Sabes Diora, recuerdo ahora una estrofa de una canción titulada “La derrota” del viejo ranchero Vicente Fernández: “Por no medir los pasos que tomaba / por eso es que llegó la derrota. / Le hice una traición a quien amaba / y ahora estoy con el alma rota”. Viene a cuento porque siempre he encontrado una trágica belleza en la derrota, en el dramatismo existencialista del descalabro.
Y estoy saturado de que el empresario Pérez, ese tal Florentino que ha convertido el palco del Bernabéu en la Escopeta Nacional, en su tournèe por televisiones, radios, prensa digital y manoseable, haga gala siempre de un asqueroso triunfalismo con sus empalagosos eslóganes: “El mejor club del mundo siempre está obligado a ganar”, “Los mejores jugadores siempre quieren venir al mejor club del mundo”… Un tipo grimoso y pastelero hasta la náusea, y si esta especie de sacristán jubilado ha llegado a ser un empresario de éxito no sería extraño que tú, a quien precisamente Dios no ha premiado con grandes dotes dramáticas, seas recompensada algún día con un Oscar.
Vivimos en un mundo extraño, niña, he conocido a muchos políticos e intelectuales que rebajaron mucho sus ideales con un solo disolvente: el dinero. ¡Qué asco me dais todos, joder!
Y estoy saturado de que el empresario Pérez, ese tal Florentino que ha convertido el palco del Bernabéu en la Escopeta Nacional, en su tournèe por televisiones, radios, prensa digital y manoseable, haga gala siempre de un asqueroso triunfalismo con sus empalagosos eslóganes: “El mejor club del mundo siempre está obligado a ganar”, “Los mejores jugadores siempre quieren venir al mejor club del mundo”… Un tipo grimoso y pastelero hasta la náusea, y si esta especie de sacristán jubilado ha llegado a ser un empresario de éxito no sería extraño que tú, a quien precisamente Dios no ha premiado con grandes dotes dramáticas, seas recompensada algún día con un Oscar.
Vivimos en un mundo extraño, niña, he conocido a muchos políticos e intelectuales que rebajaron mucho sus ideales con un solo disolvente: el dinero. ¡Qué asco me dais todos, joder!