Si el Cielo existiera y yo lo alcanzase, supuestos ambos más que improbables, no podría estar mejor en él de lo que he estado este fin de semana en mi pueblo. El tiempo ha sido un buen aliado, pero es la tierra y su gente quienes me han colmado de todos los obsequios y agasajos que necesito: fuerza para andar (que es salud), ojos para ver el espectáculo gratis que ofrece el campo (felicidad), sosiego para conversarlo con mis amigos y familia (suerte), y apetito para comer -y beber- con algún exceso (y esto es ya el mismo cielo).
No quisiera ocultar que en estos estados tan placenteros en que últimamente me hayo, tengo el presagio de que algo malo me acecha; y, también, una sensación de tibio egoísmo dado el estado general de la cosa. Pero al tercer chato me digo "joder, Leganés, si te sientes culpable de ser intermitentemente feliz, búscate un siquiatra".
Yole, no puedes imaginarte cómo amaneció la mañana de ayer sábado. Cuando abrí la puerta falsa, con tres buñuelos y un café con leche encima, ví cómo se extendían ocho o diez alfombras verdes desde la propia carretera hasta los troncos mismos de los olivos que preceden a la cabezuela. Para más goce, algunas fanegas de tierra están de posío y por ello su verdor es de un tono diferente al de las sembradas, que son las más, y este contraste -tan natural-tira de mí ánimo en el acto y me lanzo al camino de Magacela sin más pérdida de tiempo. Crucé la nueva pista (su ejecución se va a demorar porque la empresa está incursa en un concurso de acreedores) y, aun a riego de infligir algún daño a la sementera, di unos pasos entre dos liños para sentir en los pies el frío tan agradable que produce el rocio otoñal. Al coronar la primera cuestecilla ya iba acezante, así que me vino de perlas cambiar un cantío con dos paisanos que vareaban un olivo.
(Y en esto, que al comenzar la bajada me dio lo que siempre me da. Y es tan grande mi contento como mis dudas, pues no sé si se debe a una necesidad fisiológica o a mi grado de emotividad por el paseo: sea lo que sea, la sensación es de desahogo).
Más ligero, casi ingrávido y cuesta abajo, me invade una falsa fuerza que es inmediatamente abatida al comenzar la cuesta de la finca El Vergel, ese extraño contenido de tierra envuelto por un muro tan desproporcionado como vulnerable. Me palpo el cuello y siento en la mano unas pulsaciones que me asustan, debo descansar y lo hago de pie frente a la puerta principal de la finca: observo una pista de tenis poco usada que por un momento me lleva a la ciudad, pero en seguida el canto de un gallo me recuerda que estoy aquí. Son las diez de la mañana.
Y ahora sí que es cuesta abajo. Con el corazón latiendo normal puedo reflexionar sobre la impresionante cantidad de casas que se están construyendo por aquí. Qué ironía, no hemos podido llevar un poco de campo a las ciudades y estamos llevando la ciudad al campo, la cosa es joder. Pronto hace falta en La Haba un plan de urbanismo para el campo, dado que ya se le están poniendo puertas y ventanas.
Atravieso la carretera de Magacela, y veo frondosa -más que nunca- la huerta de Tía Ricarda, incluso con naranjos y otras especies de frutales y hortalizas todo ello tan vigoroso que denota el agua acumulada en el subsuelo y que fluye por todas partes: vamos a tener, Yole, otra primavera para el recuerdo. Veo a las cochinas negras con sus cuantiosas crías, cabras, caballos, algún burro y... ¡Un Chozo!, perfectamente hecho, si bien tiene un ventanuco hecho con algún material moderno que desentona un pelín. Ya desde el pantanillo observo alguna alberca poco respetuosa con el medio ambiente, y el vertedero que forman las tierras sobrantes de la carretera que esperemos terminen ordenadas.
Encaro la Parrilla, llego al transformador y escucho su tenebroso zumbido, veo la antigua clínica cerrada, miro con tristeza el ayuntamiento también cerrado ¿qué será de él?. Menos mal que está abierta la taberna de mi amigo Andrés, antes Pablo, luego Pablo Jr. y ahora Luciano: mañana me cebaré con ellos, en este momento sólo pienso en unos chatos, unas migas y en el paseo de mañana.
Buenas noches a todos.
