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LA HABA: Cojonudo.

Buenos dias, acabo de asomarme al foro y veo que con los nuevos fichajes hemos dado un gran salto cualitatico en este nuestro foro (como diria algún presidente televisivo), me sorprenden las aportaciones históricas de Tomas, veo que tiene la memoria al dia y creo que vá a dar mucho juego entre nosotros, ¡bienvenido de nuevo!.
Veo que seguimos por la rama de recordar personajes que conocimos en la niñez y han marcado el curso de nuestras vidas, bien por su peculiaridad, por sus profesiones o quizas por sus actos.
Pues siguiendo en esta linea, me ha venido a la memoria alguien entrañable, a quien recuerdo con cariño y nostálgia, pero que seguro que los mas mayores atinareis mejor al describirla que yo, puesto que solo conocí los últimos años de su vida. ¿Recordais a Petra, "la de la colonia", esa señora bajita, con gafas oscuras y un sempiterno cesto de mimbre en el brazo derecho y el bastón en el izquierdo?, vivía en la calle Cantarranas, y recuerdo que la puerta de su casa era bajita, como casi todas, y desde fuera atinabas a ver un pasillo de rollos, y el techo del mismo de cañas y palos, de los que graciosamente colgaban melones en su funda de juncos.
Recuerdo su tránsito de casa en casa, dejando esa estela de olor tan característico de la mezcla de aromas, que la perseguia por todas partes. Dentro del cesto, botes de un litro de cristal de colonia Baron Dandy para ellos, Mirurgia para ellas y Nenuco para los mas pequeños, asi mismo una amplia gama de pastillas de tocador, Heno de Pravia, La Toja, Maderas de Oriente y algún que otro artículo oloroso. Dispensaba las colonias con un recipiente medidor y un embudito pequeño para tal efecto y.......
Bueno, ya os he puesto sobre la pista, Victoria, Leganés y compañia seguro que rematan la faena bastante mejor que yo, saludos, jabeños.

A ver quien es capaz de enumerarme todas las actividades"laborales" del ïnclito
personaje. CASIMIRO; mi gran amigo.
De todas las que me enumereis os prometo un jugoso comentario.

TOMÁS, EN ESTE FORO HEMOS TRATAO -A NUESTRA MANERA- DE TO. AHÍ TE PUEDES ENTRETENER CON LO QUE PREGUNTAS, LO PUBLIQUÉ HACE MUCHO TIEMPO, TÚ SABES LO QUE YO QUERIA A CASI.

A Casimiro le marcó que todos le augurasen, como jorobado que era, una corta vida. Y consciente de ello, por exageración, vivía cada día como si fuera el último: su desbordado optimismo, su humor constante, su rápido caminar y, por qué no decirlo, su licenciosa actitud ante la vida le llevaron a consumirla a grandes tragos sin reparar en qué cicatrices le dejaba su manera de entenderla. Su simpatía innata le ayudó a desempeñar trabajos variopintos con el mayor desparpajo: fue zapatero, dependiente, comercial, representante y camarero, y todas estas funciones las desempeñó a satisfacción.

La mayor parte de su currículo estuvo ligado al bar “Canario”, allí -tras su mostrador- con un vigor físico ajeno a su minusvalía, manejaba el abridor de cervezas con un salero inimitable: escupía hacía atrás las chapas de los botellines como un subfusil ametrallador expulsa las vainas al disparar. La bandeja de servir, aunque su mayor destreza la mostraba en la barra, solía llevarla con tanta gracia que sus andares parecían pases de baile. Andaba rapidísimo, con cierto aire a Chaplin, pies planos, -teniendo el tronco reducido por su “falta” como el llamaba a su joroba- sus largos brazos extendían a sus grandes y fortísimas manos hasta más allá de las rótulas de sus rodillas: Casimiro, hombre bien parecido, fue un proyecto de hombre de talla alta frenado por la maldita giba, era un compás humano.

