Juanico nació en Arjona, Jaén, y comenzamos nuestra amistad hace dos años cuando –digámoslo así- decidimos dejar de trabajar y, buscando nuevas aventuras, nos encontramos casualmente tratando de salvar la vida de un gatillo que se estaba ajogando en una tubería del extrarradio de Madrid: el misino escapó de aquello, pero ahora creo que se me está ajogando Juanico.
“Porque a mí Leganés esto de los gatos me ha perdío”, se queja; y me añade que ha estado 46 años esperando jubilarse para retornar a su pueblo y convivir con su hermana que es soltera como él, y “a ver ahora cómo dejo yo to esto solo, pa que aluego no me trabaje mi conciencia”. Por quitarle hierro al asunto, tomando un chato, le increpo diciéndole que si no se va a Arjona es porque no quiere, “tendrás aquí algún apaño, joé”, le digo jocoso, y entonces, con los ojillos muy brillantes, me contradice y me espeta solemne: “yo siempre he sido omnipotente”. A mí se me derramó el vino a continuación, justo cuando -como tratando innecesariamente de justificar su celibato- me desarma con la cándida confesión de que él sólo ha mantenido relaciones sexuales consigo mismo.
Los gatos callejeros llevan aquí una vida perra: celosos de su libertad tienen mucho miedo al hombre que les maltrata, los captura, los envenena o los delata ante sus verdugos oficiales; a los seis meses de edad una gatita ya puede parir, puede hacerlo tres o cuatro veces al año, y con camadas de cinco o seis gatitos la aritmética nos dice que el grupo de gatos resultante llega a ser insostenible en lugares donde el container, su moderno enemigo, ha impuesto una frontera infranqueable para su alimentación. Así que si no fuera por personas como Juanico, el sufrimiento y la mortandad de estos animales, siendo ya altísimos, serían de un escalofrío vergonzante. En este dilema vive mi amigo: su hermana le espera en el pueblo para mitigar los golpes de su soledad, y él -víctima de una ansiedad preocupante- se siente incapaz de abandonar a su suerte a esta colonia de gatos a la que provee de pienso seco, latas de atún en escabeche, algún lácteo y, sobre todo, agua: porque uno de los grandes problemas de los gatos -tanto o más que el comer- es dónde beber durante el verano, habiendo muchas veces que mueren en el intento por conseguirlo.
Descartada la ayuda del Ayuntamiento, “porque estamos desbordados”, (en la colonia nuestra logran mantenerse vivos una media de veinte animalitos, más los tímidos que no se dejan ver) nos aconsejan –en la visita que hacemos a su departamento de Protección Animal- que nos pongamos al habla con alguna asociación –“GATA”, por ejemplo - donde practiquen un método al que se le conoce con el nombre de… (aquí, la pijaaparte que nos informa, al pronunciarlo se yergue para entonarlo con voz engolada) TRAP-NEUTER-RETURN: “amos, enjaular a los gatos, esterilizarlos y aluego darlos larga otra vez, ¿qué te parece, Juanico?”. En los dos años que le llevo observando nunca le había visto reír con tantas ganas, pero “mire usté, señorita, asín se va a acabá la vida en el mundo, ¿va a dejá usté a los gatos hueros como yo....?, ¡hay que joerse!”, contesta entre carcajadas.
Esta tarde, casi anochecido, que es cuando yo –intermitentemente- suelo ejercer de monaguillo en esa liturgia diaria que oficia Juanico para salvar a este mundo, su abatimiento era total. Ha parado abruptamente la tarea de higiene en los bebederos y, luego de invitarme a sentarme junto a él en un cimbranto pleno de grama, me ha trasladado con toda solemnidad el grito amenazante de su hermana: “ ¡O LOS GATOS…., O YO!”, ha tronado el móvil desde Arjona, “y ésta es mu cojonúa”, añade temeroso. A él, que tiene pesadillas por las noches y sueña con un sinnúmero de gatos escuálidos maullando a su alrededor implorándole misericordiosamente agua y comida, este ultimátum lo ha debido sumir en el terreno más lacerante de su angustia. Y dicho esto, como iluminado por ese ángel felino que también asegura visionar en sus pesadillas, me ha mirado a los ojos –como engatusándome- para anunciar que posee la solución perfecta: “TÚ, LEGANÉS, TE QUEDAS CON LOS GATOS Y YO ME VOY P’ARJONA CON MI HERMANA”.
No soy tan generoso como para querer asumir esto, y sólo con el hecho de oír tamaña propuesta creo que me acaba de transferir su ansiedad, ya veremos esta noche si también sus pesadillas y quién sabe si en el futuro su dilema. O yo se lo he usurpado, no lo sé muy bien: el tema queda abierto.
