Acabo de verme -en un lugar de Madrid y después de una cita convenida – con dos mujeres, madre e hija, para hablar de un tema que hemos tratado en el Foro; un tema mu jondo, mu dramático, mu antiguo y cerrao en falso: UN CRIMEN.
En un plazo relativamente corto de la posguerra, en La Haba se cometieron tres asesinatos: uno en la calle de la Perra (sin móvil aparente), otro en la calle Calvario (una riña) y otro en un cortijo del campo jabeño (desamor). El primero, del que vuelvo a hablar esta noche, fue EL CRIMEN DE TÍA CASIMIRA, cuya historia traje aquí a colación hace más de un año y hoy lo hago después de hablar con familiares descendientes directos de las autoras.
Durante casi tres horas, he estado hablando con ellas; una, la madre, que es jabeña, se declara estigmatizada -marcada por una mancha injusta, tan afrentosa como invisible- por algo que, al revés que una fortuna, puede transferirse como se hereda un gen enfermizo que te condena a vivir sufriendo por algo que te es ajeno, que sólo anida en los recovecos insondables de su memoria infantil; la otra, su hija, una joven y hermosa mujer de 44 años, ya nacida en Madrid, ha vivido ajena al hecho que nos ocupa, si bien –en su infancia, adolescencia y juventud- nunca alcanzó a comprender por qué motivo su abuela y su madre, y su tía abuela, evitaban pisar el pueblo que las vio nacer, y en casa, a veces, le inquietaba un runrún sobre algo tenebroso que nunca le explicaron, algo que sonaba a misterio doloroso que, por amor a ella, entiendo, redujeron al más estruendoso de los silencios. “CUANDO PASÓ LO QUE PASÓ”, esto sí, esto sí lo escuchó nítidamente muchas veces, como una letanía sin sentido para ella, en conversaciones entre su madre, su abuela y, la hermana de esta, su tía abuela: nombres que acabo de anotar discretamente en mi memoria.
He conversado con dos mujeres de buenas maneras, que me relatan su abnegación para ganarse la vida en tiempos difíciles. La madre cuenta que ha sufrido lo que no está en los escritos, es inefable describirlo, por esa herencia al revés que la vida le ha dispensado: pues la condena de su abuela, la acusación a su madre, y la memoria colectiva de nuestro pueblo, le han hecho arrastrar – siempre según su parecer- una cruz que no le correspondía, por toda una vida y en el silencio y la soledad más absolutos. Yo, por mi parte, estoy impactado.
Entre ellas dos, nunca hablaron “de lo que pasó”, o quizá solo en tímidas conversaciones a cuenta de lo que se publicó aquí, y he tenido que ser yo el árbitro y depositario –sin pretenderlo- de la primera conversación desgranada y denuda, una especie de terapia entre ambas, para romper un tabú que ha convivido con toda esta familia desde 1948 hasta ayer mismo: la madre, entre lágrimas, a sus 73 años, delante de este que suscribe, ha hablado con su hija –claramente- recordando una noche que la despertaron súbitamente de madrugada para trasladarla a una casa vecina de la calle jabeña de los Dos Pozos: pues a su madre y a su abuela, ambas viudas, las llevaron presas acusadas de asesinato, quedándose ella amedrentada –con 8 añitos- más sola que la una, esa noche y, posteriormente, durante todo el tiempo en que su abuela, en un tenebroso psiquiátrico y su madre, en una cárcel, tuvieron que expiar la pena debida con la Justicia. Quiero subrayar que estoy trasladando su sentir.
Tengo escrito un relato sobre este crimen, contrastado en todo lo que en él se cuenta, que previamente había hecho llegar a la biznieta de la autora convicta y confesa del crimen: a la joven que, impactada por lo que leyó en el Foro Jabeño, me contactó y con la que acabo de compartir toda una tarde; se lo hice llegar, decía, con la intención de someterlo –deliberadamente- a su criterio; yo estaba dispuesto a obviar, como una autocensura, los pasajes del texto que para sus entrañas pudiesen resultar hirientes, un texto en el que –luego de invertir apasionadamente mi tiempo en conversaciones con paisanos memoriosos, entrevistas con testigos, consecución de algún documento público y oficial, etc.- se relata el fortísimo hecho que estremeció a La Haba toda, entre las once y las doce de la noche, el día 21 de mayo de 1948. Pero ella es una mujer inteligente y ha estado ajustada y valiente en su hablar: todo han sido facilidades, comprensión y generosidad verbal para intentar poner en pie toda la verdad de aquel terrible suceso, para averiguar los porqués: si bien este jabeño, está en la obligación de discernir y descontar la carga de subjetividad que pudiera percibir para intentar, precisamente, buscar la justa objetividad.
