Había en el pueblo un hombre, que nadie sabia a ciencia cierta de donde procedía ni porque recaló en nuestro pueblo. Este señor era Don casto. Yo compartí con él muchas tardes de mesa-camilla. Al no poseer patrimonio ni paga, no frecuentaba los bares mucho. No así la biblioteca, este señor Don casto, educado, venido a menos y procurando guardar las apariencias, ningún familiar vino nunca a verle. Y tenia pocos amigos, pero era respetuoso y buena persona, aunque el aseo no era su fuerte, decíamos que solo se lavaba los pies cuando había que pisar la uva, y eso por imperativo de las chicas que amenazaban con tirarle el mosto si no lo hacía, sacaba un vino muy dulzón que con las migas pasaba que daba gloria, como llegó al pueblo claro que lo sé, lo trajo la casquivana de su mujer Doña Antoñita. Más bien le llevaba de adorno, o como quien lleva un paraguas por si llueve.
Esto daría para una novela que quedaría en mantillas a los Pueyos.
La tal señora, Doña Antoñita, vivió una vida disoluta, y gastó su patrimonio alegremente en los madriles y en otros sitios casi exóticos para la época. No tuvo hijos, y ahí entra en juego el “paraguas” Don Casto. Una mujer sola no estaba bien vista por la sociedad de la época. E incluso se les negaba el acceso a los locales y a ciertas reuniones, si no iban acompañadas de sus esposos. Hoy la anécdota es sobre ella. Dicha señora cogió a su servicio una doncella de dudosa reputación llamada Perfecta (que apropiado nombre). Ahora entra en escena otro personaje, como si esto fuera un “sainete de Arniches”. Laureano, peculiar personaje que vivía enfrente de la casa de Doña Antoñita, con un sobrino que le recogió en Badajoz debido a la desordenaba vida que llevaba allí y su afición al vino. Cuando Doña Antoñita salía todas las tardes con la mucama de paseo, veía a su vecino Laureano, que siempre estaba recostado en la piedra de la puerta de su casa con el cigarro cayéndosele el moco y su inseparable botella al lado. El hombre tenía buen humor, era socarrón, pero sin malicia, y toda la calle Virgen del Carmen le apreciaba. En cuanto la señorita ponía el pie en la calle, veía a Laureano y sugería, vamos a reírnos un rato con Laureano (quería decir de Laureano). A ver Laureano, cántanos algo, normalmente picantón. Otras veces era un chiste, pero el hombre que era ebrio pero no tonto, le tenían hasta los mismos, y una tarde, que le pidieron la actuación acostumbrada soltó:
-No, esta tarde os voy a decir una adivinanza, a ver si sabéis de quien se trata.
“Una mujer prostituta
cansada de malvivir,
para enmendar su conducta
se ha metido a servir,
en casa de otra más puta.”
La señorita con mas tablas que la Piquer, responde veloz, - ¡Uy perfecta, eso lo dice por ti!-, y Perfecta contesta -Por las dos señorita, por las dos…
No estaba dispuesta porque su ama, retozara en cama con dosel y ella en el pajar, a cargar sola con el resultado de la adivinanza.
Continuará…
Esto daría para una novela que quedaría en mantillas a los Pueyos.
La tal señora, Doña Antoñita, vivió una vida disoluta, y gastó su patrimonio alegremente en los madriles y en otros sitios casi exóticos para la época. No tuvo hijos, y ahí entra en juego el “paraguas” Don Casto. Una mujer sola no estaba bien vista por la sociedad de la época. E incluso se les negaba el acceso a los locales y a ciertas reuniones, si no iban acompañadas de sus esposos. Hoy la anécdota es sobre ella. Dicha señora cogió a su servicio una doncella de dudosa reputación llamada Perfecta (que apropiado nombre). Ahora entra en escena otro personaje, como si esto fuera un “sainete de Arniches”. Laureano, peculiar personaje que vivía enfrente de la casa de Doña Antoñita, con un sobrino que le recogió en Badajoz debido a la desordenaba vida que llevaba allí y su afición al vino. Cuando Doña Antoñita salía todas las tardes con la mucama de paseo, veía a su vecino Laureano, que siempre estaba recostado en la piedra de la puerta de su casa con el cigarro cayéndosele el moco y su inseparable botella al lado. El hombre tenía buen humor, era socarrón, pero sin malicia, y toda la calle Virgen del Carmen le apreciaba. En cuanto la señorita ponía el pie en la calle, veía a Laureano y sugería, vamos a reírnos un rato con Laureano (quería decir de Laureano). A ver Laureano, cántanos algo, normalmente picantón. Otras veces era un chiste, pero el hombre que era ebrio pero no tonto, le tenían hasta los mismos, y una tarde, que le pidieron la actuación acostumbrada soltó:
-No, esta tarde os voy a decir una adivinanza, a ver si sabéis de quien se trata.
“Una mujer prostituta
cansada de malvivir,
para enmendar su conducta
se ha metido a servir,
en casa de otra más puta.”
La señorita con mas tablas que la Piquer, responde veloz, - ¡Uy perfecta, eso lo dice por ti!-, y Perfecta contesta -Por las dos señorita, por las dos…
No estaba dispuesta porque su ama, retozara en cama con dosel y ella en el pajar, a cargar sola con el resultado de la adivinanza.
Continuará…
¡Por fin, Victoria!, a ver si nos aclaras ese enigma que lo tenías prometido tiempo ha: esperamos más con impaciencia.
¡Adelante!, pero cuéntalo tó.
¡Adelante!, pero cuéntalo tó.