Todo lo que gira en torno a la muerte de Don Diego Calderón se vió, desde el principio, envuelto en una atmósfera de tragedia innecesaria que, aún hoy, resulta difícil de comprender. ¿A quién hizo daño Don Diego?. Puedo responder, con la verdad de mi parte, que absolutamente a nadie. Más bochornoso resulta todavía el asunto si tenemos en cuenta que, algunos de los que lo delataron, e incluso de los que fueron a buscarlo ese fatídico dia, habían sido pacientes suyos a los que, seguramente, no cobró ofreciéndoles a cambio (como era norma en él) toda su profesionalidad, su ciencia y su buen saber hacer. Tengamos también en cuenta que, en La Codosera, hubo quien se ofreció voluntario para formar parte de los pelotones de fusilamiento, cobrando cinco pesetas por cada "jornada de trabajo". Lo peor de todo es que, a ninguno de ellos les hubiera hecho falta ese dinero para seguir viviendo pues no eran precisamente pobres de solemnidad. Ya todos han fallecido y, por lo tanto, no seré yo quien dé sus nombres (tanta gloria tengan como paz dejan). El último de esos "voluntarios" que yo conocía falleció hace ya varios años.
El trato hacia el bueno de Don Diego fue verdaderamente denigrante. El día antes de que fueran a por él, un familiar suyo le avisó de lo que se le venía encima. Le mandó una nota en la que le advertía y puso a su disposición un caballo para que pudiese huir. él, en su tranquilidad de conciencia y su convencimiento de que nada había de temer, pues nada malo había hecho, no sólo no huyó sino que puso en la fachada de su casa una cruz roja para que todos supiesen donde vivía el médico por si alguien precisaba de sus servicios. A cambio de esta entrega voluntariosa y humanitaria, quienes fueron a por él no le profesaron en ningún momento el más mínimo respeto. Entraron en su casa y, tal y como estaba (en pijama) se lo llevaron, sin permitirle ni tan siquiera despedirse de sus seres queridos y ante la mirada, desesperada e incomprensiva ante tan descabellada situación, de una niña de nueve años (su hija Kety).
Si existiera un Cielo especial para los médicos, podeis tener seguro que Don Diego tendría en él un palco de los más distinguidos, aunque seguramente él nunca apareciese por allí pues, seguramente, preferiría estar junto a sus enfermos más necesitados o lo dejaría vacío para, en su habitual modestia, dejar que otras personas lo ocupasen.
¡GLORIA Y HONOR A DON DIEGO CALDERóN!, médico de La Codosera en tiempos difíciles. Medialuna.
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