Ahora que nadie me ve. Ahora que entre el Barça y el Madrid borran del mapa la crisis, cuando media España está en silencio y la otra se embota, yo quiero rendir un pequeño homenaje a todas las jovencitas que en los años sesenta paseaban por la calle de San Juan de La Haba.
Recuerdo cómo en verano, de dos en dos, o en grupos mayores, iban y venían paseando desde el Puente de la Elena hasta el final de la calle Villanueva; y las más atrevidas, traspasando el cementerio, llegaban a los eucaliptos: allí, en sus troncos, dibujaban un corazón con una flecha atravesándolo sin atreverse a nominar su anhelo.
Ese proyecto de mujeres abnegadas, a las que –desde su más temprana edad- se las exigió mucho sacrificio, se las negó cultura y se las educó para, quizá, aguantar sumisamente a algún varón que no valía la pena. Mi memoria me las ofrece a todas muy delgadas, risueñas, alborotadoras ante cualquier incursión de los chicos que, muy gansos y simplones, las escoltábamos sin atrevernos a casi nada.
Los hombres de hoy, casi todos emparejados con las chicas aquellas, les debemos respeto y admiración y hemos de darles todo nuestro cariño: ha resultado una generación que, aparte de haber cargado con el lado más pesado de la familia, muchas de ellas han sacado tiempo de donde no lo tenían y se han culturizado calladamente superándose y superándonos en casi todo: son el eje y la alma de nuestras casas, algunas cuidaron de sus abuelos, muchas de sus padres, todas de sus hijos y, algunas ya, de sus nietos, ¿hay quien dé más?.
Todo ello preludia que, a pesar de las trabas que todavía esta sociedad desagradecida les pone, en un futuro no muy lejano van a influir muchísimo más que ahora en el devenir de la Sociedad, y será para bien.
(Mi chica me comunica un gol del Barça)
(Mi chica –me parece imposible- me informa del segundo).
Me mueven a escribir estas sinceras apreciaciones, ya sé que muy reiteradas pero casi siempre huecas, las desafortunadas declaraciones de tres obispos: el de Valladolid, al que no le parece bien que nuestra Vicepresidenta del Gobierno pregone las fiestas de su ciudad por estar casada sólo por lo civil; el de Tarragona que ha espetado que ninguna mujer puede decir misa, lo mismo que él no puede dar a luz; y el de Córdoba, que subraya, como la más importante función de la mujer, cuidar a su marido. Y, digo yo, a sus Ilustrísimas y Reverendísimas personas, ¿quién las cuida?
En fin, hacia dónde camina esta Iglesia con estas antiguallas.
Hoy, que me siento constipado, voy a acompañar a Melchor tomándome un vasito de leche caliente.
Buenas noches a todos,
Recuerdo cómo en verano, de dos en dos, o en grupos mayores, iban y venían paseando desde el Puente de la Elena hasta el final de la calle Villanueva; y las más atrevidas, traspasando el cementerio, llegaban a los eucaliptos: allí, en sus troncos, dibujaban un corazón con una flecha atravesándolo sin atreverse a nominar su anhelo.
Ese proyecto de mujeres abnegadas, a las que –desde su más temprana edad- se las exigió mucho sacrificio, se las negó cultura y se las educó para, quizá, aguantar sumisamente a algún varón que no valía la pena. Mi memoria me las ofrece a todas muy delgadas, risueñas, alborotadoras ante cualquier incursión de los chicos que, muy gansos y simplones, las escoltábamos sin atrevernos a casi nada.
Los hombres de hoy, casi todos emparejados con las chicas aquellas, les debemos respeto y admiración y hemos de darles todo nuestro cariño: ha resultado una generación que, aparte de haber cargado con el lado más pesado de la familia, muchas de ellas han sacado tiempo de donde no lo tenían y se han culturizado calladamente superándose y superándonos en casi todo: son el eje y la alma de nuestras casas, algunas cuidaron de sus abuelos, muchas de sus padres, todas de sus hijos y, algunas ya, de sus nietos, ¿hay quien dé más?.
Todo ello preludia que, a pesar de las trabas que todavía esta sociedad desagradecida les pone, en un futuro no muy lejano van a influir muchísimo más que ahora en el devenir de la Sociedad, y será para bien.
(Mi chica me comunica un gol del Barça)
(Mi chica –me parece imposible- me informa del segundo).
Me mueven a escribir estas sinceras apreciaciones, ya sé que muy reiteradas pero casi siempre huecas, las desafortunadas declaraciones de tres obispos: el de Valladolid, al que no le parece bien que nuestra Vicepresidenta del Gobierno pregone las fiestas de su ciudad por estar casada sólo por lo civil; el de Tarragona que ha espetado que ninguna mujer puede decir misa, lo mismo que él no puede dar a luz; y el de Córdoba, que subraya, como la más importante función de la mujer, cuidar a su marido. Y, digo yo, a sus Ilustrísimas y Reverendísimas personas, ¿quién las cuida?
En fin, hacia dónde camina esta Iglesia con estas antiguallas.
Hoy, que me siento constipado, voy a acompañar a Melchor tomándome un vasito de leche caliente.
Buenas noches a todos,