Pues las retamas es lo único que puedo salvar de la llegada implacable del verano, son las únicas que dan olor a la frescura de estas mañanas estivales cuando pasas trazando la curva del camino en la parte seca de la presa. Ya solo puedes recorrer estos parajes al nacer la mañana o cuando el sol se vá perdiendo a la derecha de la Sierro del Ortiga, y solo el trecho del pantano está perfumado por las flores amarillas de las retamas, el resto del camino el olor que nos acompaña es un aroma metálico, rancio, (yo lo asocio al olor a orina) de las rastrojeras, el paisaje ha cambiado por completa, el tapete verde del suelo coloreado de flores ha pasado a ser monocapa, el amarillo lo pinta todo, solo los olivos y las contadas viñas destacan sobre este mar de rastrojos que bien parece un desierto por la similitud del color de la arena.
Delante de nosotros, las cogutas, van dando saltitos con sus moños coronando sus cabezas y el entorno mañanero se llena de trinos de los gorriones, alondras y ruiseñores que saludan al nuevo día que se despereza, la senda esta llena de surcos negros que la atraviesan a cada trecho, son las incansables hormigas que aprovechan el mercado de avena y trigo para atiborrar sus despensas.
Por las mañanas no, pero por la tarde, cuando pasas el paraje de Santa Catalina, a nuestra derecha, en un barbecho interminable y cuando el calor aún hace estragos, el sonido interminable y cansino de una chicharra nos pone banda sonora al paseo que finalizamos descansando a la sombra de unas encinas que protegen la valla de piedra del Montecillo, saludos, jabeños.
Delante de nosotros, las cogutas, van dando saltitos con sus moños coronando sus cabezas y el entorno mañanero se llena de trinos de los gorriones, alondras y ruiseñores que saludan al nuevo día que se despereza, la senda esta llena de surcos negros que la atraviesan a cada trecho, son las incansables hormigas que aprovechan el mercado de avena y trigo para atiborrar sus despensas.
Por las mañanas no, pero por la tarde, cuando pasas el paraje de Santa Catalina, a nuestra derecha, en un barbecho interminable y cuando el calor aún hace estragos, el sonido interminable y cansino de una chicharra nos pone banda sonora al paseo que finalizamos descansando a la sombra de unas encinas que protegen la valla de piedra del Montecillo, saludos, jabeños.