Como estoy malito con una feroz lumbalgia y veo, por el archivo de mi blog, que ha interesado mucho mi artículo "Arte, violencia y el fantasma de la libertad" (38 lecturas desde que lo comenté ayer aquí), estoy interesado en que se lea también un artículo aún más extenso (microensayo que fue publicado en varias ediciones de un libro colectivo titulado "Somos dos con dignidad") que aborda el gran drama de la violencia machista y para el que fuimos seleccionados una serie de personajes representativos en sus distintas actividades de la cultura y la sociedad extremeña. Volúmen que va ser ampliado en una nueva edición con otro artículo mío titulado "Mujeres cineastas españolas: un largo y proceloso camino hacía la igualdad". Espero que la introducción a modo de prólogo que vuelco aquí les resulte a mis amigos y amigas foreras igual de estimulante:
CINE-ESPEJO DE LA DEFORMACIÓN
Desde la mítica Gilda (1946), excelente película de Charles Vidor que resume perfectamente todas las constantes del cine negro, muy popular, por otra parte, por la destacada y corrosiva escena de la bofetada que el personaje de Glenn Ford da al de Rita Hayworth cuando ésta finaliza la magnífica canción Put the Blane on Mane, el cine, como expresión artística y transgresora, ha sido, en demasiadas ocasiones, el reflejo de las aberraciones, los vicios y la decadencia de una sociedad invitada a asistir desde una butaca, en la semioscuridad de una sala, a los mil rostros de la deformación humana, convirtiéndose a la vez en espejo y pulsión de un tiempo cuya dimensión todo lo destruye: la fe, la esperanza, el amor, la memoria. Si la desbordante carnalidad de la Hayworth, estereotipada femme fatal que se desprende sinuosamente de los largos guantes como preámbulo de un sensual striptease, emerge aún hoy en día como uno de los mayores iconos referenciales para millones de cinéfilos, fetichistas y mitómanos que intercambian miradas cómplices ¿cómo puede uno reaccionar ante esa enfermedad moral devastadora llamada conceptualmente violencia de género? No sé si el terrorismo machista, la violencia doméstica o no doméstica, salvaje e irracional, física o psicológica, ha quedado bien plasmada (entiéndase de manera seria y creíble) en sus múltiples representaciones o punteados fílmicos, pues no se trata de hacer un vano y sesudo ejercicio de memoria, no obstante, me asaltan inquietantes recuerdos.
En una de mis películas de cabecera, Caído del cielo (Out of the blue, 1980), una cinta de culto dirigida e interpretada por el outsider Dennis Hopper, auténtico loser del cine independiente norteamericano, la violencia se eleva como la catarsis definitiva y purificadora en el ambiente de un intenso y desolador drama rural. Calificada por cierta crítica como el último film de la era punk-rock, el maldito Hopper plantea, en una atmósfera infernal, la desesperada situación de una joven atrapada en la encrucijada de su pequeña ciudad y su asfixiante entorno familiar, compuesto por un padre ex presidiario y alcohólico y una madre trastornada y drogadicta, que descargan sobre ella su rabia y frustración. Este originalísimo film, que analiza de manera clínica los registros más bajos del ser humano –incluido abusos sexuales del padre a la hija-, se impone como un canto exasperado del no future, un tratado de comportamientos absurdos alejado del tan cacareado “sueño americano”, que va a desembocar en un pavoroso final, congruente para una situación sin salida. Nueva vuelta de tuerca, otra flamígera y nada piadosa mirada del autor de Easy Rider sobre los abismos de la existencia.
