Luz ahora: 0,15000 €/kWh

LA HABA: Al entrar en el Gijón siempre noto la ausencia de su...

Premeditadamente me he sacado un billete a Atocha, ida y vuelta. Mi destino eran los Nuevos Ministerios, pero he querido ejercitar mis piernas cuesta arriba (esta mañana) y luego, disfrutar en mi caminar cuesta abajo (esta noche). Acabo de llegar y quiero compartir con vosotros las sensaciones de mi largo paseo que lo estimo en unos ocho kilómetros.

Mi paseo de Atocha a N. Ministerios no ha estado nada mal, el objeto era mirarme a mí mismo, y debo decir que el plátano diario -que me prescribió mi mujer para los calambres- me ha debido hacer efecto: he llegado a mi destino razonablemente bien. Pero era un paseo ofrecido al cuerpo.

Todo lo que se reserva, como es el caso, para el espíritu es más enriquecedor. Me he predispuesto a disfrutar pausadamente de todo lo que la vista me podía ofrecer, que era mucho, y he comenzado mi placentero paseo justo en la Plaza de Lima (Estadio S. Bernabéu), he ido bajando por los números pares de la Castellana y al llegar a la calle Vitrubio me ha "asaltado" materialmente una chica y me ha ofrecido "Griego y francés, ¿quizás con dos a la vez?"; dos manzanas más, y más de lo mismo, esta vez un tío con una nuez en la garganta que me ha recordado a Pajarito (el que hacía los polos en el pueblo).

Por la escuela de Ing. Industriales, he observado su inmensa cúpula, y me he pasado a la acera de los pares, y he caído en la cuenta del pedazo avenida que es la Castellana: dos veces, dos, hay que respetar los semáforos que la señalizan pa atravesarla. Un bulevar central arbolado de frondosas plataneras, paseable, convertido en un museo constante y al aire libre, esculturas de Botero, Moor, y mucho artista catalán (para que vean). Edificios vanguardistas como el BBVA de hierro oxidado, La Pirámide invertida de la Mútua, la blanca Torre Picasso en segunda línea (blanquísima), y de vez en cuando un palacete -invitando a la nostalgia- lleno de yedras, madreselvas y aligustres. Qué decir de las plazas, una tras otra, inmensas, con esculturas alegóricas que merecen una parada, Pza. Marqués de Salamanca, Gregorio Marañón,..., estaría toda esta noche escribiendo hasta llegar a la de Colón, pero lleguemos a ella, parémonos aquí.

He tenido el morbo de torcer a la derecha y pararme justo debajo del balcón donde dio el saltito Rajoy, es un edificio acristalado y por tanto muy transparente: se ve desde fuera todo lo que se puede ver, y no se ve desde fuera lo que no se puede ver. He cruzado a la acera de enfrente para disfrutar mirando a la Cafetería Riofrío por dentro: ¡Espectacular!, lujazo y glamour, y he recordado cómo el día de su inauguración (en los setenta) disfruté de un yintónic muy bien acompañado. Qué vida esta, aquella noche y esta el problema lo tenía en el mismo sitio, y por lo mismo: la incontinencia, pero de fluídos distintos.

Cuando he pasado por el Café Espejo he tenido la tentación de tomarme un café (no hay en el mundo una taberna más preciosa, principios del s. XX), pero la he superado porque en la esquina de la calle Almirante, ante del B. Pastor, me esperaba el momento de la noche, lo estaba rumiando desde ayer: no hay nada más placentero en Madrid que tomarse un café en el Café Gijón.

El paseo no ha terminado, pero por esta noche ya vale..... Continuará.
Alguno que lea todo esto estará hasta los mismísimos, pero continuará.

Buenas noches a todos.

