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Comenzaré con unas pinceladas de humor negro, Leganés: ¿sabes qué es lo peor del suicidio? Que si te gusta no puedes repetir. Siguiendo con la cáustica ironía, hubo un tiempo en que, en el Estado del Vaticano, el suicidio estaba castigado con la pena de muerte.

Como siempre, escribo a vuelapluma. Verás, leyendo por enésima vez la biografía de uno de mis héroes atemporales (soy muy mitómano e inventé un juego que consiste en unir retazos de mis más adorados mitos para construir el héroe perfecto), el escritor y dramaturgo japonés Yukio Mishima, cuyas obras El marinero que perdió la gracia del mar, Nieve de primavera, El templo del alba, Caballos desbocados, La corrupción del ángel, han influido de manera dolorosa en mi visión sobre de la decadencia moral y espiritual de occidente, me conmovió una vez más la forma tan trágicamente teatral de quitarse la vida bajo el rito del seppuku, es decir, por desentrañamiento (con el vientre abierto al vacío) y decapitado por uno de sus hombres de confianza.

Iniciándose en las Fuerzas de Autodefensa del Japón, formó posteriormente una milicia privada a modo de legión cuya filosofía, además del estudio y la práctica las artes marciales, hundía sus raíces en la salvaguardia de de la pureza y las tradiciones del Imperio del Sol. Su muerte fue el corolario a su obsesiva denuncia sobre la decadencia de la civilización y cultura nipona por la colonización de Occidente. Mishima murió con 45 años, era uno de los más firmes candidatos al Nobel y es, para quien esto escribe, el mejor escritor japonés de la historia.

Esta reflexión también viene al caso porque durante una sesión de video-club que a veces realizo como terapia para una asociación benéfica, proyecté una película magnífica titulada Yakuza (Sydney Pollack, 1974), en la que se pueden ver claramente los drásticos contrastes entre las costumbres y ritos la civilización oriental y occidental. Al finalizar la proyección, puse el siguiente ejemplo: cuando a un tipo occidental le asaltan los demonios, abre la puerta y mata al primero que pasa. Si a un tipo oriental le asaltan esos mismos demonios, cierra esa misma puerta y se mata a sí mismo.

El caso es que, haciendo inventario, son muchos mis héroes y heroínas que han puesto fin a sus existencia voluntariamente: la escritora y poetisa Sylvia Platz (impresionante su obra "La campana de cristal"); el exquisito poeta Paul Celan; el guitarrista y compositor Kurt Cobain... Llegando a la conclusión de que en mi tarea de construir finalmente ese puzzle sobre el héroe perfecto la imagen que se bosqueja es bastante tétrica. Como tú, no pienso que el suicidio sea un acto cobarde, y me sitúo en la mente de otro de mis héroes trágicos, el loco genial Antonin Artaud, que en "Sur le suicide" escribió: "Dios me ubicó en la desesperación como una constelación de callejones sin salida, dentro de los cuales tu iluminación culmina en mí. Yo no puedo ni morir ni vivir, ni no desear morir o vivir. Y todos los hombres son como yo".

Un abrazo, Leganés, espero que te guste mi respuesta, tus comentarios son siempre muy lúcidos y meditados, y el foro siempre está abierto a cualquier reflexión, sí, ya se que yo jabeñeo poco tal y como tú entiendes eso de jabeñear, pero creo que mis comentarios también interesan a sectores del foro que entienden, al igual que lo haces tú, que unos tienen que tocar la pandereta y otros las castañuelas. Y así aprendemos y nos divertimos todos.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
• De tu respuesta, PRB, me quedo -por ser un retrato que contrapone fielmente la alharaca occidental al intimismo de oriente- con ese contraste del matar y del matar-se en iguales circunstancias que, a manera de ejemplo o corolario, le contaste a tus amigos después de la proyección de “Yacuza” y que tan bien define la fachada de esas dos civilizaciones.

Por cierto, hablando de japoneses geniales, si Yukio Mishima no consiguió el Nobel de literatura, por su premura en suicidarse, su compatriota ... (ver texto completo)