Hemos hablado de todo sin ambages, mirándonos a los ojos, y estoy en condiciones de afirmar algo que no está en la memoria colectiva de nuestro pueblo, pues el hecho, tal como fue, se inscribe en un contexto que debe ser convenientemente descrito: hubo una víctima, una mujer muerta; dos mujeres –madre e hija- fueron detenidas por el crimen; una, la madre, convicta y confesa de ello, fue condenada; la hija, luego de un sufrimiento sin límites, se la exoneró de culpa; y otras dos mujeres –las que he tenido ante mis ojos- se declaran víctimas inocentes (toda su vida) de aquel suceso. Esto fue así, es innegable, pero lo que quiero decir, lo que no está en la memoria jabeña, es el tenebroso submundo que, por fin, pudiera aportar el móvil del que carecía este crimen hasta ahora: UN ACTO MACABRO Y ESCALOFRIANTE REPRESENTADO EN EL AMPLIO ESCENARIO DE LA BRUJERÍA JABEÑA.
Este crimen, siendo terrible, después de escucharlas, puede que sea además un destello –mal que nos pese- del daño generalizado que en aquellos años, y aún hoy -digo bien, pues ha llegado hasta nuestros días- ha causado esa magia negra que dirigía, satánicamente, la consciencia de muchas jabeñas. Y digo jabeñas, porque en este caso son exclusivamente mujeres las protagonistas de estos sortilegios, pues el gobierno infernal al que me refiero era un mundo ejercido por un sanedrín compuesto de mujeres para hacer penar a otras mujeres: asunto que trasciende y sobrepasa esta simple intervención en el Foro Jabeño, mereciendo un más vasto y cuidadoso trabajo de psicología, historiografía e investigación.
Si el crimen en sí mismo y las fuerzas que lo desencadenaron merecen un esclarecimiento e intentar plasmarlo en un relato que esté a la altura de las circunstancias, no es menos importante - sino de muchísimo interés- narrar los pormenores en que se desarrolló la estancia de las acusadas en los centros donde estuvieron recluidas; y no lo es menos –por ser espeluznante- explicar, una vez sean contrastadas, las condiciones de vida a las que se vieron abocadas estas mujeres una vez se decretó su libertad: una vida compleja (instaladas en un conformismo, a mi modo de ver, rayano en la indignidad: una especie de lo que, mucho después, iba a ser denominado como “Síndrome de Estocolmo”) y que, de momento, no puede explicitarse todavía en este Foro. Y, otro hallazgo, estuvieron ubicadas durante todo ese tiempo, no en Madrid u otro lugar lejano, sino en una finca rústica cuyos límites casi rozan el término municipal jabeño, toda una impactante sorpresa para mí. Corrían los años cincuenta del siglo pasado.
El relato que tenía enhebrado, con la disposición firme de publicarlo, no vale para nada; pues aun siendo verídico y contrastado todo él, incluso aderezado con personajes y costumbres de la primera mitad del siglo pasado que retratan bastante bien –a mi modo de ver- el jabeñerío de entonces, es seguro que resultaría raquítico e incompleto, al concluir, después de la conversación con estas dos mujeres, en que el núcleo –el argumento- del relato no debe ser el crimen en sí mismo, sino el razonamiento destinado a probar qué fuerzas lo desencadenaron: qué fue lo que pudo mover a dos mujeres a matar a otra mujer, y que no es otra cosa, lo tengo para mí, que el ejercicio satánico de LA BRUJERÍA; y desde luego, hay que abundar –y mucho- en lo sucedido tanto en la cárcel como en el devenir de la libertad de las autoras. Dicho esto, me dispongo a reescribir de nuevo este misterioso suceso, siempre después de contrastar –si fuera posible- todo lo que he escuchado. Y no sin antes, intentar contactar con los familiares –cómo no- de la víctima, en un intento de lograr una narración que se deposite en la memoria colectiva jabeña de la manera más imparcial posible. Pero antes, quería proveer al Foro Jabeño de estos pormenores, porque aquí fue donde se comenzó a desmadejar el ovillo de esta tenebrosa historia.
Nada más lejos de mí que justificar un hecho tan deleznable como fue aquel crimen, pero hay que contarlo en su contexto: para que sea cabalmente percibido. Y termino diciendo, para tranquilidad general de los que aquí intervienen escribiendo, o que puedan intervenir, que los escritos anteriores y este mismo que ahora se publica, están –previamente- leídos, por los propios familiares de las acusadas con los que, como he dicho, acabo de conversar largamente.
