LA HABA: ¡Eres bueno jodido ¡, no te sorprendas por el encabezamiento...

Al hilo de lo que el otro día contaba nuestro querido forero Paco, relativo al comportamiento del chiquillerío cuando hablaba de Antonio “Vaca”; y también –casualmente- ese mismo día en el que un amigo, lúcido profesor, me contó algo que vivió en sus carnes cuando chico que casi le traumatiza para la toda la vida, esto es, que siendo rojo, pero que muy rojo, de pelo, piel muy blanca y pecoso, vamos “colorao” que decimos en La Jaba, y, los jodidos compañero de clase, le pusieron muchos motes, el más leve “zanahorio”, que es tan genial como malicioso; al hilo de todo esto, quería decir, no me cabe la menor duda, que existe una crueldad infantil de la que deberían opinar no yo, que soy un zopenco, sino psicólogos, antropólogos, psiquiatras y pedagogos, porque desde los tiempos más remotos los niños son, a veces, “demonios simpáticos” que pueden anegar de amargura un aula, un patio de recreo o una familia entera en su propia casa: pero yo quiero contar una experiencia propia, con permiso de esos profesionales.

Porque eso que ahora se llama, de manera pija, Bullying, o matonaje en las escuelas, ha existido siempre, los niños de entonces y los de ahora hemos tenido muy mala leche puestos a ser despiadados con el dolor ajeno, hemos hecho chiste de él, lo hemos propiciado y hasta nos hemos vanagloriado de ello. Me gustaría saber si las consciencias de los niños son moldeables a tiempo o no lo son; si los niños –que son potenciales adultos- adquieren esa maldad por una especie de ósmosis del entorno, por instrucciones sociales, o es que esa crueldad es genética: yo observo, por cierto, pensando que pueda serlo, que el genero masculino infantil ya muestra un saldo mayor que el femenino de esa crueldad, cosa que me da que pensar cuando hablamos luego de violencia de género.

No todos los niños, son así, ni mucho menos, pero quién no recuerda cómo lo pasaban de mal los más gordos, los más enclenques, los cegatos con gafas gruesas, los coloraos, algún tardo, los tímidos o cohibidos, los que padecían alguna minusvalía física, no digamos psíquica, los débiles en general. Yo de chico era muy débil, muy delgado y, cuando me ponía nervioso, como me sigue pasando todavía, me daban retortijones en las tripas: yo sufrí mucho con ello, como os cuento a continuación.

