Estaba perdido en la fantasía de un universo de actrices paranoicas que me impedían ver que existías tú, Mayra, mujer misteriosa convertida en metáfora de toda aspiración inmaterial. Llovía intensamente cuando te descubrí ebrio de sensaciones e invoqué tu nombre en cada esquina, quemando versos en largas madrugadas de invierno, con el punzante tormento de mi mente acostumbrada al desvelo y la soledad. Deseo para ti la gloria vetada para otros mortales, y en este diálogo de sombras que es la vida, proseguiré con en el absurdo oficio de construir sueños en un mundo invisible. Donde estés, amor mío, espérame, que aún llego a tiempo para mostrarte el último rictus de mi desdicha, el verdadero rostro de la verdad. Es sobre tu vientre desnudo donde quiero morir acariciado por tus manos ingrávidas, alumbrado por el cálido halo de cuerpo ¡Qué escenografía tan fastuosa para recrear mi serena agonía!