LA HABA: ¡ADEU, CATALUNYA! BUENOS DÍAS TRISTEZA...

¡ADEU, CATALUNYA! BUENOS DÍAS TRISTEZA
Que la independencia sería un desastre para Cataluña no hay un solo economista de prestigio que lo ponga en duda, pero eso es algo de lo que también son conscientes los que de una manera irresponsable la reivindican. De hecho, hay muchos líderes (culturales, empresariales y políticos) dentro de la sociedad catalana que están mostrando su inquietud, y se sabe que tras el biombo de la hipocresía, existen voces autorizadas en la misma Convergencia que andan muy preocupadas, entre otras cosas porque todo el desgaste está siendo para ellos y sólo hay un político y un partido que está sacando tajada de este fantasmal órdago: Oriol Junquera y ERC. Como siempre, todo se reduce a la pasta, al poder económico. En los ocho años de gobierno del tripartito, el déficit se multiplicó por cuatro, las cuentas de la Generalitat no cuadran y la sociedad civil vive atenazada pagando sus errores en forma de recortes salvajes e impuestos indiscriminados. Tal vez, esa sea la gran preocupación, que la sociedad civil anestesiada no despierte y siga dejándose intoxicar por las alucinaciones y el aldeanismo reduccionista de unos gurús de medio pelo que van a hipotecar su futuro y el de sus hijos.

Existe un bloque constitucional compacto formado por PP/PSOE, mientras esto siga siendo así, la Unión Europea no va a dar ni una sola oportunidad a Cataluña para ingresar en su selecto club. Sinceramente, a mí me dolería ver a esta hermosa comunidad vagando sin rumbo por un espacio etéreo como la chatarra espacial en la película Gravity, más si pienso en el nivel de independencia del que ya gozan, con una identidad, una cultura y una lengua propia. Son tan independientes que ni siquiera acatan las sentencias del Tribunal Supremo. Conocí los últimos coletazos de una Barcelona bohemia que me encantaba, y no hace falta que subraye que Cataluña es una tierra que amo, que pasé allí unos años importantes de mi vida que me ayudaron a crecer en todos los sentidos y que, por supuesto, su tradición cultural ha influido en mi formación intelectual de manera decisiva. Del mismo modo que esto es innegable, también lo es que, en todos esos años deambulando por allí, nunca me encontré con ningún superhéroe, nadie tenía superpoderes, sólo vi gente normal, como en todas partes, con sus aspiraciones, preocupaciones, ilusiones, tribulaciones y desvelos.

He de confesar que nunca he creído en la mitología catalanista, pero yo he aprendido a respetar incluso aquello en lo que no creo, y siempre me ha provocado una gran pereza sumergirme en sus orígenes románticos, en su mística y simbolismo. Al nacionalismo, como al fascismo, se le hace necesario inventar una mitología heroica y visceral, pero no es hora de dilucidar si la leyenda de Wifredo el Velloso y su sangre sobre la tela dorada es verdadera o falsa, si la sardana la inventó un tal José Ventura nacido en Alcalá la Real (Jaén) y comandante del ejército, ni siquiera de hurgar en la historia para ponernos de acuerdo en si la guerra de 1714 entre candidatos de las dinastías borbónicas y de Austria fue una guerra de secesión o de sucesión. El momento crucial que vivimos nos exige altura de miras, un esfuerzo más importante y una reflexión serena.

No hace mucho, un amigo mexicano me confesaba que dejó de creer en Dios cuando se derrumbó la techumbre de una iglesia en El Salvador matando a un buen número de feligreses. Toda rendición necesita su excusa. Yo nunca la necesité para no creer en los nacionalismos, que sólo son una lucrativa fantasía que sin pudor comercia con los sentimientos. La realidad es que Cataluña ya no es la fábrica de España, los catalanes han visto menguar drásticamente su tejido productivo, la voluntad de los políticos está en manos de las multinacionales y con el dinero público se financia una nueva clase nacionalista que sólo atiende a los intereses bastardos de su propio chiringuito. Nadie debe dudar de que hubo un tiempo en que la lengua catalana –lindo idioma- fue perseguida y discriminada, pero no es menos cierto que ahora está ocurriendo lo contrario con el castellano, y el adoctrinamiento en los centros educativos está resultando devastador; he llegado a ver a un alcalde de ERC arengar a unos niños para que entonaran salvas a la independencia (como si fueran las juventudes hitlerianas) y en la Colonia Güell existe una placa en homenaje a un terrorista al que llaman “patriota catalán”. Hay quien piensa que Cataluña no quiere la independencia, que lo que en realidad anhela es que toda España sea Cataluña, pero a mí lo que me asquea es que siempre me estén señalando las diferencias y todo el mundo se olvide de lo que realmente nos une, que con toda probabilidad es mucho más de lo que nos separa. Como Antonio Muñoz Molina, pienso que esos países inventados por los políticos con sus lujosos parlamentos, televisiones, empresas públicas, jefes de protocolo, caravanas de coches oficiales y enjambres de altos cargos, sólo ahorran en lo que para una sociedad es fundamental: la enseñanza, la asistencia sanitaria y la investigación científica. Nunca en reducir sus fastos, sueldos, prebendas, los lujos de su cortijo e insultantes ensoñaciones.

Llegados a este punto, creo, sinceramente, que sería más divertido seguir juntos aun llevándonos mal, con todos esos tópicos entre comunidades y las gilipolleces entre el Real Madrid y el Barça. De no ser así, y si en el referéndum del 9 de noviembre una mayoría decisiva vota a favor de la independencia, se les debe ofrecer la posibilidad de marcharse ¿Alguien me quiere explicar qué pierde en un plano social, cultural o económico un extremeño con la independencia de Cataluña? Absolutamente nada, por el contrario, tal vez sea una oportunidad, dada las infraestructuras que se han creado en los últimos años y lo cerca que estamos de la capital, para aprovechar los inmensos recursos y posibilidades de nuestra tierra. Además, Cataluña seguirá estando ahí, para quien quiera seguir visitándola o despreciándola. Insisto, cada día que pasa me asquea un poco más vivir en este país, y también cada día que pasa amo más al hombre sin identidad, al apátrida, al clandestino. En un plano emocional la ruptura me provocará una lacerante aflicción, una melancolía incisiva, aunque no me quedará más remedio que sacar mi pañuelo y suspirar murmurando ¡Adeu Catalunya! Buenos días tristeza.