Por la película Acusados (Jonathan Kaplan, 1988), Jodie Foster consiguió su primer Oscar a la Mejor Actriz, pero muchos aficionados ignoran que la preferida por Kaplan para interpretar ese papel era Kim Basinger, pues temía que Jodie no resultase demasiado sexy y atractiva. Basinger declinó la oferta en uno más de los muchos errores que jalonan su irregular carrera cinematográfica. Acusados está rodada en formato casi de telefilm que gracias a sus intérpretes se convierte en un potente y estremecedor drama que nos cuenta la historia de Sarah Tobias (Jodie Foster), una joven solitaria que acumula fracasos sentimentales, frustraciones que ahoga tomando cervezas en la barra de un bar. Precisamente en los billares de uno de esos garitos se topa con un grupo de chicos que la asaltan, agreden y violan repetidamente sobre una máquina de pinball. Conmocionada y ultrajada acude a pedir justicia, pero todos piensan que ha sido ella quien ha provocado la violación. Sarah emprende una dolorosa odisea que le lleva a enfrentarse a todo un sistema judicial con la única ayuda de su abogada, Kathryn Murphy (Kelly McGillis), en pos de conseguir que la justicia condene a los criminales y a los que permitieron con su pasividad que pudieran cometer el crimen.
Como curiosidad contaré que Kelly McGillis, que da oxígeno a la abogada que sirve de apoyo moral y ariete judicial a Foster y que se haría famosa formando pareja con Tom Cruise en Top Gun, fue víctima de una violación cuando en 1982, con 20 años, fue agredida en su casa después de regresar del trabajo. El criminal, un tal Leroy Johnson, de 15 años, fue condenado en 2010 a 50 años de cárcel por otros delitos. En el film, Jodie Foster demuestra que su talento para la interpretación –en ocasiones también para la dirección- es excepcional. Basinger no hubiese podido mejorar los registros de una actuación muy convincente hasta en el ambiguo preludio del crimen, ese inocente coqueteo que jamás, repito, jamás, puede servir de excusa ni justificar una agresión sexual. Su desesperación, sus gestos, su forma de hablar, conforman el retrato medido de una mujer de clase baja perdida en la soledad de su aflicción post-traumática. Kaplan, como buen artesano, crea una ambientación inquietante con la angustia in crescendo en ese bar de carretera, y finalmente, el farragoso itinerario para que se haga justicia y la joven pueda sentirse respetada y limpia.
El artículo completo se puede leer en mi blog o buscar en Google por "VIOLENCIA DE GÉNERO: CINE-ESPEJO DE LA DEFORMACIÓN"
Saludos, con el deseo de que mi trabajo siempre les resulte instructivo y atractivo a todos los que se pasean por este entrañable foro.
CINE-ESPEJO DE LA DEFORMACIÓN
Desde la mítica Gilda (1946), excelente película de Charles Vidor que resume perfectamente todas las constantes del cine negro, muy popular, por otra parte, por la destacada y corrosiva escena de la bofetada que el personaje de Glenn Ford da al de Rita Hayworth cuando ésta finaliza la magnífica canción Put the Blane on Mane, el cine, como expresión artística y transgresora, ha sido, en demasiadas ocasiones, el reflejo de las aberraciones, los vicios y la decadencia de una sociedad invitada a asistir desde una butaca, en la semioscuridad de una sala, a los mil rostros de la deformación humana, convirtiéndose a la vez en espejo y pulsión de un tiempo cuya dimensión todo lo destruye: la fe, la esperanza, el amor, la memoria. Si la desbordante carnalidad de la Hayworth, estereotipada femme fatal que se desprende sinuosamente de los largos guantes como preámbulo de un sensual striptease, emerge aún hoy en día como uno de los mayores iconos referenciales para millones de cinéfilos, fetichistas y mitómanos que intercambian miradas cómplices ¿cómo puede uno reaccionar ante esa enfermedad moral devastadora llamada conceptualmente violencia de género? No sé si el terrorismo machista, la violencia doméstica o no doméstica, salvaje e irracional, física o psicológica, ha quedado bien plasmada (entiéndase de manera seria y creíble) en sus múltiples representaciones o punteados fílmicos, pues no se trata de hacer un vano y sesudo ejercicio de memoria, no obstante, me asaltan inquietantes recuerdos.
