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ALMENDRAL: Sí, lean, jovencitas en edad de merecer, lean jóvenes...

Sí, lean, jovencitas en edad de merecer, lean jóvenes mancebos, señoras y señores lean, que eso es muy bueno para la salud psicofísica. No pierdan inútilmente el tiempo oyendo el canto de los córvidos. No se distraigan mirando cómo exhibe su plumaje la maloliente abubilla. No entretengan su mirada mirando, como miran las corujas desde el nicho del alto muro donde han puesto su nido. No sean mochuelos, mucha pluma y poco seso. Lean, se lo ruego. Colóquense para siempre en su desnuda anatomía, ese vestido florido con el obsequiaron los dioses a todos los desposeídos. No se miren en los distorsionados espejuelos que les ponen cual señuelo, esas sombras tan oscuras que a los largo de los siglos lastraron el despegar del amargoso almendral. Dejen de ser almendrucos y tróquense en sencillas almendras dulces, que ya es hora de renacer.

Hoy, mocita, hoy empieza un ciclo nuevo. Hoy, celebramos de nuevo el nacimiento de la luz que desvanecerá la oscuridad. Esa luz que es para todos, esa, que poco a poco hará que las ratas negras de siempre, se replieguen al cobijo de sus apestosas alcantarillas.

Tiempo Perdido. Almendral 1936—1939, ¡cuántos años ya! Que título tan premonitorio tiene ese libro que cuenta los hechos ocurridos en tu solar, y las andanzas de los verdugos y los sufrimientos de las víctimas y de sus descendientes.

Qué lastre tan grande arrastras Almendral. Siempre volaste a ras de suelo, pero ahora más pues, compartes con dos o tres más como tu, la infinita deshonra de haber eliminado de este mundo a gran parte de tus hijos y haber hecho que huyera otra mitad.
Que tu Dios te perdone, yo no puedo perdonar tanta mezquindad. Pero si inoculas en tus nuevos brotes aquella enfermedad, que te castigue el Gran Cabrón donde quiera que te escondas y sea cual sea el disfraz que adoptes en esta ocasión.
Salud.