Buenas noches a to el jabeñerío,
,,,,, A, M, A,,,,,
En un plazo relativamente corto de la posguerra, en La Haba se cometieron tres asesinatos: uno en la calle de la Perra (sin móvil aparente), otro en la calle Calvario (una riña) y otro en un cortijo del campo jabeño (desamor). El primero, del que vuelvo a hablar esta noche, fue EL CRIMEN DE TÍA CASIMIRA, cuya historia traje aquí a colación hace más de un año y hoy lo hago después de hablar con familiares descendientes directos de las autoras.
Durante casi tres horas, he estado hablando con ellas; una, la madre, que es jabeña, se declara estigmatizada -marcada por una mancha injusta, tan afrentosa como invisible- por algo que, al revés que una fortuna, puede transferirse como se hereda un gen enfermizo que te condena a vivir sufriendo por algo que te es ajeno, que sólo anida en los recovecos insondables de su memoria infantil; la otra, su hija, una joven y hermosa mujer de 44 años, ya nacida en Madrid, ha vivido ajena al hecho que nos ocupa, si bien –en su infancia, adolescencia y juventud- nunca alcanzó a comprender por qué motivo su abuela y su madre, y su tía abuela, evitaban pisar el pueblo que las vio nacer, y en casa, a veces, le inquietaba un runrún sobre algo tenebroso que nunca le explicaron, algo que sonaba a misterio doloroso que, por amor a ella, entiendo, redujeron al más estruendoso de los silencios. “CUANDO PASÓ LO QUE PASÓ”, esto sí, esto sí lo escuchó nítidamente muchas veces, como una letanía sin sentido para ella, en conversaciones entre su madre, su abuela y, la hermana de esta, su tía abuela: nombres que acabo de anotar discretamente en mi memoria.
He conversado con dos mujeres de buenas maneras, que me relatan su abnegación para ganarse la vida en tiempos difíciles. La madre cuenta que ha sufrido lo que no está en los escritos, es inefable describirlo, por esa herencia al revés que la vida le ha dispensado: pues la condena de su abuela, la acusación a su madre, y la memoria colectiva de nuestro pueblo, le han hecho arrastrar – siempre según su parecer- una cruz que no le correspondía, por toda una vida y en el silencio y la soledad más absolutos. Yo, por mi parte, estoy impactado.
Entre ellas dos, nunca hablaron “de lo que pasó”, o quizá solo en tímidas conversaciones a cuenta de lo que se publicó aquí, y he tenido que ser yo el árbitro y depositario –sin pretenderlo- de la primera conversación desgranada y denuda, una especie de terapia entre ambas, para romper un tabú que ha convivido con toda esta familia desde 1948 hasta ayer mismo: la madre, entre lágrimas, a sus 73 años, delante de este que suscribe, ha hablado con su hija –claramente- recordando una noche que la despertaron súbitamente de madrugada para trasladarla a una casa vecina de la calle jabeña de los Dos Pozos: pues a su madre y a su abuela, ambas viudas, las llevaron presas acusadas de asesinato, quedándose ella amedrentada –con 8 añitos- más sola que la una, esa noche y, posteriormente, durante todo el tiempo en que su abuela, en un tenebroso psiquiátrico y su madre, en una cárcel, tuvieron que expiar la pena debida con la Justicia. Quiero subrayar que estoy trasladando su sentir.
Tengo escrito un relato sobre este crimen, contrastado en todo lo que en él se cuenta, que previamente había hecho llegar a la biznieta de la autora convicta y confesa del crimen: a la joven que, impactada por lo que leyó en el Foro Jabeño, me contactó y con la que acabo de compartir toda una tarde; se lo hice llegar, decía, con la intención de someterlo –deliberadamente- a su criterio; yo estaba dispuesto a obviar, como una autocensura, los pasajes del texto que para sus entrañas pudiesen resultar hirientes, un texto en el que –luego de invertir apasionadamente mi tiempo en conversaciones con paisanos memoriosos, entrevistas con testigos, consecución de algún documento público y oficial, etc.- se relata el fortísimo hecho que estremeció a La Haba toda, entre las once y las doce de la noche, el día 21 de mayo de 1948. Pero ella es una mujer inteligente y ha estado ajustada y valiente en su hablar: todo han sido facilidades, comprensión y generosidad verbal para intentar poner en pie toda la verdad de aquel terrible suceso, para averiguar los porqués: si bien este jabeño, está en la obligación de discernir y descontar la carga de subjetividad que pudiera percibir para intentar, precisamente, buscar la justa objetividad.
