Los pobres obviamente no tenemos casi nada de dinero, pero llegada la hora de divertirnos solemos sustituirlo por imaginación. Allá por los años cincuenta casi nadie tenía un chavo, pero la gente común se las valía para celebrar una boda que, cuando menos, duraba tres días: Confesión, boda y tornaboda. Un día antes de la confesión, alguien (normalmente el padrino) compraba una borrega; digo borrega y no borrego porque su carne, y más si estaba preñada, era lo más barato y lo más apropiado para hacer una suculenta caldereta que al peso podía superar los treinta y cinco kilos de carne en canal. Provistos de una papeleta azul con la leyenda "vale por veinticinco panes", previamente adquirida por algún allegado, se retiraban veinticinco "violines" del horno. Y, por último, viajando a Villanueva, en burro y con aguaderas, se compraban tres arrobas de vino seco (cuarenta y ocho litros) y una garrafilla de cinco litros ("la niña") de vino dulce para que las mejillas de las mujeres se colorearan. Y casi nada más; no se hacían distingos entre mayores, jóvenes y niños; no había primero, ni segundo, ni postre, ni nada; no existían las servilletas; si acaso unas cucharas y alguna navajilla completaban la mesa, y ¡venga! a comer se ha dicho.
Los invitados, o sea "los avisados" (personas allegadas a las que previamente dos mujeres, una por parte del novio y otra por parte de la novia, invitaban al festejo), comenzaban a engullir carne con mucho pan, a beber vino seco unos y vino dulce otras, sin más pensamientos que tratar de aliviar ésa lázara constante que tienen los pobres que solo comen lo que les gusta cuando tienen fiebre y no les apetece. Lejos de jornadas intensivas, letras, hipotecas, divorcios, colesterol (del bueno y del malo), GPT, eres, crisis, paro, que no existían porque no se habían inventado, aquellos antepasados nuestros se entregaban al engorde sin complejos de ningún tipo. Cuando el vinillo comenzaba a hacer efecto, y era en seguida, siempre había algún echao palante que canturreaba algo: era el preludio de un bacanal que iba a durar tres días seguidos sin más bagaje que la carne, el pan y el vino. Llevando este escenario general a una de las bodas que yo asití, y llegados al punto en el que la gente empieza a sentirse alegre, recuerdo cómo un familiar de la novia entonaba la canción del momento "Ya viene el negro zumbón con la garrota a los pies....", unos palmeaban en la mesa, otros taconeaban al mismo ritmo, y otros aprovechaban para coger la presa más grande. Comer y comer, beber y beber, y así hasta bien entrada la tarde; luego los más viejos, sobre todo las mujeres (porque como siempre ha sido, trabajaban más que los hombres) dormitaban en las posturas más inverosímiles. A una de ellas, a la sazón sorda, se le escapaban pedillos que ella no escuchaba, pero sí el chiquillerío que cada ventosidad la celebraba con risas y aplausos. Nunca olvidaré con la naturalidad con que orinaban dos de las más mayores, puestas de pie y sin cortar la conversación regaban el corral de amarillo azafrán sin que esto fuera objeto de mofa como lo eran los pedos. Cuando llegó la hora de la confesión de verdad, el novio tenía una encima que por muchos cafés amargos que le daba su madre no volvía en sí, y cuando lo hizo lo único que acertaba a decir era "nomesaleloscojonesconfesarme" ; la madre alarmada trataba de convencerle de que se hacía de noche y el cura cerraba el confesionario, y el repetía "quenomesaleloscojonesconfesar me" y así hasta que una tía suya, que se bebió sola media garrafa del vino dulce, le echó en la cara un cubo de agua salobre que estaba en el corral y sobresaltado cambió la letanía y dijo "coñoquemeajogas". Le llevaron como pudieron a la iglesia, nadie sabe si se confesó, pero hicieron falta tres personas para llevarle al "gori-gori" de nuevo a su casa. Y faltaban dos días de fiesta.
Bueno, en otra ocasión hablaremos de la boda.
Buenas noches a todos.
Los invitados, o sea "los avisados" (personas allegadas a las que previamente dos mujeres, una por parte del novio y otra por parte de la novia, invitaban al festejo), comenzaban a engullir carne con mucho pan, a beber vino seco unos y vino dulce otras, sin más pensamientos que tratar de aliviar ésa lázara constante que tienen los pobres que solo comen lo que les gusta cuando tienen fiebre y no les apetece. Lejos de jornadas intensivas, letras, hipotecas, divorcios, colesterol (del bueno y del malo), GPT, eres, crisis, paro, que no existían porque no se habían inventado, aquellos antepasados nuestros se entregaban al engorde sin complejos de ningún tipo. Cuando el vinillo comenzaba a hacer efecto, y era en seguida, siempre había algún echao palante que canturreaba algo: era el preludio de un bacanal que iba a durar tres días seguidos sin más bagaje que la carne, el pan y el vino. Llevando este escenario general a una de las bodas que yo asití, y llegados al punto en el que la gente empieza a sentirse alegre, recuerdo cómo un familiar de la novia entonaba la canción del momento "Ya viene el negro zumbón con la garrota a los pies....", unos palmeaban en la mesa, otros taconeaban al mismo ritmo, y otros aprovechaban para coger la presa más grande. Comer y comer, beber y beber, y así hasta bien entrada la tarde; luego los más viejos, sobre todo las mujeres (porque como siempre ha sido, trabajaban más que los hombres) dormitaban en las posturas más inverosímiles. A una de ellas, a la sazón sorda, se le escapaban pedillos que ella no escuchaba, pero sí el chiquillerío que cada ventosidad la celebraba con risas y aplausos. Nunca olvidaré con la naturalidad con que orinaban dos de las más mayores, puestas de pie y sin cortar la conversación regaban el corral de amarillo azafrán sin que esto fuera objeto de mofa como lo eran los pedos. Cuando llegó la hora de la confesión de verdad, el novio tenía una encima que por muchos cafés amargos que le daba su madre no volvía en sí, y cuando lo hizo lo único que acertaba a decir era "nomesaleloscojonesconfesarme" ; la madre alarmada trataba de convencerle de que se hacía de noche y el cura cerraba el confesionario, y el repetía "quenomesaleloscojonesconfesar me" y así hasta que una tía suya, que se bebió sola media garrafa del vino dulce, le echó en la cara un cubo de agua salobre que estaba en el corral y sobresaltado cambió la letanía y dijo "coñoquemeajogas". Le llevaron como pudieron a la iglesia, nadie sabe si se confesó, pero hicieron falta tres personas para llevarle al "gori-gori" de nuevo a su casa. Y faltaban dos días de fiesta.
Bueno, en otra ocasión hablaremos de la boda.
Buenas noches a todos.
LEGANES que pasa? y tia Casimira? ya se ha solucionado el asesinato? porque de pronto nos hemos ido de fiesta y a comer dulces y borregas
Pero bueno, Ana, si he cambiado el disco poque me lo has pedido tú. No se puede mamar y morder al mismo tiempo. Nos pedías un poco de distensión ¿no?, pues eso he hecho. Cuando queráis entramos en el cómo y de qué manera se produjo el hecho.
Hasta luego,
Hasta luego,