Que los pinchos de los higos
se claven en tu disco duro
y te jodan tu ordenador.
Tú moza serás testigo,
las colocaré otra vez,
si puedo claro,
porque puede que la mano negra
me haga pasar por su aro.
Pero hoy, no te quería hablar de figos ni de figueras, ni de chumbos ni de chumberas, ni de caracoles ni de otros coleópteros, hoy, tras echarle una ojeada a la
España de sonaja y pandereta,
amante de Frascuelo y de María
y un pueblo infeliz con alma quieta,
quisiera comentar contigo algunos de lo once principios de un ministro alemán que fue nombrado heredero de un tal Adolf, a la sazón campeón de campeones en la Europa aquella, dueño de vidas y haciendas, guía espiritual y espejo donde se miraron tantísima gente. Y aún se siguen mirando algunos desde sus respectivo cotos privados.
Y digo algunos principios sólo, porque todos es demasiada tela marinera hinchada por los vientos del levante.
A saber:
Una mentira integral, repetida miles de veces, se convierte en una verdad indiscutible.
Échale la culpa de todos los males que haya en tu país o coto, a tu contrincante político, a los más jóvenes o a los funcionarios.
Si te pillan en un renuncio o con las manos en la masa, di que ellos, los demás, hacen lo mismo e incluso peor. (repetir miles de veces)
Si ves que alguien te hace sombra o tiene más liderazgo que tu en tu propio coto, no vaciles en abrazarlo con efusión y grandes muestras de cariño pero, en cuanto se de la vuelta, clávale tu daga en sus riñones sin conmiseración hasta que fenezca.
No vaciles nunca al decir que tú, no sólo haces las cosas mejor que nadie, sino que eres la única tabla donde agarrarse, que tienen tus congéneres si quieren salvarse de unos peligros que, previamente tu, has creado, al efecto de poder salvarlos después. (Casi nunca falla, y menos en época de vacas flacas. Ha Adolf y a otros antes y después que él, les ha ido de cojón de pato siempre).
Procura siempre que los demás, no puedan hacer llegar su voz a nadie, Si es preciso, borra todo cuanto escriba o diga y, si se te escapa alguno, trátalo con total desprecio y échale encima toda la mierda que puedas, quedando siempre muy claro, que tu eres el único que sabe cómo resolver lo que sea.
Otro día sigo, mocita.
Salud.
se claven en tu disco duro
y te jodan tu ordenador.
Tú moza serás testigo,
las colocaré otra vez,
si puedo claro,
porque puede que la mano negra
me haga pasar por su aro.
Pero hoy, no te quería hablar de figos ni de figueras, ni de chumbos ni de chumberas, ni de caracoles ni de otros coleópteros, hoy, tras echarle una ojeada a la
España de sonaja y pandereta,
amante de Frascuelo y de María
y un pueblo infeliz con alma quieta,
quisiera comentar contigo algunos de lo once principios de un ministro alemán que fue nombrado heredero de un tal Adolf, a la sazón campeón de campeones en la Europa aquella, dueño de vidas y haciendas, guía espiritual y espejo donde se miraron tantísima gente. Y aún se siguen mirando algunos desde sus respectivo cotos privados.
Y digo algunos principios sólo, porque todos es demasiada tela marinera hinchada por los vientos del levante.
A saber:
Una mentira integral, repetida miles de veces, se convierte en una verdad indiscutible.
Échale la culpa de todos los males que haya en tu país o coto, a tu contrincante político, a los más jóvenes o a los funcionarios.
Si te pillan en un renuncio o con las manos en la masa, di que ellos, los demás, hacen lo mismo e incluso peor. (repetir miles de veces)
Si ves que alguien te hace sombra o tiene más liderazgo que tu en tu propio coto, no vaciles en abrazarlo con efusión y grandes muestras de cariño pero, en cuanto se de la vuelta, clávale tu daga en sus riñones sin conmiseración hasta que fenezca.
No vaciles nunca al decir que tú, no sólo haces las cosas mejor que nadie, sino que eres la única tabla donde agarrarse, que tienen tus congéneres si quieren salvarse de unos peligros que, previamente tu, has creado, al efecto de poder salvarlos después. (Casi nunca falla, y menos en época de vacas flacas. Ha Adolf y a otros antes y después que él, les ha ido de cojón de pato siempre).
Procura siempre que los demás, no puedan hacer llegar su voz a nadie, Si es preciso, borra todo cuanto escriba o diga y, si se te escapa alguno, trátalo con total desprecio y échale encima toda la mierda que puedas, quedando siempre muy claro, que tu eres el único que sabe cómo resolver lo que sea.
Otro día sigo, mocita.
Salud.