Jennifer Aniston tiene algo que me pone. No sé, la veo y siento como la vecina de al lado con la que nunca te confiesas y no tienes que fingir reproches. No lo dices, pero piensas: “si pudiera acurrucarte entre mis brazos esta noche”. Sólo lo piensas, aunque telepáticamente notas con qué calor, rubor y gozo es acogido ese deseo. Yo sufro el mal de la ausencia, por eso oteo horizontes, abrazo farolas y dibujo corazones heridos en la arena. Vivo en la incertidumbre y visto de gala la apariencia. Tengo un burro viejo que se llama “Dos Pasos” porque mueve la cola y hasta ahí llega. Soy dueño de las cosas más inútiles y bellas. No niegues, Jennifer, que hay algo detrás de los espejos que nos une, la derrota más amarga es no saber dar sentido a esa certeza.