Llama la atención que en el pueblo no exista peluquería de caballeros y que haya abiertas cuando menos cuatro peluquerías de mujeres. Hoy, que un puesto de trabajo es algo tan codiciado, ¿es que no hay nadie interesado en abrir una peluquería para acicalar a los hombres jabeños?
En la época del Difunto, era al revés, recuerdo cuatro peluquerías-barberías abiertas para hombres: Tomás (en la calle de La Perra), Juan (frente a la casa de don Juan Arévalo), la del entrañable maestro Ricardo (en la casa que todos recordamos) y la de Vicente (en la hoy llamada calle Barrios).
Tomás fue un peluquero que ejerció como tal en la calle de La Perra hasta mediados los años cincuenta. Un día, aparte de hacerme un par de trasquilones, al hombre se le fue la tijera y me cortó un poquito en una oreja. Luego de írsele varias veces la tijera, se le fue también la cabeza y recuerdo que se lo llevaron para Mérida. Desde entonces, con alguna cana al aire, yo le he sido siempre fiel al peluquero de mi vida: se llama Juan Rebolledo y es más conocido como “Juan el de Magacela”. Alumno del entrañable maestro Ricardo, desde que este le dio la alternativa, primero en La Haba y luego en Madrid, donde sigue establecido por su cuenta, durante cincuenta años me ha cortado el pelo de la manera y forma que le ha venido en gana. Las pocas veces que, por circunstancias que no vienen al caso, me ha cortado el pelo alguien distinto, he tenido la sensación de que le estaba traicionando, de que le ponía los cuernos; y él, no sé si eran visiones mías, también se cogía sus buenos rebotes que envolvía educadamente con la comprensión propia de la amistad. Porque Juan, antes que nada, es una buenísima persona que ocupa un lugar especial en mi grupo de amigos.
Mu buenas noches,
En la época del Difunto, era al revés, recuerdo cuatro peluquerías-barberías abiertas para hombres: Tomás (en la calle de La Perra), Juan (frente a la casa de don Juan Arévalo), la del entrañable maestro Ricardo (en la casa que todos recordamos) y la de Vicente (en la hoy llamada calle Barrios).
Tomás fue un peluquero que ejerció como tal en la calle de La Perra hasta mediados los años cincuenta. Un día, aparte de hacerme un par de trasquilones, al hombre se le fue la tijera y me cortó un poquito en una oreja. Luego de írsele varias veces la tijera, se le fue también la cabeza y recuerdo que se lo llevaron para Mérida. Desde entonces, con alguna cana al aire, yo le he sido siempre fiel al peluquero de mi vida: se llama Juan Rebolledo y es más conocido como “Juan el de Magacela”. Alumno del entrañable maestro Ricardo, desde que este le dio la alternativa, primero en La Haba y luego en Madrid, donde sigue establecido por su cuenta, durante cincuenta años me ha cortado el pelo de la manera y forma que le ha venido en gana. Las pocas veces que, por circunstancias que no vienen al caso, me ha cortado el pelo alguien distinto, he tenido la sensación de que le estaba traicionando, de que le ponía los cuernos; y él, no sé si eran visiones mías, también se cogía sus buenos rebotes que envolvía educadamente con la comprensión propia de la amistad. Porque Juan, antes que nada, es una buenísima persona que ocupa un lugar especial en mi grupo de amigos.
Mu buenas noches,
Me respondo a mí mismo, visto el marasmo que se ha apoderado del Foro. Y escribo para añadir a mi escrito anterior otra carencia que veo en el pueblo, otro puesto de trabajo que yo entiendo también como "sostenible", ¿es que no sería viable, en un pueblo de casi 1400 habitantes, la instalación de un estanco como el que siempre hubo?