Recuerdo que me reí mucho cuando en junio de 2011, la actriz, modelo, presentadora y cantante mexicana Aleida Núñez hizo gala de su increíble sensualidad en el programa mexicano TV de Noche, presentado por Coque Muñiz, con quien bailó una lambada. El tal Coque quería demostrar que era un buen bailarín, pero Aleida comenzó a restregar su culo en el paquete del acalorado presentador con movimientos infartantes que acabaron excitando al conductor del programa y provocándole una más que evidente erección. El tipo trató de ocultar con sus manos el bochornoso trance, pero todo fue en vano porque la cosa resultó demasiado palmaria. Luego comentó con humor que “su bicho estaba vivo y coleando”. Y es que Aleida es una bomba.
A ver, Aleida, si el tipo ese se incendió con un simple aunque sensual baile, ¿qué pasaría si compartiera lecho una noche contigo? Puede que te quedaras a dos velas, amor, o tal vez comenzará para él un proceso doloroso de priapismo. Te descubrí, Aleida, a través de un colega mexicano, y tus imágenes pusieron fin a mi vigilia de los viernes de Cuaresma. Comí más carne que el caníbal de Rotemburgo, una insaciable bulimia carnal que me hizo acreedor de un altar en el infierno. Un lugar elevado para las ofrendas y sacrificios, en torno al cual giraban en comunión una fatal lírica de la idiotez y el sufrimiento: maridos traicionados con sonrisas permanentes, vendedores de lluvia, transformistas del verbo, catadores de hiel, pescadores de secano y cazadores de tiros por la culata, bailarines lisiados, payasos sin circo ni jerarquía, constructores de pelotillas de la nariz en los atascos de tráfico… Una fauna variopinta a merced del supremo dictamen de un cíclope ciego. Te he contado alguna vez, Aleida, que la vida es una baratija, la mayor de las estafas.
A ver, Aleida, si el tipo ese se incendió con un simple aunque sensual baile, ¿qué pasaría si compartiera lecho una noche contigo? Puede que te quedaras a dos velas, amor, o tal vez comenzará para él un proceso doloroso de priapismo. Te descubrí, Aleida, a través de un colega mexicano, y tus imágenes pusieron fin a mi vigilia de los viernes de Cuaresma. Comí más carne que el caníbal de Rotemburgo, una insaciable bulimia carnal que me hizo acreedor de un altar en el infierno. Un lugar elevado para las ofrendas y sacrificios, en torno al cual giraban en comunión una fatal lírica de la idiotez y el sufrimiento: maridos traicionados con sonrisas permanentes, vendedores de lluvia, transformistas del verbo, catadores de hiel, pescadores de secano y cazadores de tiros por la culata, bailarines lisiados, payasos sin circo ni jerarquía, constructores de pelotillas de la nariz en los atascos de tráfico… Una fauna variopinta a merced del supremo dictamen de un cíclope ciego. Te he contado alguna vez, Aleida, que la vida es una baratija, la mayor de las estafas.