Hemos hablado de todo sin ambages, mirándonos a los ojos, y estoy en condiciones de afirmar algo que no está en la memoria colectiva de nuestro pueblo, pues el hecho, tal como fue, se inscribe en un contexto que debe ser convenientemente descrito: hubo una víctima, una mujer muerta; dos mujeres –madre e hija- fueron detenidas por el crimen; una, la madre, convicta y confesa de ello, fue condenada; la hija, luego de un sufrimiento sin límites, se la exoneró de culpa; y otras dos mujeres –las que he tenido ante mis ojos- se declaran víctimas inocentes (toda su vida) de aquel suceso. Esto fue así, es innegable, pero lo que quiero decir, lo que no está en la memoria jabeña, es el tenebroso submundo que, por fin, pudiera aportar el móvil del que carecía este crimen hasta ahora: UN ACTO MACABRO Y ESCALOFRIANTE REPRESENTADO EN EL AMPLIO ESCENARIO DE LA BRUJERÍA JABEÑA.
Este crimen, siendo terrible, después de escucharlas, puede que sea además un destello –mal que nos pese- del daño generalizado que en aquellos años, y aún hoy -digo bien, pues ha llegado hasta nuestros días- ha causado esa magia negra que dirigía, satánicamente, la consciencia de muchas jabeñas. Y digo jabeñas, porque en este caso son exclusivamente mujeres las protagonistas de estos sortilegios, pues el gobierno infernal al que me refiero era un mundo ejercido por un sanedrín compuesto de mujeres para hacer penar a otras mujeres: asunto que trasciende y sobrepasa esta simple intervención en el Foro Jabeño, mereciendo un más vasto y cuidadoso trabajo de psicología, historiografía e investigación.
Si el crimen en sí mismo y las fuerzas que lo desencadenaron merecen un esclarecimiento e intentar plasmarlo en un relato que esté a la altura de las circunstancias, no es menos importante - sino de muchísimo interés- narrar los pormenores en que se desarrolló la estancia de las acusadas en los centros donde estuvieron recluidas; y no lo es menos –por ser espeluznante- explicar, una vez sean contrastadas, las condiciones de vida a las que se vieron abocadas estas mujeres una vez se decretó su libertad: una vida compleja (instaladas en un conformismo, a mi modo de ver, rayano en la indignidad: una especie de lo que, mucho después, iba a ser denominado como “Síndrome de Estocolmo”) y que, de momento, no puede explicitarse todavía en este Foro. Y, otro hallazgo, estuvieron ubicadas durante todo ese tiempo, no en Madrid u otro lugar lejano, sino en una finca rústica cuyos límites casi rozan el término municipal jabeño, toda una impactante sorpresa para mí. Corrían los años cincuenta del siglo pasado.
El relato que tenía enhebrado, con la disposición firme de publicarlo, no vale para nada; pues aun siendo verídico y contrastado todo él, incluso aderezado con personajes y costumbres de la primera mitad del siglo pasado que retratan bastante bien –a mi modo de ver- el jabeñerío de entonces, es seguro que resultaría raquítico e incompleto, al concluir, después de la conversación con estas dos mujeres, en que el núcleo –el argumento- del relato no debe ser el crimen en sí mismo, sino el razonamiento destinado a probar qué fuerzas lo desencadenaron: qué fue lo que pudo mover a dos mujeres a matar a otra mujer, y que no es otra cosa, lo tengo para mí, que el ejercicio satánico de LA BRUJERÍA; y desde luego, hay que abundar –y mucho- en lo sucedido tanto en la cárcel como en el devenir de la libertad de las autoras. Dicho esto, me dispongo a reescribir de nuevo este misterioso suceso, siempre después de contrastar –si fuera posible- todo lo que he escuchado. Y no sin antes, intentar contactar con los familiares –cómo no- de la víctima, en un intento de lograr una narración que se deposite en la memoria colectiva jabeña de la manera más imparcial posible. Pero antes, quería proveer al Foro Jabeño de estos pormenores, porque aquí fue donde se comenzó a desmadejar el ovillo de esta tenebrosa historia.
Nada más lejos de mí que justificar un hecho tan deleznable como fue aquel crimen, pero hay que contarlo en su contexto: para que sea cabalmente percibido. Y termino diciendo, para tranquilidad general de los que aquí intervienen escribiendo, o que puedan intervenir, que los escritos anteriores y este mismo que ahora se publica, están –previamente- leídos, por los propios familiares de las acusadas con los que, como he dicho, acabo de conversar largamente.
Buenas noches a to el jabeñerío,
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