No quisiera ocultar que en estos estados tan placenteros en que últimamente me hayo, tengo el presagio de que algo malo me acecha; y, también, una sensación de tibio egoísmo dado el estado general de la cosa. Pero al tercer chato me digo "joder, Leganés, si te sientes culpable de ser intermitentemente feliz, búscate un siquiatra".
Yole, no puedes imaginarte cómo amaneció la mañana de ayer sábado. Cuando abrí la puerta falsa, con tres buñuelos y un café con leche encima, ví cómo se extendían ocho o diez alfombras verdes desde la propia carretera hasta los troncos mismos de los olivos que preceden a la cabezuela. Para más goce, algunas fanegas de tierra están de posío y por ello su verdor es de un tono diferente al de las sembradas, que son las más, y este contraste -tan natural-tira de mí ánimo en el acto y me lanzo al camino de Magacela sin más pérdida de tiempo. Crucé la nueva pista (su ejecución se va a demorar porque la empresa está incursa en un concurso de acreedores) y, aun a riego de infligir algún daño a la sementera, di unos pasos entre dos liños para sentir en los pies el frío tan agradable que produce el rocio otoñal. Al coronar la primera cuestecilla ya iba acezante, así que me vino de perlas cambiar un cantío con dos paisanos que vareaban un olivo.
(Y en esto, que al comenzar la bajada me dio lo que siempre me da. Y es tan grande mi contento como mis dudas, pues no sé si se debe a una necesidad fisiológica o a mi grado de emotividad por el paseo: sea lo que sea, la sensación es de desahogo).
Más ligero, casi ingrávido y cuesta abajo, me invade una falsa fuerza que es inmediatamente abatida al comenzar la cuesta de la finca El Vergel, ese extraño contenido de tierra envuelto por un muro tan desproporcionado como vulnerable. Me palpo el cuello y siento en la mano unas pulsaciones que me asustan, debo descansar y lo hago de pie frente a la puerta principal de la finca: observo una pista de tenis poco usada que por un momento me lleva a la ciudad, pero en seguida el canto de un gallo me recuerda que estoy aquí. Son las diez de la mañana.
Y ahora sí que es cuesta abajo. Con el corazón latiendo normal puedo reflexionar sobre la impresionante cantidad de casas que se están construyendo por aquí. Qué ironía, no hemos podido llevar un poco de campo a las ciudades y estamos llevando la ciudad al campo, la cosa es joder. Pronto hace falta en La Haba un plan de urbanismo para el campo, dado que ya se le están poniendo puertas y ventanas.
Atravieso la carretera de Magacela, y veo frondosa -más que nunca- la huerta de Tía Ricarda, incluso con naranjos y otras especies de frutales y hortalizas todo ello tan vigoroso que denota el agua acumulada en el subsuelo y que fluye por todas partes: vamos a tener, Yole, otra primavera para el recuerdo. Veo a las cochinas negras con sus cuantiosas crías, cabras, caballos, algún burro y... ¡Un Chozo!, perfectamente hecho, si bien tiene un ventanuco hecho con algún material moderno que desentona un pelín. Ya desde el pantanillo observo alguna alberca poco respetuosa con el medio ambiente, y el vertedero que forman las tierras sobrantes de la carretera que esperemos terminen ordenadas.
Encaro la Parrilla, llego al transformador y escucho su tenebroso zumbido, veo la antigua clínica cerrada, miro con tristeza el ayuntamiento también cerrado ¿qué será de él?. Menos mal que está abierta la taberna de mi amigo Andrés, antes Pablo, luego Pablo Jr. y ahora Luciano: mañana me cebaré con ellos, en este momento sólo pienso en unos chatos, unas migas y en el paseo de mañana.
Buenas noches a todos.
Este paseo si que me ha llegado al “alma” (si que es existe), por unos minutos me he visto con alas, alo mejor es que me hacen mucha falta y, si pudiéramos transformar los deseos en realidad la felicidad sería completa, cosa improbable, así que a bajarse del burro y tocar tierra. No te culpes de tus momentos plenos de gozo, alguna vez comente que el presente es un regalo, luego el futuro vendrá o no, ¿Quién lo sabe?. Lo más inmediato ahora mismo para mí es salir corriendo para encontrar a alguien muy especial y no, no es lo que pudiera parecer, que tampoco sería malo, es para ir a una fiesta de “pitufos”.
Saludos, que llego tarde.
Saludos, que llego tarde.