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LA HABA: Buenos días a to el personal,...

En mi afán de entretener, corto y pego una pequeña historia. El nombre del personaje y su apodo está cambiado, la fecha y el nombre del torero también: solo mi amigo Pascasio, o algún forero sesentón, puede rectificar lo que premeditadamente he tergiversado. ¡Juguemos a contar historias reales!

“FRACASAR ANTES DE VIVIR, quimera de un jabeñito.

Yo le acompañé una noche de luna llena a la dehesa, para que cumpliera con el rito clásico de torear desnudo bajo la soledad y los silencios imponentes de los cielos estrellados. No encontramos vaca alguna pero….., fue todo tan hermoso. Su nombre taurino era “Lucerito”, y desde aquel verano de 1967 no le he vuelto a ver.

Mi amigo Julio Arias García “Lucerito” fue un Quijote jabeño que alimentó su infancia con la obsesiva ilusión de ser maestro del toreo, y yo -con el certero presagio de que nunca lo conseguiría- me convertí en una especie de “Sancho” que lo acompañaba en sus aventuras con la esperanza incierta de que, antes de que le empitonara un toro, un ataque de lucidez le atrajera a la realidad.

Pero fue su ingenua osadía la que vino a darme la razón. Porque el diez de julio de aquel año, en la plaza de toros de Santa Amalia, Badajoz, quizá fuera en el cuarto toro de la tarde, que era el segundo para el diestro (y fraile) Juan García Jiménez “Mondeño”, cuando “Ligerito” -en el tercio de varas- saltó a la arena esgrimiendo como toda defensa un pañuelo de sonarse los mocos de color blanco muy bien planchado por su madre. No bien había dado dos pasos cuando, gracias al dios de los toreros encarnado en los peones, lo detuvo la Guardia Civil que en este caso ejerció de ángel de la guarda. El público -que en contra de lo que se cree muestra la misma crueldad para con el torero abatido que hacia el animal sangriento- le despachó con una estruendosa carcajada a la que él, perdido ya en las brumas del fracaso, fue totalmente ajeno. No fue mi caso que, con un cuajo así de jondo, lloré furtivo su desgracia como se lloran los desamores en la adolescencia.

Julio Arias “Lucerito”, realmente torear, lo que se dice torear, sólo lo hizo en el salón del bar “Canario”, desde donde los fervorosos aplausos de los jabeños -en su inconsciente ejercicio de desmentir el inconformismo, la rutina y la monotonía propios de sus vidas- le dañaron mucho abocándole a la quimera de alcanzar la gloria toreando: sin advertirle de los riesgos que le acechaban. “Lucerito”, envuelto en el olor a café y por la algarabía de los jugadores de cuatrola o dominó, seguía triunfando -tarde tras tarde- con su irrisorio capote blanco y refugiado tras el burladero de sus inmensas gafas de miope que no le permitieron ver que estaba soñándose. Hasta que en Santa Amalia, aquella cogida grave que le infligió la vida, le mandó a la Enfermería del Desencanto y la Emigración, donde todos los extremeños disponemos de un trampolín que nos impulsa al triunfo y una colchoneta usada para amortiguar los golpes del fracaso. Yo, creyente de que habemos muchos “luceritos”, confieso que quise ser cantaó dalante.

(Sin embargo, nunca le perdonaré que antes de emigrar me robase a mi primera novia, a quien deslumbró con la falsa e ilusoria promesa de casarse con un torero, cuando ya había fracasao como tal: “So mamón, ¡que ojalá te hubiera pillao aquel toro en Santa Amalia”, lespeté en medio de la plaza, la del pueblo)”.

Buenos días a to el personal,

Sí que es interesante paisano Leganés, destacar de vez en cuando alguno de los insignes hombres y mujeres que ha dado La Haba, sea por el motivo que sea por el que destaquen.

Ahora que hablas de Julio Arias, me recuerda a Juan Arias, el nombre de una de las calles del pueblo, y es que ¿alguien sabe a quién es debido dicho nombre?

Un saludo
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Buenas noches, mch, no te puedo ayudar en eso. Estoy enzarzao -desde hace algún tiempo- en desenredar (exclusivamente con lectura) el origen de dos personajes: Diego Arias Saavedra y Hernando Arias Saavedra. El primero, tiene bastantes posibilidades de ser jabeño; el segundo, se lo arrogan los chilenos pero todavía no se ha dicho la última palabra.

Hablando del nombre de la calle "Juan Arias", alguien en el pueblo me habló de que simplemente era un jabeño dueño de unas tierras en las que luego ... (ver texto completo)