Al entrar en el Gijón siempre noto la ausencia de su limpiabotas, Manolo, desaparecido de muerte natural, si bien él decía que murió cuando se rompió una pierna siendo artista de circo, su gran pasión. Un retrato colgado en la entrada lo recuerda. Como la hora (l9) no era para café pedí una copa de vino, y en seguida caí en la cuenta que a este rincón hay que venir acompañado, o con algún libro o algo para leer, pero nunca gansamente vacío como esta vez era mi caso. Y es que si no te creas tu propio climax, estás obligado a curiosear con la oreja y con los ojos a tanto tío, o tía, o grupo, de interés. Caracteriza al Gijón, el tono y las maneras en el hablar de sus clientes: qué delicia, qué remamanso de paz, señor. La densidad de sus mesas es alta y por lo tanto están muy cercanas (las mismas en las que se posaron las manos de Neruda, Lorca, Valle Inclán, Cernuda, Gerardo Diego, González Ruano, Cela, García Nieto, Umbral, Fernán Gómez, y tantos otros), al estar tan juntas no tienes nada más que dos poses: o pones cara de circunstancias y bebes a sorbitos el vino y miras hacia abajo constantemente, u optas por mirar al tendido descarada e incesantemente: las dos son bastantes gilipollezcas. No obstante como un vino dura un lapso de tiempo que no ofende, miré a la mesa de al lado donde Miguel Angel Moratinos, impecable, carnoso, eterna sonrisa y con su seseo de siempre, coversaba, y de qué manera más cadenciosa, con una pareja de jóvenes (ella bellísima) los cuales le escuchaban absortos: veinte chavos le hubiera ofrecido yo por entrar en la charla. Este es un sitio, insisto, para venir acompañado y conversar apasionadamente hasta la extenuación, hablar simplemente, sin pretender persuadir ni convencer, y escuchar y mirar: quizá la compañía perfecta para este Café sea una amante inteligente y sensible, pero pérfida y traidora, para luego contarlo o escribirlo. En el Gijón lo más grande que haya habido quizá no sea lo que se habló o escribió en él, sino los pensamientos o ideas de sus geniales clientes que nunca se plasmaron en cuartillas o en lienzos. Dicho lo cual, vale la pena (a otras horas) ver lo que cuelga de sus paredes: poetas y toreros (con perdón, Victoria) dejaron improntas curiosísimas; periodistas, actrices, científicos, políticos, pintores y también gente vulgar, como yo, siguen viniendo de vez en cuando por aquí a comerse un cocidito madrileño..... Y sigamos el paseo.

Ya en Cibeles, de espaldas al Cuartel General del Ejército, no puedo por menos que admirar el Palacio de Comunicaciones, con el lavado hecho a su fachada está hermosísimo, imponente, iluminado con buen gusto, es una joya digna para alojar al Faraón de Madrid. El Palacio de Linares y el Banco de España, cierran el cuadrilátero más hermoso que quizás tenga la ciudad. Si mirar a la derecha y ver la calle de Alcalá y la Gran Vía, es una delicia, observar por la izquierda la Puerta de Alcalá y la esquina del Retiro es una una gozada. Pero qué guapo está Madrid.

(Un consejo, si por estos lugares alguien tiene un apretón, que no cometa la torpeza de entrar en uno de estos baritos de fritanga de calamares o, peor, en los lavabos de la estación, hacedme caso: Cuerpo erecto, cabeza alta, paso firme, se atusa uno el pelo como distraídamente, y dando las buenas noches al portero (pero con tono alto) y luego otra vez en recepción (esta vez claro, pero bajito) y se entra en los glamurosos vestíbulos del Hotel Palace, NH Paseo del Prado, Hotel Nacional (el más bello), o el Mediodía, se buscan los lavabos y te salen unas faenas redondas. Nadie te preguntará cuál es tu suit.

A mí la calle Atocha me cae antipática porque siempre la trabajo cuesta arriba; la atravieso, y a estas horas un bocadillo de calamares fritos con pan caliente y una cerveza de medio litro en el el Brillante no me la quita ni el médico. Y en ello estaba cuando del 27 se baja un tipejo corriendo como un galgo y al momento la víctima sin cartera que decía " ¡Al ladrón, al ladrón!". Pero quien abandona un bocadillo de calamares y sale a correr detrás de un ladrón tan joven. Esto también forma parte de Madrid.

En fin, que "Madrid" empieza por eme y "Termina" por te.
Qué estación esta de Atocha. El tren y a casa.

Buenas noches a todos.