madrugada y el dorado becerro seguirá su marcha como si no hubiese pasado nada, alimentado con más fuerza por los despojos que vayan quedando en el camino. Para empezar, los de siempre ya le están donando generosamente sus bienes a aquellos que los han conducidos con su zafiedad habitual, a la situación en la que se encuentran, mientras, se aprietan los cinturones y ajo y agua, a patalear.
Y yo, con mi gorro de colorines y mis cascabeles, dando saltitos por entre las piedras del regato Chicaspiernas y tú, ahí, aguantando tu vela en tu fuente seca.
Salud.
En esta aldea global en la que se ha convertido el planeta Tierra, da lo mismo que se trate de pimientos, de libras escocesas o de dólares yanquis. No entiende de civilizaciones, ni de campesinos atados al campo ni de jubilados o mileuristas. ¡Qué hay de lo mio! O de lo nuestro, ese es el tema y el lema válido, intocable, inamovible. A sido así siempre, aunque lógicamente, se reviste la cosa con una capa refulgente, que para mi, está hecha con vaselina, para que entre mejor.
El enemigo común, la avaricia, estaba y sigue estando dentro de nosotros, bueno, de los cárnicos, que lo alimentan hasta que lo convierten en un monstruo de muchas, muchas cabezas.
Trinca la guita y juye, después ya veremos. Pero en el camino van a quedar muchos cadáveres, más que en el Congo, Irak, Palestina o Afganistan.
En su Olimpo brillante, reunidos en cónclave, los dioses y diosecillos dicen que van a refundar no sé bien qué sistema, pero me temo mocita, que todo acabará como el rosario de la madrugada y el dorado becerro seguirá su marcha como si no hubiese pasado nada, alimentado con más fuerza por los despojos que vayan quedando en el camino. Para empezar, los de siempre ya le están donando generosamente sus bienes a aquellos que los han conducidos con su zafiedad habitual, a la situación en la que se encuentran, mientras, se aprietan los cinturones y ajo y agua, a patalear.
Y yo, con mi gorro de colorines y mis cascabeles, dando saltitos por entre las piedras del regato Chicaspiernas y tú, ahí, aguantando tu vela en tu fuente seca.
Salud.