El callejero jabeño ha tenido una disfunción como pocos en el mundo, dos calles, una perpendicular a la otra, con el mismo nombre: la calle Iglesia. Una de ellas, por su acera impar, comenzaba en la esquina de “Cortecita” (que era una pescadería) y terminaba en la casa de José “el de los baldosines” (antigua fábrica de cerámicos). La otra acera, los pares, comenzaba por la de tío Juan José “el Herrero” (que era una fragua), y terminaba en la casa de “los Galgos” (entre otras cosas, una lechería).
Pero perpendicular a ella, y con el mismo nombre de calle Iglesia, se ha mantenido mi calle con esta vecindad: Ana “la de Valentín”, Candela “la de Ojopipa”, Mari “la del Abuelo”, Paqui “la Practicanta” (y ahora no sé de quién), la Carmen “de Sergio”, Antonia “de la Lupa”, La Rosa “de Sergio” q. e. p. d., ahora José “el Galgo”, Antonia “ la de Antonio Morcilla”, Candela “la de Carril”, Angel “Pejiguera” (antes Ramona y Gumersinda), Sacramento la de José Trejo “Tacones”, Aquilino “el del Abuelo”, Alonso “el de la Peorra”, María “la del Divino”, Jacinto “de Candelo el Rojo” y Manolo “Catasno” o “Bar Casablanca” (antigua casa de Carril). La acera de enfrente, oficialmente, son todas puertas falsas correspondientes casi todas ella a la calle Cilla.
Curiosamente, hace unos meses, ¿o algún año?, el Ayuntamiento deshizo el entuerto y ahora, mi calle, se llama Hospital: me gusta el nombre; es una palabra gruesa para un pueblo delgado, pero me gusta. El cambio de nombre, que tendrá alguna explicación, ha debido ser cosa del Ayuntamiento, no sé si esto se determina en un pleno, en alguna comisión o por algún decreto de alcaldía: mira qué fácil lo tiene el Sr. Alcalde para explicarlo en este Foro.
El Hospital, el asilo, el convento o el colegio: por estos cuatro nombres ha sido conocido, a través de los años, la Iglesia Capilla que las monjitas del Carmelo regentaron como colegio privado en los años cincuenta. Desde el umbral de mi casa escuchaba yo cantar a la Antoñita Arévalo (cuánto sentí su temprana muerte, q. e. p. d.) cuando entonaba “La ovejita Lucera” ante uno de los primeros micrófonos que llegaron al pueblo en los años cincuenta. También recuerdo la recitaciones poéticas, larguísimas, que tan bien escenificaba la Victoria “de Carlos Godoy”, cuando era Vitorita “la de Carlos”. Hoy el Convento, al menos por fuera, está inmaculado: estoy loco por recorrerlo por dentro –casa del cura incluida- para hacer una semblanza de esta bonita reliquia donde reposan los cuerpos de los Condes Campos de Orellana. A ver si se ofrece don José el párroco: el Foro está a su disposición, aquí tiene un púlpito.
En fin cosas del pueblo que darán mucho de sí para entretenernos, ¿estará vivo el azufaifo (“acifalfo” en jabeño) que presidía el patio del Colegio?: pronto lo sabremos.
Me voy de viaje, buenas noches a todos. (Pero no os desprenderéis fácilmente de mí).
(Qué tareas, me pregunto, tendrá añadidas UNOMAS que no pía)
Pero perpendicular a ella, y con el mismo nombre de calle Iglesia, se ha mantenido mi calle con esta vecindad: Ana “la de Valentín”, Candela “la de Ojopipa”, Mari “la del Abuelo”, Paqui “la Practicanta” (y ahora no sé de quién), la Carmen “de Sergio”, Antonia “de la Lupa”, La Rosa “de Sergio” q. e. p. d., ahora José “el Galgo”, Antonia “ la de Antonio Morcilla”, Candela “la de Carril”, Angel “Pejiguera” (antes Ramona y Gumersinda), Sacramento la de José Trejo “Tacones”, Aquilino “el del Abuelo”, Alonso “el de la Peorra”, María “la del Divino”, Jacinto “de Candelo el Rojo” y Manolo “Catasno” o “Bar Casablanca” (antigua casa de Carril). La acera de enfrente, oficialmente, son todas puertas falsas correspondientes casi todas ella a la calle Cilla.
Curiosamente, hace unos meses, ¿o algún año?, el Ayuntamiento deshizo el entuerto y ahora, mi calle, se llama Hospital: me gusta el nombre; es una palabra gruesa para un pueblo delgado, pero me gusta. El cambio de nombre, que tendrá alguna explicación, ha debido ser cosa del Ayuntamiento, no sé si esto se determina en un pleno, en alguna comisión o por algún decreto de alcaldía: mira qué fácil lo tiene el Sr. Alcalde para explicarlo en este Foro.
El Hospital, el asilo, el convento o el colegio: por estos cuatro nombres ha sido conocido, a través de los años, la Iglesia Capilla que las monjitas del Carmelo regentaron como colegio privado en los años cincuenta. Desde el umbral de mi casa escuchaba yo cantar a la Antoñita Arévalo (cuánto sentí su temprana muerte, q. e. p. d.) cuando entonaba “La ovejita Lucera” ante uno de los primeros micrófonos que llegaron al pueblo en los años cincuenta. También recuerdo la recitaciones poéticas, larguísimas, que tan bien escenificaba la Victoria “de Carlos Godoy”, cuando era Vitorita “la de Carlos”. Hoy el Convento, al menos por fuera, está inmaculado: estoy loco por recorrerlo por dentro –casa del cura incluida- para hacer una semblanza de esta bonita reliquia donde reposan los cuerpos de los Condes Campos de Orellana. A ver si se ofrece don José el párroco: el Foro está a su disposición, aquí tiene un púlpito.
En fin cosas del pueblo que darán mucho de sí para entretenernos, ¿estará vivo el azufaifo (“acifalfo” en jabeño) que presidía el patio del Colegio?: pronto lo sabremos.
Me voy de viaje, buenas noches a todos. (Pero no os desprenderéis fácilmente de mí).
(Qué tareas, me pregunto, tendrá añadidas UNOMAS que no pía)