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LA HABA: Amos hijo, continúa que vas mu bien y ya estamos deseando...

La mañana venía de nieblas, ya hacía rato que los gallos saludaban al alba ycada vez que que cantaba uno, yo intentaba situarlo en el mapa mental del pueblo, ese es de cantarranas, este de peligros, aquel otro de iglesias y así hasta que los pasos de mi tio rompían el silencio nocturno y retumbaban bajo las bóvedas de la casa.
Desde hacía varios días, el olor a tripa y cebolla era tan denso dentro de la casa, que parecía poder masticarse. Las tres últimas noches, las mujeres se arremolinaban alrededor de un gran baño de barro y pelaban y picaban cebollas a destajo, conversaciones soeces y ojos llorosos acompañaban tan singular escena, las brasas de la lumbre daban una luminosidad y un colorido rojo tétrico a la situación que parecía sacada de las cavernas de antaño. Sobre sus cabezas, las tripas secas. atadas por un extremo con un cordel blanco inmaculado, colgaban del enrejillado hecho con cañas donde posteriormente se secarían los embutidos, alineados por orden de secado. Los mas próximos al fuego las morcillas, luego chorizos (del bueno y el patatero), a continuación y mas alejados los salchichones que precisaban mas del aire que del fuego.
Yo, esa noche siempre me iba a dormir a casa de mi tio, para un niño de 10 años levantarse a las 5 de la mañana era entrar en el reino vetado de los adultos, los hombres iban llegando y mi tía (la anfitriona) los servia el café de puchero con leche en el tazón de porcelana humeante, mientras la lumbre chisporroteaba y estallaba, síntomas de que la leña empezaba a arder con brío y ya no había miedo de que se apagase. Despues del café, era de obligado cumplimiento echarse al gaznate la copa de cazalla que sería el estímulo definitivo para despertarse del todo.
Dentro de la zahurda, el guarro, como presintiendo el cercano final, se removía inquieto y las siluetas de los hombres se recortaban alrededor de la "mesa de matar", alumbrados por una luz macilenta de la única bombilla que alumbraba el gran corral. Al unísono de la famosa frase que acompañaba siempre este ritual--uñas al guarro--, la comitiva se dirigía al dormitorio del cochino y tras el estallido metálico de la puertecilla metálica al abrirse, la quietud que dá la madrugada se rompía definitivamente en una mezcla de voces nerviosas y gruñidos graves al principio y agudísimos al final.
Todo eran ordenes y contraórdenes, un trajín desorganizado como los que buscan una puerta de salida en la oscuridad, ¡la pata de atrás!, ¡la oreja, coge la oreja coooooñooo!, ¡y se nos vá, verás como se nos vá! ¡dame la mano por debajo de la barriga!, ¡venga a la mesa el cochino, amooooos, arriiiiiibaaa! ¡la soga, donde cojones está la puta sogaa! ¡atale el "jocico"!, la pata de atrás con la de delante!..... acompañado con la música de fondo de los chillidos del pobre cochino que se presentía lo peor. Continuará..........

Amos hijo, continúa que vas mu bien y ya estamos deseando que llegue la prueba del veterinario para echar a la lumbre un trozo de carne que llevarnos a la boca. No pares, Paco, que estas cosas deben quedar mu bien escritas.

Un fuerte abrazo jabeño,