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LA HABA: Jarto de bicicleta, y con esa seguridad que teníamos...

Jarto de bicicleta, y con esa seguridad que teníamos los niños dentonces cuando averiguamos que a más trabajo más dinero, me planté donde la Aurora de Tapia, Q. E. P. D., y le dije que quería una moto: firmé doce letras de no sé cuántas pta. cada una y me llevé a casa una “Mobilette 49 c. c.”; era sábado y yo me sentí como un capitán general. El domingo y el lunes los empleé en aprender a montarla por el prado de “Lacrú del millaero”, también llamada Cruz del Humilladero. Y tuve tiempo y dinero, puestos a romper, para comprarme un pantalón de color lino crudo y una camisa negra, negra “como un negro malo de Guinea”, en fin, todo nuevo, de pe a pa.

El día 25 de julio de 1967, quera martes, como bien recordará mi amigo Alonso Reyes Martín, “Alonso el del Montecillo”, se celebraba en Villanueva la fiesta de Santiaguito, y nosotros -exultante pareja mecanizada- íbamos decididamente a conquistar a cuantas seronas se nos pusieran enfrente: moto, ropa destreno, un paquete de celtas cortos en un bolsillo, veinte duros enelotro, lavaos de bajos por si las moscas, afeitaos con dos pases de cuchilla (pa pegar los carrillos), perfumaos con “Varón Dandy”, pelo de carbón hasta los hombros, forasteros, sabiendo bailar ye-ye, y, sobre todo, sabiéndonos enterita la letra de "Black Is Black" en inglés botello-macarrónico…., ¿había algo o alguien que pudiera frenar a esos dos envases de seducción jabeños?..... ¡AMOH ANDA!

No sé, no sé, pensaba. Pues ya con Alonso cogido a mi cintura, y sintiendo el rugir de la moto como un cómplice grito del corazón de la máquina en su alianza de acompañarnos hacia la cumbre del triunfo, percibí -como otras veces- aquella consabida alerta de mis intestinos: porque, cuando chico, un retortijón de mis tripas era siempre el anuncio indescifrable de un mal presagio.

Y al bajar a más de 50 por hora la cuesta de losocalitos, aquella moto sespantó y nos tiró por sus orejas: Alonso quedó conmocionao unos segundos porque se golpeó con su cabeza en la calzada, y yo caí de culo y rodé mucho: adiós pantalón, adiós camisa, adiós amotillo, adiós Santiaguito. Nos observamos recíprocamente, asustados, semiempelotos: cómo volver fracasados y hechos un Eccehomo desnudo al pueblo, nos preguntábamos desvalidos; abandonamos la moto –toa retuerta- en la cuneta y buscamos auxilio a la sombra de una casa con huerta que los Arévalos tenían ubicada justo detrás del bosquecillo de eucaliptos en cuyos troncos solíamos dibujar aquellos primeros corazones. El hortelano aquél nos recibió entre sorprendido y gozoso: nos cosió como pudo nuestras ropas, nos lavó la sangre de las heridas (quera mucha) y nos tocó el culo a los dos, pero que mu bien tocao. Aluego esperamos la noche como el que espera un antifaz para adentrarnos cabizbajos en el pueblo: el desencanto y la tristeza se apoderó de nosotros, fue una pena, jejeje.

El cuentakilómetros de la moto marcaba 12, uno por cada letra firmada: ahora vas y lo cuentas en casa.

Buenas noches a to el jabeñerío,