Una vez acostado y "maneado" el bicho encima de la mesa, la calma parecía llegar a los ayudantes del matarife, unos echados encima del animal lo sujetaban las patas, otros acercaban el baño de la sangre debajo de la cabeza, y el maestro cogía el cuchillo de matar aprestándose a clavárselo en el cuello en dirección al corazón, con la idea de que sangrara lo más posible, pues así, la carne sería mas provechosa mientra menos sangre tuviera.
Despues de la mortal cuchillada, el gorrino emitia unos chillidos descomunales acompañados de espasmos de muerte que yo, que era el encargado de sujetarle el rabo, lo único que deseaba era que muriese pronto y acabara esa angustia del pobre animal, juro que no quería mirar como se desangraba, pero si no miraba. los demás cuestionarian mi hombría, ¡y eso amigo!, eso a esa edad era sagrado. Mi tia, removía con movimientos enérgicos y circulares la sangre caliente que salía a borbotones de la garganta acuchillada, con el firme propósito de que la misma no se cuajase, antes había añadido un puñado de sal al baño, ya que esto ayudaba a la no coagulación, así y todo, siempre una parte se cuajaba y se formaban unos hilos gruesos de sangre que llamaban"brenzas".
Al poco rato los chillidos se convertían en una especie de ronquidos y el animal se movía a impulsos cada vez mas espaciados, hasta que todos sus miembros se ponían rígidos a la vez, sintoma de que la muerte recogía, por fín, al desdichado. La encargada de la sangre, separaba el baño de la mesa y seguía moviendo y moviendo hasta que el rojo líquido se enfriaba y con ello se aseguraba la no coagulación
En en rincón del corral, se amontonaban los escobones de retama que se habían ido atando los días anteriores, y que a la postre servirían para eliminar todos los pelos (cerdas) del cuerpo inerte del gorrino, este solenne acto que protagonizaba el matanchín se llamaba (y se llama,) "churrascar".
El primer escobón se encendía en la lumbre de la chimenea, y los sucesivos se iban encendiendo con los restos calcinados del anterior. El maestro matanchin iba pasando la retama ardiendo por el cuerpo del animal, empezando por la cabeza, el morro, las orejas, el lomo, la barriguera....... y terminaba con las pezuñas, que era lo mas duro y trabajoso. Al mismo tiempo, con la otra mano esgrimía un cuchillo romo (solía ser de desecho por viejo), con el cual raspaba la parte ya abrasada y separaba así la piel y cerdas del cuerpo, apareciéndo una capa blanca y limpia que le daba otro aspecto mucho mas atractivo al futuro alimento. Detras del "artista matador", iban uno ó dos hombres rematando los restos de piel para que el chumascado quedase perfecto. Lo ùltimo eran las pezuñas, que necesitaban de mas tiempo de calor para poder desprenderla de la pata, después de unos minutos bajo el fuego se agarraban con ganas, aún a riesgo de quemarte, y todo consistia en retorcerla fuerte y tirar de ella, soltándola rapidamente en el suelo para evitar seguir quemándote.
Despues de la mortal cuchillada, el gorrino emitia unos chillidos descomunales acompañados de espasmos de muerte que yo, que era el encargado de sujetarle el rabo, lo único que deseaba era que muriese pronto y acabara esa angustia del pobre animal, juro que no quería mirar como se desangraba, pero si no miraba. los demás cuestionarian mi hombría, ¡y eso amigo!, eso a esa edad era sagrado. Mi tia, removía con movimientos enérgicos y circulares la sangre caliente que salía a borbotones de la garganta acuchillada, con el firme propósito de que la misma no se cuajase, antes había añadido un puñado de sal al baño, ya que esto ayudaba a la no coagulación, así y todo, siempre una parte se cuajaba y se formaban unos hilos gruesos de sangre que llamaban"brenzas".
Al poco rato los chillidos se convertían en una especie de ronquidos y el animal se movía a impulsos cada vez mas espaciados, hasta que todos sus miembros se ponían rígidos a la vez, sintoma de que la muerte recogía, por fín, al desdichado. La encargada de la sangre, separaba el baño de la mesa y seguía moviendo y moviendo hasta que el rojo líquido se enfriaba y con ello se aseguraba la no coagulación
En en rincón del corral, se amontonaban los escobones de retama que se habían ido atando los días anteriores, y que a la postre servirían para eliminar todos los pelos (cerdas) del cuerpo inerte del gorrino, este solenne acto que protagonizaba el matanchín se llamaba (y se llama,) "churrascar".
El primer escobón se encendía en la lumbre de la chimenea, y los sucesivos se iban encendiendo con los restos calcinados del anterior. El maestro matanchin iba pasando la retama ardiendo por el cuerpo del animal, empezando por la cabeza, el morro, las orejas, el lomo, la barriguera....... y terminaba con las pezuñas, que era lo mas duro y trabajoso. Al mismo tiempo, con la otra mano esgrimía un cuchillo romo (solía ser de desecho por viejo), con el cual raspaba la parte ya abrasada y separaba así la piel y cerdas del cuerpo, apareciéndo una capa blanca y limpia que le daba otro aspecto mucho mas atractivo al futuro alimento. Detras del "artista matador", iban uno ó dos hombres rematando los restos de piel para que el chumascado quedase perfecto. Lo ùltimo eran las pezuñas, que necesitaban de mas tiempo de calor para poder desprenderla de la pata, después de unos minutos bajo el fuego se agarraban con ganas, aún a riesgo de quemarte, y todo consistia en retorcerla fuerte y tirar de ella, soltándola rapidamente en el suelo para evitar seguir quemándote.