Esto de ser ama de casa es un coñazo, no te jubilas nunca. Como el empresario es tu marido…
Por eso lo de “ama” no lo he entendido nunca. “Ama” de qué? si yo en mi casa soy el último mono. Comemos lo que ellas (mis hijas), quieren. No me acuesto hasta que no vuelven. Y encima mi marido es el que tiene paga. Dicen que los matrimonios de antes no se separaban, nos ha jodío! Que se te ocurra, te dan 300 € y búscate la vida.
Bueno yo no estaba con la Velá antigua?
Como se ponen las cabezas…. ah, sí! Me quedé aferrada al velador.
El 14 no había mucho meneo. Pero llegaba el 15 por la mañana. Primero el ramo en el Rincón Pío. Después misa y procesión, luego la cucaña en la Peña del Conde. Paseo por la plaza, que con cuarenta grados era un horno, sin más sombra que la de la morera.
Al fin nos metíamos en el matinée, que era una sauna (que la inventaron los Finlandeses es una leyenda urbana, la sauna deriva del matinée!). Los mozos sudando a chorros, las mozas con sobaqueras, y los pies después de la procesión, los pisotones y los zapatos nuevos eran una pura llaga.
Luego a comer en casa de la suegra, que te agasajaba con unas patatas con carne calentitas, para no desentonar con el tiempo.
Cuando llegabas por fin a casa te quitabas la faja tubular, el viso, y con un alarido, los zapatos. Parecía…que venías de la guerra. Y anda que te podías bañar, el agua de la tinaja era sagrada. Y la del bidón del corral estaba para pelar pollos. Te espatarrabas en una manta en los rollos…y hasta la noche.
A eso de las ocho empezaban las viejas a bajar para coger buen sitio en el muro y ver los fuegos. Que a esas horas el muro estaba para curar almorranas. A las nueve allí no cabía ni un culo más. Se llevaban su botella de gaseosa de “a litro”, caliente claro, y se la bebían a morro entre el grupo que hubiera colaborado en su compra.
Los jóvenes de nuevo al baile, pero el de la noche era más movido. Y no por la música, aunque la banda de PAPÚ era insuperable. Sino porque no había Velá que se preciara sin su correspondiente riña, la cosa empezaba así: Todo iba más o menos bien, hasta que llegaban los Cabezones, los Perigallos y los de La Viga Atravesá. Venían con idea de “pillar cacho” pero no bailaba nadie con ellos. Porque los forasteros estaban vetados, para eso estaban nuestros gallos autóctonos, para vigilar su corral. Sólo pillaban alguna descatalogada o que fuera fea.
Se empezaban a encabronar, y le reclamaban el dinero de la entrada a Tortera, que les decía que nanay, y soltaban un vaya-mierda-pueblo!. Era la señal. Empezaban todos a puñetazos con todos, lo malo es que con los vapores etílicos se equivocaban de bando, y acababan zurrándose entre ellos. Un vecino mío, acabó con la mandíbula desencajada, porque se fue a Madrid y había perdido el aroma del pueblo. Y le soplaron sin consideración, hasta que logró articular su mote (no lo transcribo que ahora estamos muy susceptibles). Cuando le vi, entendí lo que era “te voy a partir la cara”. Al llegar a casa, su abuela dijo: Hay que llamar a la Melliza, que entiende de esto. Vino la mujer, su padre le sujetó la cabeza y sonó un crack al unísono de un aullido... ¡oye mano de santo!, empezó a hablar bien otra vez.
El 16 identificábamos a los damnificados por los restos de mercromina. Nos comíamos los churros que hacía la María Merienda, en la pared lateral de la Maximina, y se daba por concluida la Velá sin más daños colaterales que los expuestos. Y los “pujos” que aparecían al tercer día, consecuencia de los cangrejos y bichitos que nos comíamos, que llevaban tres días a la solanera, nada que no pudiera solucionar la manzanilla y el té bravío…
Reflexión: Por qué ahora es cuando veo las cosas desde este prisma, si entonces no notábamos las molestias y lo vivíamos tan felices? Pues porque las fiestas no cambian, sino que cambiamos nosotros. La vejez empieza cuando sustituyes riesgo por seguridad, y sacrificio por comodidad, así que jóvenes a divertirse!, y a nosotros… que nos quiten lo bailao!