En la escuela de los más pequeños, con don Luis, un buen maestro “calabazón” que tenía alma femenina por lo delicado que era, recuerdo que ensayando eso de “con flores a María, que madre nuestra es……..”, yo me emocioné y me puse mu nervioso, y enseguía me empezaron a cantá las tripas, con un gluglú constante que se repetía como una letanía intestinal. Aguantarse los pedos es una cosa malísima, te pones colorao dos veces: una, cuando los reprimes y, aluego, otra cuando se tempiezan a escapá sin control. Por mucho que quise parar aquello me resultó imposible y me cagué la pata abajo, hasta los pies, y con pantalón corto pa más inri: no hace falta que diga que se pararon tó los cantos marianos y el descaraje de la clase fue total. “ A ver, los cuatro más fuertes de la clase, que vengan pacá”, dijo don Luis, con su mejor intención pero pa joderme ese día y muchos meses más seguíos. Allí se presentaron voluntarios, no cuatro, por lo menos diez que se creían fuertes, y entre ellos escogió a cuatro y les dijo “Cogé a Antonio y llevarlo a su casa, questá loaíto, que le limpie su madre y luego le acompañáis pa volvé”. Me cogieron, como a un cochino recién matao, dos por mis manos y los otros dos por mis pies, me sacaron “al gorigori” de lascuela y me llevaron por tó la calle San Juan, subieron por la del Carmen, y ya en el núm. 2 de la calle la Perra, donde vivía la Bonifacia y Vicente Parejo, q. e. p. d., empezaron a entoná –con paso militar- un estribillo que me duró meses en mi cabeza y hasta años de mi vida, y que me marcó hasta la adolescecia: los mu cabrones, lo digo ya con cariño, en voz alta, iban acompasaos gritando a cada zancá: “ ¡Antonio, Cagón!, ¡Antonio, cagón!, ¡Antonio cagón!”. Y así, yo veía pasá, lentamente, la casa del “Feo”, la de la chacha Paulina, la casa de la Patricia, la de “Pavía”, la de Justo “Canuto”, la de “Yayá”, el molino, y venga ¡Antonio, cagón!, ¡Antonio, cagón!, y los mu cabrones ca vez más envalentonaos, aquello era una fiesta, la gente salía de las casas como si se pregonaran pardillas y colmillos, o bordallos: la casa del “Gordo”, tío Macario, la “Pardala”, joé que eternidad por Dios. Como a un hecce homo me llevaban, chorreando mierda tó mi cuerpecito enclenque, por la lancha de “Canalejas”, la casa de la Felisa “Jilvana”, la Leopolda del “Brusqueao” y, enfrente, por fin: mi casa, Señor, por fin. Me puse como pude de pie, medio mareao, que parecía un proyecto de Lute, se callaron ya con lo de “ ¡Antonio, cagón!” y sesperaron jugueteando en la puerta hasta que mi probe madrecita me lavó el culo y me puso la otra muda y pantalón de quitaipón que todos teníamos. Y no vayáis a creé quel cachondeo se terminó ahí, la vuelta fue peó: siguieron erre que arre con el “ ¡Antonio, cagón!”, a paso marcial, por to la acera de los impares de la Perra, la casa de “Cuesco”, “Caraluna”, el “Gacho”, el “Jerraó”, tío “Pacasio”, tía Feliciana “la de los garbanzos al mojo”, tía Victoria “la de Bautista”, la casa de la Juliana “del Pocho” (dos besos tengo que dá a aquí), vamos así hasta la casa de la Laureana “Peorra”, donde el más cabrón de los cuatro, uno gordo, que no mesale de los cojones nombrale aquí ni dale publicidá, se arreó un cuesco, bueno fue un “follón” que entonces llamábamos a los “pedos mochila”, que güelen mu mal, y lesentró a los cuatro la risa floja y a mí me dio otro retortijón de los nervios que tenía, gracias a que recé tres avemarías seguíos, que si no me vuelvo a cagá, pos el cuerpo cuando se ensucia desa manera no quea del tó limpio, y a esos rescoldos los tenía yo mucho miedo: porque si me llego a cagá otra vez, salgo en el “Buen amigo”, esa revista que había en la Iglesia. Bien, pues llegá a la escuela e interrupirse la lección fue tó uno: me llamaron cagón, cagao, churreta, churretilla, zurreta, cagueta, enmierdao, pujosuelto, diarrea, que sé yo lo que me llamaron, to lo que le salieron de los güevos y don Luis, joputa, limpiándose las lágrimas de risa y yo, con menos carnes que las patas de un tordo, mirando pabajo como si hubiera cometío un crimen. Sí, to esto es mu gracioso, pa los que no se cagaron, que pamí fue un infierno. El mote me duró tres o cuatro años, en varias versiones; el cachondeo, meses; tuve pesadillas, soñaba que me cagaba muchos garrotes y aluego que los niños los pregonaban como si fueran bogas frescas por tó el pueblo: “ ¡Garrotéeeees por alfiléereeeeees! En fin, questo me grabó unos años, unos años mu jodíos, cuando la palabra psicología no shabía ninventao siquiera: fue mu duro to aquello, no la caca quera blanda, me refiero al padecé, que fue mucho.

PERO YO SÓLO RECUERDO LOS MARAVILLOSOS NIÑOS QUE LUEGO JUGABAN CONMIGO A VER QUIÉN CAÍA MÁS GUARRIATOS EN EL PASEO TIRANDO UN PALO PA LAS NUBES. COSA DE NIÑOS.

Buenas madrugadas a tó el jabeñerío,

¡Eres bueno jodido ¡, no te sorprendas por el encabezamiento pero cuando he acabado de leer tu mensaje es la expresión que he soltado, magnífico relato donde tienes la facultad de sorprender, entretener, hacer reír e incluso, que al final se junten las lagrimas de la risa con las de pesar por el angustioso rato que viviste y que muchos niños han tenido y tienen que sufrir en sus carnes.

Un abrazo y felicidades.