Parece ser que el mal tiempo ayuda al foro, en estos días ventosos y lluviosos se refugia uno en casa, se aburre, ¿qué hago?, venga ¡al foro!, se pone uno nostálgico y….
Estoy encantado del rumbo que ha cogido este rincón, leo con gusto las opiniones de las nuevas incorporaciones y con agradecimiento la rápida intervención de los aludidos, eso significa que la sangre fluye y este espacio está vivo.
Me gusta la variedad de temas a tratar, urbanísticos, gastronómicos, solidarios, en fín, lo que a cada uno le pide el cuerpo, siempre desde el respeto a los demás. hos nos
Como veo que a muchos nos gusta recordar cosas de antaño, encima miro por la ventana y observo como la lluvia y el viento azotan los cristales, y el cielo está gris presagio de tormenta, pues todo ello conforman la puesta en escena perfecta, para como dijo alguien: recordar es volver a vivir.
Me viene a la memoria el dia que la “Paca Evarista” cambió la ubicación de su kiosko de golosinas desde la Plaza Baja a la Plaza Alta, debajo de la torre de la iglesia, subiendo las escaleras a la izquierda, pegado a las paredes del templo, enfrente de lo que era el estaco de “la Justa”. Este traslado, imagino que buscaría estar cerca de la chiquillería, ya que el colegio estaba en lo que hoy es el Ayuntamiento, y la presencia de niños cerca del kiosco sería sinónimo de ventas. A la hora señalada para salir al recreo era admirable el barullo y las carreras en dirección al chiringuito de “chuches”, con la intención de coger buen sitio en la cola que se formaba, ¿porqué esa estampida? ¿a qué esas prisas si la caseta no se iba?, ¡Ahh! Tenía su explicación, a esa hora la dueña venía con una bandeja recién echa de bocaditos de galletas Maria, bañadas en leche, rellenas de natillas y bañadas en coco y ¡ese manjar era limitado! ¡cuando se terminasen se terminaban! Y perdias la vida porque tú número en la fila fuese menor que el número de galletas de la bandeja. Entrañable mujer “la Paca Evarista”, cuando ibas a comprar clavaba en ti la vista, bajando la cabeza, y te miraba por encima de las gafas que increíblemente se sostenían en la punta justa de la nariz sin llegar jamás a caerse, con su voz autoritaria de pocas bromas, pero seria y servicial con los críos como pocos.
Al recordar el escenario del kiosco, me viene a la mente otro personaje de mi infancia, “Antonio Vaca”, ignoro de donde le viene el apodo de Vaca, pero os aseguro que tenía otro que era más mezquino y no me gusta, me parece cruel en exceso, así que permitidme que no lo reproduzca aquí. Siempre deambulando por las calles con su pequeña estatura, su prominente vientre, pantalones de tergal gris subidos hasta las axilas y una cuerda en vez de cinturón, coronando su cabeza una boina que seguramente conoció mejores tiempos. Al andar, su caminar era como un ligero trotecillo que se acentuaba cuando los muchachos desde nuestra infantil crueldad, lo insultábamos para provocar su airada reacción, entonces él se revolvía y a grandes voces amenazaba con pegarnos, solo amenazaba, siempre amenazaba.
Una de las maneras de ganarse la vida era ayudando al cura, y era frecuente verlo en los entierros portando una mesa cubierta con una tela negra, cuya finalidad era que el ataúd del difunto descansara sobre ella en vez de en el suelo. ¡Bendito personaje Antonio!, el sempiterno cigarrillo en la boca y en las comisuras de los labios una perenne salivilla blanca. A veces pienso que en su soledad (aunque vivía con su madre en unos cuartillos en la calle Dos Pozos) él buscaba que los muchachos lo provocasen, lo gritasen para poder sentirse vivi dentro de la miserable vida que le tocó vivir. Saludos amigos.
