…Continuación, viene del 6-3-2014,
La familia del jabeño, que desde julio de 1936 sufría el desasosiego y la desesperanza por la desaparición de él mismo y de su padre –y ya estamos hablando de finales de 1945- recibió la noticia de su detención como un alivio más que como una desgracia. Desde Córdoba, se desplazó a Madrid un hermano de Paco para visitarlo en la Dirección General de Seguridad: habían transcurrido ocho largos años desde la última vez que lo vio. A Rufino Mera, que así se llamaba su hermano menor, le costó admitir que el hombre que tenía enfrente era el Paco que retenía en su memoria: el otrora frágil adolescente aparecía como un adulto de piel curtida, altísimo, con barba desaliñada y la frente surcada por arrugas que en nada se correspondían con la cronología de sus 25 años. Y es que la edad biológica de Paco estaba más definida por sus inefables vivencias que por los años transcurridos según el calendario.
Además, la imagen de Paco en el calabozo, a pesar de haber transcurrido algunos días desde su detención, mostraba los rescoldos que deja la tortura, el insomnio y la incertidumbre; después de confirmarle la muerte de su padre en Pozoblanco, le añadió a su hermano -entre risas y lágrimas- que se había casado en Francia y que su mujer, Anita, le esperaba -ajena a su detención- en Toulouse con un su hijo de meses al que habían puesto el nombre de Carlos. Le confesó su desgarradora impresión de que la dirección del PCE le había traicionado entregándole a la policía franquista con la escenificación de una misión-trampa que le iba a costar la vida: “porque espero que me fusilen”, le dijo antes de despedirse.
Carrillo, en una campaña inmisericorde para barrer del interior cualquier vestigio que sustentara la memoria de su contrincante político Jesús Monzón, desacreditó la figura de éste acusándole de carlista, de agente infiltrado al servicio de los británicos y otros desmanes, y a Paco, que había mostrado insistentes indicios de acercarse al Cristianismo sin abdicar de su utopía revolucionaria y marxista, se le acusó de “meaplilas al servicio de los rebeldes franquistas” y de haber delatado a los compañeros que con él fueron enviados a Madrid para organizar las Agrupaciones Guerrilleras Urbanas, unas células organizadas que se encargarían, violencia incluida, de mermar la estabilidad del régimen del Difunto: Paco estaba abatido por esta acusación, más que por la detención misma. Le pidió a su hermano el acogimiento de su mujer e hijo hasta dilucidarse las consecuencias de su detención: y así se hizo trayéndolos a España.
Sorprendentemente, la condena de Paco a 12 años de cárcel se circunscribió a dar por probado que había entrado en España sin documentación, con la intención de promover mediante la propaganda subversiva la agitación social en los cinturones industriales del Madrid de entonces, en Vallecas y Villaverde, donde estaban radicadas, entre otras, las empresas Telefunken, Marconi y Aristrain. Nada salió a colación de su militancia comunista y su muy activa participación en la “Operación Reconquista de España” por el Valle de Arán (él lo hizo por Navarra) que le hubieran abocado a un juicio sumario con un seguro fusilamiento: alguien tiene dicho que por entonces a Paco Mera ya le protegía una parte muy comprometida con el mundo obrero de la poderosa jerarquía de la Iglesia, la facción que intentaba vivir acorde con las bases del Concilio Vaticano II.
Ya en la cárcel, en los pensamientos de Paco Mera, cada vez más, resurgía ese margen de incertidumbre que nos concedemos los agnósticos respecto al más allá. Convencido de que el marxismo no es, ni muchísimo menos, incompatible con la fe, con ninguna fe, y menos con el mandato del Evangelio (“Dios nunca se olvida de un buen marxista”, mantiene mi amigo el filósofo extremeño Matías Cáceres), y Paco, que en los frentes de Guerra habló mucho sobre Cristianismo y Marxismo con el gran Tomás Malagón, y posteriormente con ese gran personaje que fue Guillermo Rovirosa (Vilanova i la Geltrú 1897, Madrid 1964), del que se haría amigo íntimo, estaba iniciando un nuevo camino por el que iba a transitar, con muchísimas dificultades, hasta el final de su vida: llevar el Marxismo al Cristianismo, o viceversa, para cambiar una sociedad mediante la Filosofía y el Testimonio Evangélico. Tenía 25 años intensamente vividos y una condena de cárcel de 12 años por delante que comenzó a consumir en los albores de 1946: este año, Rovirosa y Malagón, con directrices de la Iglesia Católica no alineada con el Difunto, reciben el apoyo para crear asociaciones religiosas laicas que intenten desligar la verdadera Iglesia de Cristo del régimen franquista: iban a nacer la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) y las JOC (Juventudes Obreras Católicas). LA IZQUIERDA REAL Y EL CRISTIANISMO DE BASE VAN A IRRUMPIR EN LA PROPIA IGLESIA, EN LA UNIVERSIDAD, EN LAS FÁBRICAS Y ALLÁ DONDE PUDIERA LIBRARSE LA BATALLA POR UNA JUSTICIA HUMANA QUE NEGABA EL RÉGIMEN DEL DIFUNTO: y Paco Mera va ser uno de sus más significados líderes.
(¿Os cansa esto, jabeños?)……, pues continuará.
