No me alcanza la memoria, “mch”, más allá de finales de los años cincuenta, pero he de decirte quentonces un jabeño que no supiera segar, jejeje, no era un “hombre completo”. Como medio pueblo sabe, en Magacela eschangaron dos novios a punto de casarse porque, según dijo la novia,: “mi padre me ha dicho que no puedo casarme contigo porque no sabes segar”……, aluego, la madre dél le contestaría: “ ¡POS QUE LE CASEN CON LA MÁQUINA DE LA SEÑÁ AMELIA, QUE SIEGA Y ATA!”, ¡jejeje!
Como te conté un día, el tractor “mató” a la Feria de Marzo, y la segadora acabó con la tarea entrañable de la siega manual; y la cosechadora con la trilla, la limpia y la era: y así sucesivamente. Entiéndaseme bien, todo vino a mejorar las condiciones de vida del jabeñerío, pero aquí estamos ahora contando lo entrañable.
Si La Jaba tuviera -dentro de la Casa de la Cultura- un pequeño espacio etnográfico…., podríamos explicar mu gráficamente a las nuevas generaciones qué era la siega y cómo iban ataviados los que la acometían, los segadores:
Calzaban unas abarcas con suela de cuero, también de caucho, que se sujetaban a los pies mediante cordones o simples cuerdas de pita; en la mano izquierda, los queran diestros, para evitar “jifes” se proveían de un dedil de madera y cuero que resguardaba los dedos meñique, anular y medio, dejando libres el índice y el pulgar para “bracear” los tallos del cereal a segar (normalmente cebada, trigo, avena o centeno); algunos, los más cautos, se resguardaban la muñeca izquierda y el pecho con lona o “material”, todo ello para empuñar con menos riesgo el indispensable jocino con empuñadura de madera y hoja afilada de acero con el que a “golpes” limpios iban segando “manojos”, con estos se hacían “gavillas” y, aluego, con estas un “jaz” (normalmente, los “jaces” los componía un “ataó”, cuando la extensión de la sementera requería varios braceros, todos ellos dirigidos por un manijero o capataz, hombre de confianza del dueño: aunque en nuestro pueblo estas tareas eran ejecutadas en general por la propia familia dado que apenas existían terratenientes). Los jaces eran cargados en un carro, con las espigas convenientemente dispuestas para que no se desgranaran hacia fuera, y de allí se trasladaban a la “parva” (en la era) donde eran triturados con el “trillo” para después, cuando soplara el viento, proceder a la “limpia” separando la paja del grano mediante el aventeo con bieldos, bieldas, o incluso cribas y cribones: y el grano al costal y la paja al pajar. Recuerdo el ajetreo de los carros, las mulas, bieldos y jorcas, y a los labraores con pañuelos anudados en la cabeza encerrando la paja a sabiendas quera el pan de invierno pa las bestias.
La siega, “mch”, dado el calor, la duración de la jornada, la falta de sombra y el ritmo de trabajo que imponía el manijero a la cuadrilla misma, quizá fuera una de las tareas más duras que realizara el labraó jabeño. Recuerdo que en el jato, arrumbado en algún lindón o cimbranto, con algunas gavillas de las segadas, era el lugar donde se improvisaba el endeble sombrajo donde se comían aquellos trozos de tocino de cochino negro con veta questaban deliciosos, la morcilla “buena”, el chorizo chorreante de grasa y pimentón, pan de de jara y agua fresquita que se bebía de aquellos barriles de barro del Cerro que se taponaban con un corcho atao a una de sus dos asas. También recuerdo que se echaba una cabezá después de comer, pero….. ¡QUÉ GALBANA SE SUFRÍA AL RETOMAR LA SIEGA! El colesterol no se había inventado, jejeje, porque el labrador jabeño era un deportista en continuo y obligado entrenamiento que gastaba todo el combustible que engullía: a pocos dellos recuerdo gordos.