Estoy encantado del rumbo que ha cogido este rincón, leo con gusto las opiniones de las nuevas incorporaciones y con agradecimiento la rápida intervención de los aludidos, eso significa que la sangre fluye y este espacio está vivo.
Me gusta la variedad de temas a tratar, urbanísticos, gastronómicos, solidarios, en fín, lo que a cada uno le pide el cuerpo, siempre desde el respeto a los demás. hos nos
Como veo que a muchos nos gusta recordar cosas de antaño, encima miro por la ventana y observo como la lluvia y el viento azotan los cristales, y el cielo está gris presagio de tormenta, pues todo ello conforman la puesta en escena perfecta, para como dijo alguien: recordar es volver a vivir.
Me viene a la memoria el dia que la “Paca Evarista” cambió la ubicación de su kiosko de golosinas desde la Plaza Baja a la Plaza Alta, debajo de la torre de la iglesia, subiendo las escaleras a la izquierda, pegado a las paredes del templo, enfrente de lo que era el estaco de “la Justa”. Este traslado, imagino que buscaría estar cerca de la chiquillería, ya que el colegio estaba en lo que hoy es el Ayuntamiento, y la presencia de niños cerca del kiosco sería sinónimo de ventas. A la hora señalada para salir al recreo era admirable el barullo y las carreras en dirección al chiringuito de “chuches”, con la intención de coger buen sitio en la cola que se formaba, ¿porqué esa estampida? ¿a qué esas prisas si la caseta no se iba?, ¡Ahh! Tenía su explicación, a esa hora la dueña venía con una bandeja recién echa de bocaditos de galletas Maria, bañadas en leche, rellenas de natillas y bañadas en coco y ¡ese manjar era limitado! ¡cuando se terminasen se terminaban! Y perdias la vida porque tú número en la fila fuese menor que el número de galletas de la bandeja. Entrañable mujer “la Paca Evarista”, cuando ibas a comprar clavaba en ti la vista, bajando la cabeza, y te miraba por encima de las gafas que increíblemente se sostenían en la punta justa de la nariz sin llegar jamás a caerse, con su voz autoritaria de pocas bromas, pero seria y servicial con los críos como pocos.
Al recordar el escenario del kiosco, me viene a la mente otro personaje de mi infancia, “Antonio Vaca”, ignoro de donde le viene el apodo de Vaca, pero os aseguro que tenía otro que era más mezquino y no me gusta, me parece cruel en exceso, así que permitidme que no lo reproduzca aquí. Siempre deambulando por las calles con su pequeña estatura, su prominente vientre, pantalones de tergal gris subidos hasta las axilas y una cuerda en vez de cinturón, coronando su cabeza una boina que seguramente conoció mejores tiempos. Al andar, su caminar era como un ligero trotecillo que se acentuaba cuando los muchachos desde nuestra infantil crueldad, lo insultábamos para provocar su airada reacción, entonces él se revolvía y a grandes voces amenazaba con pegarnos, solo amenazaba, siempre amenazaba.
Una de las maneras de ganarse la vida era ayudando al cura, y era frecuente verlo en los entierros portando una mesa cubierta con una tela negra, cuya finalidad era que el ataúd del difunto descansara sobre ella en vez de en el suelo. ¡Bendito personaje Antonio!, el sempiterno cigarrillo en la boca y en las comisuras de los labios una perenne salivilla blanca. A veces pienso que en su soledad (aunque vivía con su madre en unos cuartillos en la calle Dos Pozos) él buscaba que los muchachos lo provocasen, lo gritasen para poder sentirse vivi dentro de la miserable vida que le tocó vivir. Saludos amigos.
Buenas a tod@sss... como bien dices Paco, yo tambien recuerdo a paca evarista y sus galletas ummmm, esta tarde me comeria yo una bandeja de ellas.. que buenisimas... y tambien recuerdo aunque muy vagamente a antonio vaca, hay tantos y tantos personajes en la haba al que recordamos con tanto cariño verdad? un abrazo.