Esto lo tenía escrito hace tiempo (ya no me acordaba de ello), y lo tenía en un blog que me hice sin cortarme un pelo (para atrevida yo), con la intención que alguien escribiera lo que quisiera, pero ahí lleva el pobre años muerto de risa. Yo creí que ya le habrían eliminado pero que va! ahí sigue. Se llama: Vientos del pueblo de la Haba (http://www. lahaba. es. tl), si alguien lo visita y quiere dejar algo escrito…. mejor que mejor.
LA MARIMANTA
Los jóvenes, no sé si sabrán lo que era, los mayores (como yo) tampoco las conocimos pero sí teníamos referencia de ellas. En tiempos de mis abuelos, si que era usual que existieran este tipo de leyendas urbanas. A veces, eran realidad, otras se enriquecían con la fantasía que quisiera adornarlas cada cual, pero la verdad es que haberlas las hubo, y esta es la anécdota que le sucedió a mi abuelo.
Antes quiero aclarar que eran las “marimantas”, pues eran unas Celestinas o alcahuetas que se cubrían con disfraces más o menos temerosos para proteger los amores prohibidos entre algún señorito y una doncella o mujer casada que, en todo caso no querían perder su reputación.
Como las calles estaban a oscuras, se ponían en los sitios estratégicos, con velas en la cabeza, artilugios para parecer más altas y toda serie de artimañas para asustar al que se atreviera a pasar por ahí. Mi abuelo tenía novia en la calle Peligros y como todos sabemos se accede desde la calle Villanueva por dos bocacalles, en una se colocaba la marimanta, y cuando iba a pasar salía de detrás de la esquina y con voz fingida le decía: - ¡Por aquí no se pasa!, mi abuelo se daba media vuelta y se iba por la otra calleja. Pero he aquí, que una noche había empinado el codo más de la cuenta (a mis dos abuelos le gustaba el vino, no sé porque yo soy abstemia). Aquella noche, digo, con los vapores etílicos se puso bravucón y le dijo:- ¡Esta noche sí que paso!, ella le sacó una navaja, pero con el valor que da el vino, no le amedrentó sino que se fue hacia ella, que al verse perdida echó a correr dejando en la huida la vela y demás atributos de asustar, mi abuelo la persiguió, pero corría como alma que lleva el diablo. Si no hubiera estado bebido no le habría costado tanto atraparla, pero no lo consiguió hasta llegar a las Peñas del Azuche, y esto porque la marimanta tropezó con una piedra y dio de bruces en el suelo, y con el impulso de la caída, se le subieron las faldas a la cabeza, dejando al descubierto sus partes nobles. En otra situación, aquel culo le hubiera dado otras intenciones a mi abuelo, pero tal era su ira, que le dio cuatro zurriagazos que parecían no importarle tanto como que la identificara, porque lo único que decía era:- ¡Por Dios no me descubras!, vaya si la descubrió. Era una mujer apodada la de “los pendientes grandes”, y vivía en la calle alta, aunque no era del pueblo. Una señora de la calle Dos Pozos que conocí, ya mayor, me dio referencias de ella.
No sé si seguirá ejerciendo de “marimanta”, pero los azotes que le propinó mi abuelo a culo p’elao debieron disuadirla bastante.
Quiero decir que no apruebo el método de mi abuelo, debería haberla denunciado, pero ¿ante quién? Quizás ante el mismo que protegía “la marimanta”. Eran otros tiempos.
LA MARIMANTA
Los jóvenes, no sé si sabrán lo que era, los mayores (como yo) tampoco las conocimos pero sí teníamos referencia de ellas. En tiempos de mis abuelos, si que era usual que existieran este tipo de leyendas urbanas. A veces, eran realidad, otras se enriquecían con la fantasía que quisiera adornarlas cada cual, pero la verdad es que haberlas las hubo, y esta es la anécdota que le sucedió a mi abuelo.
Antes quiero aclarar que eran las “marimantas”, pues eran unas Celestinas o alcahuetas que se cubrían con disfraces más o menos temerosos para proteger los amores prohibidos entre algún señorito y una doncella o mujer casada que, en todo caso no querían perder su reputación.
Como las calles estaban a oscuras, se ponían en los sitios estratégicos, con velas en la cabeza, artilugios para parecer más altas y toda serie de artimañas para asustar al que se atreviera a pasar por ahí. Mi abuelo tenía novia en la calle Peligros y como todos sabemos se accede desde la calle Villanueva por dos bocacalles, en una se colocaba la marimanta, y cuando iba a pasar salía de detrás de la esquina y con voz fingida le decía: - ¡Por aquí no se pasa!, mi abuelo se daba media vuelta y se iba por la otra calleja. Pero he aquí, que una noche había empinado el codo más de la cuenta (a mis dos abuelos le gustaba el vino, no sé porque yo soy abstemia). Aquella noche, digo, con los vapores etílicos se puso bravucón y le dijo:- ¡Esta noche sí que paso!, ella le sacó una navaja, pero con el valor que da el vino, no le amedrentó sino que se fue hacia ella, que al verse perdida echó a correr dejando en la huida la vela y demás atributos de asustar, mi abuelo la persiguió, pero corría como alma que lleva el diablo. Si no hubiera estado bebido no le habría costado tanto atraparla, pero no lo consiguió hasta llegar a las Peñas del Azuche, y esto porque la marimanta tropezó con una piedra y dio de bruces en el suelo, y con el impulso de la caída, se le subieron las faldas a la cabeza, dejando al descubierto sus partes nobles. En otra situación, aquel culo le hubiera dado otras intenciones a mi abuelo, pero tal era su ira, que le dio cuatro zurriagazos que parecían no importarle tanto como que la identificara, porque lo único que decía era:- ¡Por Dios no me descubras!, vaya si la descubrió. Era una mujer apodada la de “los pendientes grandes”, y vivía en la calle alta, aunque no era del pueblo. Una señora de la calle Dos Pozos que conocí, ya mayor, me dio referencias de ella.
No sé si seguirá ejerciendo de “marimanta”, pero los azotes que le propinó mi abuelo a culo p’elao debieron disuadirla bastante.
Quiero decir que no apruebo el método de mi abuelo, debería haberla denunciado, pero ¿ante quién? Quizás ante el mismo que protegía “la marimanta”. Eran otros tiempos.