En una de mis películas de cabecera, Caído del cielo (Out of the blue, 1980), una cinta de culto dirigida e interpretada por el outsider Dennis Hopper, auténtico loser del cine independiente norteamericano, la violencia se eleva como la catarsis definitiva y purificadora en el ambiente de un intenso y desolador drama rural. Calificada por cierta crítica como el último film de la era punk-rock, el maldito Hopper plantea, en una atmósfera infernal, la desesperada situación de una joven atrapada en la encrucijada de su pequeña ciudad y su asfixiante entorno familiar, compuesto por un padre ex presidiario y alcohólico y una madre trastornada y drogadicta, que descargan sobre ella su rabia y frustración. Este originalísimo film, que analiza de manera clínica los registros más bajos del ser humano –incluido abusos sexuales del padre a la hija-, se impone como un canto exasperado del no future, un tratado de comportamientos absurdos alejado del tan cacareado “sueño americano”, que va a desembocar en un pavoroso final, congruente para una situación sin salida. Nueva vuelta de tuerca, otra flamígera y nada piadosa mirada del autor de Easy Rider sobre los abismos de la existencia.
Por la película Acusados (Jonathan Kaplan, 1988), Jodie Foster consiguió su primer Oscar a la Mejor Actriz, pero muchos aficionados ignoran que la preferida por Kaplan para interpretar ese papel era Kim Basinger, pues temía que Jodie no resultase demasiado sexy y atractiva. Basinger declinó la oferta en uno más de los muchos errores que jalonan su irregular carrera cinematográfica. Acusados está rodada en formato casi de telefilm que gracias a sus intérpretes se convierte en un potente y estremecedor drama que nos cuenta la historia de Sarah Tobias (Jodie Foster), una joven solitaria que acumula fracasos sentimentales, frustraciones que ahoga tomando cervezas en la barra de un bar. Precisamente en los billares de uno de esos garitos se topa con un grupo de chicos que la asaltan, agreden y violan repetidamente sobre una máquina de pinball. Conmocionada y ultrajada acude a pedir justicia, pero todos piensan que ha sido ella quien ha provocado la violación. Sarah emprende una dolorosa odisea que le lleva a enfrentarse a todo un sistema judicial con la única ayuda de su abogada, Kathryn Murphy (Kelly McGillis), en pos de conseguir que la justicia condene a los criminales y a los que permitieron con su pasividad que pudieran cometer el crimen.
Como curiosidad contaré que Kelly McGillis, que da oxígeno a la abogada que sirve de apoyo moral y ariete judicial a Foster y que se haría famosa formando pareja con Tom Cruise en Top Gun, fue víctima de una violación cuando en 1982, con 20 años, fue agredida en su casa después de regresar del trabajo. El criminal, un tal Leroy Johnson, de 15 años, fue condenado en 2010 a 50 años de cárcel por otros delitos. En el film, Jodie Foster demuestra que su talento para la interpretación –en ocasiones también para la dirección- es excepcional. Basinger no hubiese podido mejorar los registros de una actuación muy convincente hasta en el ambiguo preludio del crimen, ese inocente coqueteo que jamás, repito, jamás, puede servir de excusa ni justificar una agresión sexual. Su desesperación, sus gestos, su forma de hablar, conforman el retrato medido de una mujer de clase baja perdida en la soledad de su aflicción post-traumática. Kaplan, como buen artesano, crea una ambientación inquietante con la angustia in crescendo en ese bar de carretera, y finalmente, el farragoso itinerario para que se haga justicia y la joven pueda sentirse respetada y limpia.
El artículo completo se puede leer en mi blog o buscar en Google por "VIOLENCIA DE GÉNERO: CINE-ESPEJO DE LA DEFORMACIÓN"
Saludos, con el deseo de que mi trabajo siempre les resulte instructivo y atractivo a todos los que se pasean por este entrañable foro.