Mejor lo hubiera contado mi vecino y amigo Miguel Pintado, pero de peor manera lo hago yo -muy someramente- con el afán de que estos trabajos se reconozcan y vivan en nuestra memoria. ¡GLORIA PA NUESTROS SEGAORES!
Un afectuoso saludo, “mch”, y mu buenas noches a to el jabeñerío,
Como te conté un día, el tractor “mató” a la Feria de Marzo, y la segadora acabó con la tarea entrañable de la siega manual; y la cosechadora con la trilla, la limpia y la era: y así sucesivamente. Entiéndaseme bien, todo vino a mejorar las condiciones de vida del jabeñerío, pero aquí estamos ahora contando lo entrañable.
Si La Jaba tuviera -dentro de la Casa de la Cultura- un pequeño espacio etnográfico…., podríamos explicar mu gráficamente a las nuevas generaciones qué era la siega y cómo iban ataviados los que la acometían, los segadores:
Calzaban unas abarcas con suela de cuero, también de caucho, que se sujetaban a los pies mediante cordones o simples cuerdas de pita; en la mano izquierda, los queran diestros, para evitar “jifes” se proveían de un dedil de madera y cuero que resguardaba los dedos meñique, anular y medio, dejando libres el índice y el pulgar para “bracear” los tallos del cereal a segar (normalmente cebada, trigo, avena o centeno); algunos, los más cautos, se resguardaban la muñeca izquierda y el pecho con lona o “material”, todo ello para empuñar con menos riesgo el indispensable jocino con empuñadura de madera y hoja afilada de acero con el que a “golpes” limpios iban segando “manojos”, con estos se hacían “gavillas” y, aluego, con estas un “jaz” (normalmente, los “jaces” los componía un “ataó”, cuando la extensión de la sementera requería varios braceros, todos ellos dirigidos por un manijero o capataz, hombre de confianza del dueño: aunque en nuestro pueblo estas tareas eran ejecutadas en general por la propia familia dado que apenas existían terratenientes). Los jaces eran cargados en un carro, con las espigas convenientemente dispuestas para que no se desgranaran hacia fuera, y de allí se trasladaban a la “parva” (en la era) donde eran triturados con el “trillo” para después, cuando soplara el viento, proceder a la “limpia” separando la paja del grano mediante el aventeo con bieldos, bieldas, o incluso cribas y cribones: y el grano al costal y la paja al pajar. Recuerdo el ajetreo de los carros, las mulas, bieldos y jorcas, y a los labraores con pañuelos anudados en la cabeza encerrando la paja a sabiendas quera el pan de invierno pa las bestias.
La siega, “mch”, dado el calor, la duración de la jornada, la falta de sombra y el ritmo de trabajo que imponía el manijero a la cuadrilla misma, quizá fuera una de las tareas más duras que realizara el labraó jabeño. Recuerdo que en el jato, arrumbado en algún lindón o cimbranto, con algunas gavillas de las segadas, era el lugar donde se improvisaba el endeble sombrajo donde se comían aquellos trozos de tocino de cochino negro con veta questaban deliciosos, la morcilla “buena”, el chorizo chorreante de grasa y pimentón, pan de de jara y agua fresquita que se bebía de aquellos barriles de barro del Cerro que se taponaban con un corcho atao a una de sus dos asas. También recuerdo que se echaba una cabezá después de comer, pero….. ¡QUÉ GALBANA SE SUFRÍA AL RETOMAR LA SIEGA! El colesterol no se había inventado, jejeje, porque el labrador jabeño era un deportista en continuo y obligado entrenamiento que gastaba todo el combustible que engullía: a pocos dellos recuerdo gordos.
Mejor lo hubiera contado mi vecino y amigo Miguel Pintado, pero de peor manera lo hago yo -muy someramente- con el afán de que estos trabajos se reconozcan y vivan en nuestra memoria. ¡GLORIA PA NUESTROS SEGAORES!
Un afectuoso saludo, “mch”, y mu buenas noches a to el jabeñerío,