Escuchando al personal.
Han tenido que transcurrir más de diez años, desde el 22 de octubre de 2003 hasta el 17 de febrero de 2014, que se dice pronto, para conseguir que un antiguo molino digno de cualquier museo etnográfico haya terminado triturado en una chatarrería a causa de una decisión ajena tanto al cedente, un paisano jabeño, como al cesionario, el Ayuntamiento de La Haba. No vengo a juzgar a nadie, ¡por la virgen de Lantigua que es asín!, quede muy claro, queso ni me gusta ni me corresponde, pero sí a constatar qué ha puesto cada cual de su parte para estropear irreversiblemente una mu buena iniciativa en la que hay un solo perdedor: el jabeñerío.
La persona que donó el molino altruistamente y la Corporación que gustosamente lo aceptó, actuaron desde el principio de buena fe y, administrativamente hablando, de manera impecable pues dieron forma a la cesión redactando y suscribiendo un documento oficial que de manera clara y precisa recogía las condiciones en las que aquélla se llevaría a cabo.
El hecho es que el pasado septiembre de 2013, resulta que el molino (depositado temerariamente durante diez años en una finca ajena al ayuntamiento, aun disponiendo éste de inmuebles más que suficientes y adecuados para haberlo custodiado de manera más eficaz), el molino, decía, es vendido a cambio de una cantidad de dinero cercana a los 900 euros por decisión de un familiar directo del propietario de la finca citada.
Para más señas, el transporte del tan reiterado molino desde la finca a la chatarrería, se hizo a través de un transporte jabeño a la luz del día y a la vista de quien casualmente pudiera verlo. Esto viene a colación porque cuando el cedente dijo haberse dado cuenta (“de los primeros, en seguida”) de la desaparición del molino, se confundía: pues ya lo sabía medio pueblo. Así y todo, no pongo en duda su cándida creencia ni su percepción de que al contárselo al Sr. Alcalde, éste se quedara sorprendido e impactado por lo que escuchaba. Será por eso de que el último en enterarse es el…….., el doliente.
Han tenido que transcurrir más de diez años, desde el 22 de octubre de 2003 hasta el 17 de febrero de 2014, que se dice pronto, para conseguir que un antiguo molino digno de cualquier museo etnográfico haya terminado triturado en una chatarrería a causa de una decisión ajena tanto al cedente, un paisano jabeño, como al cesionario, el Ayuntamiento de La Haba. No vengo a juzgar a nadie, ¡por la virgen de Lantigua que es asín!, quede muy claro, queso ni me gusta ni me corresponde, pero sí a constatar qué ha puesto cada cual de su parte para estropear irreversiblemente una mu buena iniciativa en la que hay un solo perdedor: el jabeñerío.
La persona que donó el molino altruistamente y la Corporación que gustosamente lo aceptó, actuaron desde el principio de buena fe y, administrativamente hablando, de manera impecable pues dieron forma a la cesión redactando y suscribiendo un documento oficial que de manera clara y precisa recogía las condiciones en las que aquélla se llevaría a cabo.
El hecho es que el pasado septiembre de 2013, resulta que el molino (depositado temerariamente durante diez años en una finca ajena al ayuntamiento, aun disponiendo éste de inmuebles más que suficientes y adecuados para haberlo custodiado de manera más eficaz), el molino, decía, es vendido a cambio de una cantidad de dinero cercana a los 900 euros por decisión de un familiar directo del propietario de la finca citada.
Para más señas, el transporte del tan reiterado molino desde la finca a la chatarrería, se hizo a través de un transporte jabeño a la luz del día y a la vista de quien casualmente pudiera verlo. Esto viene a colación porque cuando el cedente dijo haberse dado cuenta (“de los primeros, en seguida”) de la desaparición del molino, se confundía: pues ya lo sabía medio pueblo. Así y todo, no pongo en duda su cándida creencia ni su percepción de que al contárselo al Sr. Alcalde, éste se quedara sorprendido e impactado por lo que escuchaba. Será por eso de que el último en enterarse es el…….., el doliente.