,,,,, Un abrazo a to el jabeñerío,
“Porque a mí Leganés esto de los gatos me ha perdío”, se queja; y me añade que ha estado 46 años esperando jubilarse para retornar a su pueblo y convivir con su hermana que es soltera como él, y “a ver ahora cómo dejo yo to esto solo, pa que aluego no me trabaje mi conciencia”. Por quitarle hierro al asunto, tomando un chato, le increpo diciéndole que si no se va a Arjona es porque no quiere, “tendrás aquí algún apaño, joé”, le digo jocoso, y entonces, con los ojillos muy brillantes, me contradice y me espeta solemne: “yo siempre he sido omnipotente”. A mí se me derramó el vino a continuación, justo cuando -como tratando innecesariamente de justificar su celibato- me desarma con la cándida confesión de que él sólo ha mantenido relaciones sexuales consigo mismo.
Los gatos callejeros llevan aquí una vida perra: celosos de su libertad tienen mucho miedo al hombre que les maltrata, los captura, los envenena o los delata ante sus verdugos oficiales; a los seis meses de edad una gatita ya puede parir, puede hacerlo tres o cuatro veces al año, y con camadas de cinco o seis gatitos la aritmética nos dice que el grupo de gatos resultante llega a ser insostenible en lugares donde el container, su moderno enemigo, ha impuesto una frontera infranqueable para su alimentación. Así que si no fuera por personas como Juanico, el sufrimiento y la mortandad de estos animales, siendo ya altísimos, serían de un escalofrío vergonzante. En este dilema vive mi amigo: su hermana le espera en el pueblo para mitigar los golpes de su soledad, y él -víctima de una ansiedad preocupante- se siente incapaz de abandonar a su suerte a esta colonia de gatos a la que provee de pienso seco, latas de atún en escabeche, algún lácteo y, sobre todo, agua: porque uno de los grandes problemas de los gatos -tanto o más que el comer- es dónde beber durante el verano, habiendo muchas veces que mueren en el intento por conseguirlo.
Descartada la ayuda del Ayuntamiento, “porque estamos desbordados”, (en la colonia nuestra logran mantenerse vivos una media de veinte animalitos, más los tímidos que no se dejan ver) nos aconsejan –en la visita que hacemos a su departamento de Protección Animal- que nos pongamos al habla con alguna asociación –“GATA”, por ejemplo - donde practiquen un método al que se le conoce con el nombre de… (aquí, la pijaaparte que nos informa, al pronunciarlo se yergue para entonarlo con voz engolada) TRAP-NEUTER-RETURN: “amos, enjaular a los gatos, esterilizarlos y aluego darlos larga otra vez, ¿qué te parece, Juanico?”. En los dos años que le llevo observando nunca le había visto reír con tantas ganas, pero “mire usté, señorita, asín se va a acabá la vida en el mundo, ¿va a dejá usté a los gatos hueros como yo....?, ¡hay que joerse!”, contesta entre carcajadas.
Esta tarde, casi anochecido, que es cuando yo –intermitentemente- suelo ejercer de monaguillo en esa liturgia diaria que oficia Juanico para salvar a este mundo, su abatimiento era total. Ha parado abruptamente la tarea de higiene en los bebederos y, luego de invitarme a sentarme junto a él en un cimbranto pleno de grama, me ha trasladado con toda solemnidad el grito amenazante de su hermana: “ ¡O LOS GATOS…., O YO!”, ha tronado el móvil desde Arjona, “y ésta es mu cojonúa”, añade temeroso. A él, que tiene pesadillas por las noches y sueña con un sinnúmero de gatos escuálidos maullando a su alrededor implorándole misericordiosamente agua y comida, este ultimátum lo ha debido sumir en el terreno más lacerante de su angustia. Y dicho esto, como iluminado por ese ángel felino que también asegura visionar en sus pesadillas, me ha mirado a los ojos –como engatusándome- para anunciar que posee la solución perfecta: “TÚ, LEGANÉS, TE QUEDAS CON LOS GATOS Y YO ME VOY P’ARJONA CON MI HERMANA”.
No soy tan generoso como para querer asumir esto, y sólo con el hecho de oír tamaña propuesta creo que me acaba de transferir su ansiedad, ya veremos esta noche si también sus pesadillas y quién sabe si en el futuro su dilema. O yo se lo he usurpado, no lo sé muy bien: el tema queda abierto.
,,,,, Un abrazo a to el jabeñerío,