Por eso lo de “ama” no lo he entendido nunca. “Ama” de qué? si yo en mi casa soy el último mono. Comemos lo que ellas (mis hijas), quieren. No me acuesto hasta que no vuelven. Y encima mi marido es el que tiene paga. Dicen que los matrimonios de antes no se separaban, nos ha jodío! Que se te ocurra, te dan 300 € y búscate la vida.
Bueno yo no estaba con la Velá antigua?
Como se ponen las cabezas…. ah, sí! Me quedé aferrada al velador.
El 14 no había mucho meneo. Pero llegaba el 15 por la mañana. Primero el ramo en el Rincón Pío. Después misa y procesión, luego la cucaña en la Peña del Conde. Paseo por la plaza, que con cuarenta grados era un horno, sin más sombra que la de la morera.
Al fin nos metíamos en el matinée, que era una sauna (que la inventaron los Finlandeses es una leyenda urbana, la sauna deriva del matinée!). Los mozos sudando a chorros, las mozas con sobaqueras, y los pies después de la procesión, los pisotones y los zapatos nuevos eran una pura llaga.
Luego a comer en casa de la suegra, que te agasajaba con unas patatas con carne calentitas, para no desentonar con el tiempo.
Cuando llegabas por fin a casa te quitabas la faja tubular, el viso, y con un alarido, los zapatos. Parecía…que venías de la guerra. Y anda que te podías bañar, el agua de la tinaja era sagrada. Y la del bidón del corral estaba para pelar pollos. Te espatarrabas en una manta en los rollos…y hasta la noche.
A eso de las ocho empezaban las viejas a bajar para coger buen sitio en el muro y ver los fuegos. Que a esas horas el muro estaba para curar almorranas. A las nueve allí no cabía ni un culo más. Se llevaban su botella de gaseosa de “a litro”, caliente claro, y se la bebían a morro entre el grupo que hubiera colaborado en su compra.
Los jóvenes de nuevo al baile, pero el de la noche era más movido. Y no por la música, aunque la banda de PAPÚ era insuperable. Sino porque no había Velá que se preciara sin su correspondiente riña, la cosa empezaba así: Todo iba más o menos bien, hasta que llegaban los Cabezones, los Perigallos y los de La Viga Atravesá. Venían con idea de “pillar cacho” pero no bailaba nadie con ellos. Porque los forasteros estaban vetados, para eso estaban nuestros gallos autóctonos, para vigilar su corral. Sólo pillaban alguna descatalogada o que fuera fea.
Se empezaban a encabronar, y le reclamaban el dinero de la entrada a Tortera, que les decía que nanay, y soltaban un vaya-mierda-pueblo!. Era la señal. Empezaban todos a puñetazos con todos, lo malo es que con los vapores etílicos se equivocaban de bando, y acababan zurrándose entre ellos. Un vecino mío, acabó con la mandíbula desencajada, porque se fue a Madrid y había perdido el aroma del pueblo. Y le soplaron sin consideración, hasta que logró articular su mote (no lo transcribo que ahora estamos muy susceptibles). Cuando le vi, entendí lo que era “te voy a partir la cara”. Al llegar a casa, su abuela dijo: Hay que llamar a la Melliza, que entiende de esto. Vino la mujer, su padre le sujetó la cabeza y sonó un crack al unísono de un aullido... ¡oye mano de santo!, empezó a hablar bien otra vez.
El 16 identificábamos a los damnificados por los restos de mercromina. Nos comíamos los churros que hacía la María Merienda, en la pared lateral de la Maximina, y se daba por concluida la Velá sin más daños colaterales que los expuestos. Y los “pujos” que aparecían al tercer día, consecuencia de los cangrejos y bichitos que nos comíamos, que llevaban tres días a la solanera, nada que no pudiera solucionar la manzanilla y el té bravío…
Reflexión: Por qué ahora es cuando veo las cosas desde este prisma, si entonces no notábamos las molestias y lo vivíamos tan felices? Pues porque las fiestas no cambian, sino que cambiamos nosotros. La vejez empieza cuando sustituyes riesgo por seguridad, y sacrificio por comodidad, así que jóvenes a divertirse!, y a nosotros… que nos quiten lo bailao!