ALMORCHÓN
En Almorchón parece que cuelgue un cartel con la palabra acracia.
Después de un sendero que linda con el pueblecito de Cabeza del Buey con charcas y ovejas que pastan. Llegas a un pequeño paraíso donde no hay más reloj que el propio cielo.
A un lado, una baja cordillera donde en una de sus cuevas se hallan pinturas rupestres.
Al otro lado, la estación de tren y bastas extensiones de terreno planas, plagadas de cebada y trigo con pequeñas casas y caminos de cabras.
En Almorchón muchas casas están abandoonadas pero todas tienen su hueco para la naturaleza.
Árboles: Madroños, moreras, higueras, olivos…Plantas: Lavanda, romero, hierbabuena, rosas y margaritas.
Pequeños huertos de unos pocos que perduran todo el año y unos cuantos que acuden en épocas vacacionales o cuando se marcha el frío.
Puedes leer bajo un árbol escuchando algún cuclillo y otras aves e insectos.
Parece que el tiempo se para y te da tiempo a todo.
La puerta de casa está siempre abierta y la comida sabe a gloria aunque solo sea un huevo con un pisto.
Con un vasito de vino de pitarra te place la siesta.
Y cuando duermes, duermes y descansas aunque el colchón tenga más de 10 años.
Los niños juegan sin peligro por sus calles y el panadero te trae el pan a la puerta así como dulces de verdad.
Te olvidas que existe la televisión y la radio, tan solo las vistas merecen especial atención.
Con poca ropa te basta, no te hace falta nada, nada te falta, todo está ahí cuanto necesitas.
Ni microhondas, ni lavavajillas, ni lavadora. Da gusto limpiar la ropa a mano en una placa de madera.
Te da la sensación de vivir en la época de tu abuela.
Luego bajas y tiendes la ropa al sol y el aire que resopla con fragancia a campo, a naturaleza en estado puro, te arropa.
En Almorchón todo es agradable, todo es sencillo y aunque en el pueblo a penas haya nadie parece que está lleno de cosas por explorar.
En Almorchón parece que cuelgue un cartel con la palabra acracia.
Después de un sendero que linda con el pueblecito de Cabeza del Buey con charcas y ovejas que pastan. Llegas a un pequeño paraíso donde no hay más reloj que el propio cielo.
A un lado, una baja cordillera donde en una de sus cuevas se hallan pinturas rupestres.
Al otro lado, la estación de tren y bastas extensiones de terreno planas, plagadas de cebada y trigo con pequeñas casas y caminos de cabras.
En Almorchón muchas casas están abandoonadas pero todas tienen su hueco para la naturaleza.
Árboles: Madroños, moreras, higueras, olivos…Plantas: Lavanda, romero, hierbabuena, rosas y margaritas.
Pequeños huertos de unos pocos que perduran todo el año y unos cuantos que acuden en épocas vacacionales o cuando se marcha el frío.
Puedes leer bajo un árbol escuchando algún cuclillo y otras aves e insectos.
Parece que el tiempo se para y te da tiempo a todo.
La puerta de casa está siempre abierta y la comida sabe a gloria aunque solo sea un huevo con un pisto.
Con un vasito de vino de pitarra te place la siesta.
Y cuando duermes, duermes y descansas aunque el colchón tenga más de 10 años.
Los niños juegan sin peligro por sus calles y el panadero te trae el pan a la puerta así como dulces de verdad.
Te olvidas que existe la televisión y la radio, tan solo las vistas merecen especial atención.
Con poca ropa te basta, no te hace falta nada, nada te falta, todo está ahí cuanto necesitas.
Ni microhondas, ni lavavajillas, ni lavadora. Da gusto limpiar la ropa a mano en una placa de madera.
Te da la sensación de vivir en la época de tu abuela.
Luego bajas y tiendes la ropa al sol y el aire que resopla con fragancia a campo, a naturaleza en estado puro, te arropa.
En Almorchón todo es agradable, todo es sencillo y aunque en el pueblo a penas haya nadie parece que está lleno de cosas por explorar.