De natural, era un hombre gracioso. Sólo cuando abusaba del vino tenía muy mala lidia, se le dilataban los orificios de la nariz como si fuera a relinchar –solía sudar a raudales sus excesos- y endosaba al mostrador unos terribles puñetazos con los nudillos de acero de su mano derecha, encauzando de esta manera todo lo que de irascible le trasmitía el alcohol. Los que le entendíamos bien le ofrecíamos jugar a la “cuatrola” como terapia para apaciguarle, y cada vez que se “doblaba” o iba “a por cuatro”, en sus “arrastros” dejaba un poco de violencia encima del tapete de la mesa de juego.

Casimiro era más caliente que la plancha de un sastre, no podía remediarlo: “Moreno, vamos a afeitarnos”, decía casi todos los miércoles. Él siempre disfrutó de un lugar preferente en mi pecaminoso seiscientos, viajaba de copiloto y “antes de entrar a matar” –como solía decir- se mostraba tan impaciente que sus faenas -breves y frustrantes, en ocasiones- necesitaban de una segunda lidia y a veces se dilataban tanto que necesitaban de dos o tres avisos para ultimarlas fuera de reglamento.

Inventor de palabras entrañables, como “viajera” o “cuatrera” empleadas para piropear a las pupilas; o “correctar”, sinónimo de escribir notas cortas, manejaba la metáfora de manera genial: “Moreno, enfrente de la SEAT ha abierto la Mercedes”; se refería a una puta con ese nombre que oficiaba en la Av. de Chile de Villanueva, frente a los talleres SEAT efectivamente, y tenía como chulo a un tal “sargento Garrafa”, un hombre mayor con los ojos rojos como una amapola que fue legionario en su juventud. Otro “almacén de trigo” estaba en Don Benito, la clave para entrar era golpear tres veces el postigo y luego decir “ ¡Camacha!”, y entonces la meretriz vieja –como contraseña- contestaba: “ ¡Hasta el corral!”: y entrábamos. Una vez Casimiro se confundió de puerta y al decir ¡Camacha!, uno desde dentro le contestó: “En el otro postigo, so camachero, que eres un camachero”.

A Casimiro le gustaba bailar con delirio, y, aunque lo hacía muy bien, lo tenía realmente difícil. No obstante se las componía para convencer a amigas, allegadas y parientes para desfogar su instinto bailarín: “Como el cerrojo un penal, así me la ha…. “, decía entre otras perlas; “Te lo juro que no me arrimo”, prometía el muy cachondo para que le admitieran como pareja de baile. Un día una le espetó, que no bailaba con él porque tenía que comulgar (que manda cojones el asunto), y él la contestó que “pito duro no cree en Dios, viajera”.

Yo fui depositario de sus sentimientos: como casi todo ser humano Casimiro amó profundamente a una mujer, y esta fue su tragedia. Arrastró su amor como una pesada cruz durante toda su vida: amó en silencio, distante y sin recibir la más indiferente de las miradas. Cuando bebía, se le oía cómo rechinaba los dientes en una mezcla de impotencia y de rabia para terminar diciendo: “Un triste jorobado no tiene derecho a enamorarse”.

Poco antes de morir, todavía joven, nos dejó una insuperable anécdota. Ya estaba muy malito, casi muerto, cuando un día doblaron las campanas. Su amigo “Farina”, marido que fue de la entrañable Betsabé, subió veloz hacia la calle Alta y vio un coche fúnebre aparcado en la puerta de la casa en que vivía. Entró, lloriqueando, y preguntó a su cuñado: ¿Dónde le tenéis?, y este le contestó: “Allí, en esa habitación”. Entró Farina al cuarto, lo miró tendido en su cama, y estando mirándolo y dándole por muerto, va y se levanta Casimiro y le da un gran grito y le dice ¡Viajeeeero!. Bueno, Farina salió como un cohete de la casa y se perdió calle Calvario abajo, dicen que se cagó. (Las campanas habían doblado por una viejecita vecina de Casimiro).

Buenas noches a todos,

Cojonudo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
No sé cómo has podido recalar aquí, pero estoy seguro que nos une el gusto por el buen vino y la comida bien hecha.

Un saludo jabeño,