La familia del jabeño, que desde julio de 1936 sufría el desasosiego y la desesperanza por la desaparición de él mismo y de su padre –y ya estamos hablando de finales de 1945- recibió la noticia de su detención como un alivio más que como una desgracia. Desde Córdoba, se desplazó a Madrid un hermano de Paco para visitarlo en la Dirección General de Seguridad: habían transcurrido ocho largos años desde la última vez que lo vio. A Rufino Mera, que así se llamaba su hermano menor, le costó admitir que el hombre que tenía enfrente era el Paco que retenía en su memoria: el otrora frágil adolescente aparecía como un adulto de piel curtida, altísimo, con barba desaliñada y la frente surcada por arrugas que en nada se correspondían con la cronología de sus 25 años. Y es que la edad biológica de Paco estaba más definida por sus inefables vivencias que por los años transcurridos según el calendario.
Además, la imagen de Paco en el calabozo, a pesar de haber transcurrido algunos días desde su detención, mostraba los rescoldos que deja la tortura, el insomnio y la incertidumbre; después de confirmarle la muerte de su padre en Pozoblanco, le añadió a su hermano -entre risas y lágrimas- que se había casado en Francia y que su mujer, Anita, le esperaba -ajena a su detención- en Toulouse con un su hijo de meses al que habían puesto el nombre de Carlos. Le confesó su desgarradora impresión de que la dirección del PCE le había traicionado entregándole a la policía franquista con la escenificación de una misión-trampa que le iba a costar la vida: “porque espero que me fusilen”, le dijo antes de despedirse.
Carrillo, en una campaña inmisericorde para barrer del interior cualquier vestigio que sustentara la memoria de su contrincante político Jesús Monzón, desacreditó la figura de éste acusándole de carlista, de agente infiltrado al servicio de los británicos y otros desmanes, y a Paco, que había mostrado insistentes indicios de acercarse al Cristianismo sin abdicar de su utopía revolucionaria y marxista, se le acusó de “meaplilas al servicio de los rebeldes franquistas” y de haber delatado a los compañeros que con él fueron enviados a Madrid para organizar las Agrupaciones Guerrilleras Urbanas, unas células organizadas que se encargarían, violencia incluida, de mermar la estabilidad del régimen del Difunto: Paco estaba abatido por esta acusación, más que por la detención misma. Le pidió a su hermano el acogimiento de su mujer e hijo hasta dilucidarse las consecuencias de su detención: y así se hizo trayéndolos a España.
Sorprendentemente, la condena de Paco a 12 años de cárcel se circunscribió a dar por probado que había entrado en España sin documentación, con la intención de promover mediante la propaganda subversiva la agitación social en los cinturones industriales del Madrid de entonces, en Vallecas y Villaverde, donde estaban radicadas, entre otras, las empresas Telefunken, Marconi y Aristrain. Nada salió a colación de su militancia comunista y su muy activa participación en la “Operación Reconquista de España” por el Valle de Arán (él lo hizo por Navarra) que le hubieran abocado a un juicio sumario con un seguro fusilamiento: alguien tiene dicho que por entonces a Paco Mera ya le protegía una parte muy comprometida con el mundo obrero de la poderosa jerarquía de la Iglesia, la facción que intentaba vivir acorde con las bases del Concilio Vaticano II.
Ya en la cárcel, en los pensamientos de Paco Mera, cada vez más, resurgía ese margen de incertidumbre que nos concedemos los agnósticos respecto al más allá. Convencido de que el marxismo no es, ni muchísimo menos, incompatible con la fe, con ninguna fe, y menos con el mandato del Evangelio (“Dios nunca se olvida de un buen marxista”, mantiene mi amigo el filósofo extremeño Matías Cáceres), y Paco, que en los frentes de Guerra habló mucho sobre Cristianismo y Marxismo con el gran Tomás Malagón, y posteriormente con ese gran personaje que fue Guillermo Rovirosa (Vilanova i la Geltrú 1897, Madrid 1964), del que se haría amigo íntimo, estaba iniciando un nuevo camino por el que iba a transitar, con muchísimas dificultades, hasta el final de su vida: llevar el Marxismo al Cristianismo, o viceversa, para cambiar una sociedad mediante la Filosofía y el Testimonio Evangélico. Tenía 25 años intensamente vividos y una condena de cárcel de 12 años por delante que comenzó a consumir en los albores de 1946: este año, Rovirosa y Malagón, con directrices de la Iglesia Católica no alineada con el Difunto, reciben el apoyo para crear asociaciones religiosas laicas que intenten desligar la verdadera Iglesia de Cristo del régimen franquista: iban a nacer la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) y las JOC (Juventudes Obreras Católicas). LA IZQUIERDA REAL Y EL CRISTIANISMO DE BASE VAN A IRRUMPIR EN LA PROPIA IGLESIA, EN LA UNIVERSIDAD, EN LAS FÁBRICAS Y ALLÁ DONDE PUDIERA LIBRARSE LA BATALLA POR UNA JUSTICIA HUMANA QUE NEGABA EL RÉGIMEN DEL DIFUNTO: y Paco Mera va ser uno de sus más significados líderes.
(¿Os cansa esto, jabeños?)……, pues continuará.