Leyendo lo escrito por Victoria recuerdo con cariño la biblioteca antigua de nuestro pueblo, para mí fue decisiva en mi afición a la lectura, en unos tiempos en que los libros no eran tan asequibles como ahora, eran mi ventana al mundo. Me traía, los recuerdo perfectamente, hasta los tomos de una enciclopedia color granate que estaban en la parte alta de una estantería lateral.
Isidro, el bibliotecario, era un hombre bastante serio, si íba y estaba en el Ayuntamiento, me dejaba la llave, subía esas escaleras de vértigo y curioseaba por allí hasta encontrar lo que quería, no recuerdo en aquellos tiempos placer mayor que meterme en la cama con un libro que me gustase, estaba hasta las tantas, bueno, hasta que alguno de mis padres abría el ojo y se daban cuenta de que aún tenía yo la luz de mi habitación encendida y me obligaban a apagarla, tiempos felices aquellos.
Isidro, el bibliotecario, era un hombre bastante serio, si íba y estaba en el Ayuntamiento, me dejaba la llave, subía esas escaleras de vértigo y curioseaba por allí hasta encontrar lo que quería, no recuerdo en aquellos tiempos placer mayor que meterme en la cama con un libro que me gustase, estaba hasta las tantas, bueno, hasta que alguno de mis padres abría el ojo y se daban cuenta de que aún tenía yo la luz de mi habitación encendida y me obligaban a apagarla, tiempos felices aquellos.