Ya.
Decía, que estamos en el segundo y más importante día de la fiesta: el día de la Boda.
En el altar, el cura no se andaba con zarandajas: que si esto era para siempre, que si la mujer era esclava del hombre, etc. etc., nada de dircusitos, nada de parlamentos de los amigos recordando correrías de niños (porque estas eran para matar gatos y perros), en fin, nada de las mariconerías de una boda actual; a todo que sí, que sí, que sí y que sí. A los dos minutos de la ceremonia, nadie se acordaba de ella; así era su grado de emotividad:éramos pobres y los pobres no se emocionan, coño.
A esta boda asití yo, pero eran casi todas idénticas, por ello puede generalizarse. Lo de la Igesia era, como casi siempre lo es, un aro por el que necesariamente había que entrar la cabeza, pero nada más. La gente lo que quería era fiesta: carne, pan y vino. ¡Ah!, y dulces....
Hablando de mariconerías, a la salida nada de arroz ni florecitas, ni nada. El Padrino, se entraba la mano en la faldriquera y al grito de "ARREBATUUUUÑA" lanzaba al suelo un puñado de perras chicas, perras gordas, algunos dosrrealillos y, muy escasamente, pesetas rubias. Bueno, aquello era un festín: los críos se lanzaban cuerpo a tierra como si les fuera en ello la vida, tratando de "ARREBATUÑAR" el máximo dinero posible. Capital que luego invertían en en regalices y trozos de algarroba en el comercio de la Tía Casimira (a quien tenemos abandonada y que por estas fechas, la pobre, ya estaba sentenciada a muerte). Después,
En la casa de la novia se disponían tanta sillas como invitados, y dos mujeres, las mismas que fueran en su día a "avisar" a los presentes, comenzaban a repartir dulces de Magacela, de uno en uno, en sendas bandejas de latón inoxidable, a veces de plata, y decían "este por el novio", "este por la novia"; así daban, generalmente, cuatro o cinco rondas (tres dulces por el novio, y dos por la novia, esto era lo normal). Las mujeres, siempre tan guardonas, envolvían los dulces en un pañuelo perfumado con elixir Petra-5 y se los llevaban a casa para comérselos más despacio, pues aquí y ahora lo importante era la segunda fase de la caldereta.
Necesitaría un cuaderno entero para describir la agradable catástrofe nupcial: Las mujeres, por ejemplo, se olvidaban de su condición de entonces y bebían vino dulce, seco y lo que hiciera falta; se desinhibían, y yo entusiasmado las miraba en su contento, y se tornaban más personas, declaraban su amor a su hombre en voz alta, y daba gusto verlas aflorar lo que tenían dentro; dicho de otra manera, para ser lo que hoy son afortunadamente, hubieran necesitado de una boda eterna de las de entonces que les permitiera acceder a la libertad que se les negaba. Este tema, aunque estamos de boda, me está poniendo muy triste; y, además, me están llamando para comer, así que ya remataré luego " el día de la boda"
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Decía, que estamos en el segundo y más importante día de la fiesta: el día de la Boda.
En el altar, el cura no se andaba con zarandajas: que si esto era para siempre, que si la mujer era esclava del hombre, etc. etc., nada de dircusitos, nada de parlamentos de los amigos recordando correrías de niños (porque estas eran para matar gatos y perros), en fin, nada de las mariconerías de una boda actual; a todo que sí, que sí, que sí y que sí. A los dos minutos de la ceremonia, nadie se acordaba de ella; así era su grado de emotividad:éramos pobres y los pobres no se emocionan, coño.
A esta boda asití yo, pero eran casi todas idénticas, por ello puede generalizarse. Lo de la Igesia era, como casi siempre lo es, un aro por el que necesariamente había que entrar la cabeza, pero nada más. La gente lo que quería era fiesta: carne, pan y vino. ¡Ah!, y dulces....
Hablando de mariconerías, a la salida nada de arroz ni florecitas, ni nada. El Padrino, se entraba la mano en la faldriquera y al grito de "ARREBATUUUUÑA" lanzaba al suelo un puñado de perras chicas, perras gordas, algunos dosrrealillos y, muy escasamente, pesetas rubias. Bueno, aquello era un festín: los críos se lanzaban cuerpo a tierra como si les fuera en ello la vida, tratando de "ARREBATUÑAR" el máximo dinero posible. Capital que luego invertían en en regalices y trozos de algarroba en el comercio de la Tía Casimira (a quien tenemos abandonada y que por estas fechas, la pobre, ya estaba sentenciada a muerte). Después,
En la casa de la novia se disponían tanta sillas como invitados, y dos mujeres, las mismas que fueran en su día a "avisar" a los presentes, comenzaban a repartir dulces de Magacela, de uno en uno, en sendas bandejas de latón inoxidable, a veces de plata, y decían "este por el novio", "este por la novia"; así daban, generalmente, cuatro o cinco rondas (tres dulces por el novio, y dos por la novia, esto era lo normal). Las mujeres, siempre tan guardonas, envolvían los dulces en un pañuelo perfumado con elixir Petra-5 y se los llevaban a casa para comérselos más despacio, pues aquí y ahora lo importante era la segunda fase de la caldereta.
Necesitaría un cuaderno entero para describir la agradable catástrofe nupcial: Las mujeres, por ejemplo, se olvidaban de su condición de entonces y bebían vino dulce, seco y lo que hiciera falta; se desinhibían, y yo entusiasmado las miraba en su contento, y se tornaban más personas, declaraban su amor a su hombre en voz alta, y daba gusto verlas aflorar lo que tenían dentro; dicho de otra manera, para ser lo que hoy son afortunadamente, hubieran necesitado de una boda eterna de las de entonces que les permitiera acceder a la libertad que se les negaba. Este tema, aunque estamos de boda, me está poniendo muy triste; y, además, me están llamando para comer, así que ya remataré luego " el día de la boda"
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