A las traseras de la Iglesia jabeña siempre las hemos llamado “El Paseo”, un nombre absolutamente inapropiado, pues, hasta donde la memoria me alcanza, jamás he visto pasear a nadie por ese raro espacio. Cuando yo era chico se especulaba con la titularidad de su propietario: que si el obispo, que si el ayuntamiento, que si doña fulana de tal y tal….., qué más da: los dueños verdaderos de El Paseo fueron los niños de mi generación; y sólo los niños,`porque -a falta de mejor lugar- este era el campo de fútbol que elegimos para desfogar nuestras energías en aquellos entrañables recreos de las escuelas del pósito, cuando la generosidad del Difunto nos ofrecía una ración de leche en polvo, un quesito de bola holandés y un pequeño chusco para que nos hiciéramos hombres fuertes que defendieran la Patria.
En El Paseo, libre de las vallas o alambradas que hoy lo cercan, se disponían dos porterías; una, la que daba al corralón de Gorné (luego cine de Robles, donde Pepito y yo descubrimos el tenis) era natural, y la configuraban dos árboles que allí crecieron a propósito; la otra, sus postes, se improvisaban con varios “jerseles” de algunos de los que allí jugábamos, y estaba situada justo donde comienzan, o terminan, las escaleras que daban a la Popi. Una de las bandas del campo, era la propia iglesia y la otra, el cirate mismo del campo-paseo: un promontorio de tierra compactada elevado radicalmente casi dos metros de la cota de la calle Iglesia, o sea, una pared -que se conserva intacta- de las que cada dos por tres se caían los niños que más apuraban la raya del campo, que no era otra cosa que el vacío.
Ahora me río y a la vez me tiemblan las carnes, al recordar cómo en El Paseo no bastaba con ser buen jugador, sino que había que añadir unas dosis de audacia que hoy romperían todos los moldes de lo que se conoce como prevención de riesgos, pero que eran necesarias para correr aquella banda con el vacío como linde, donde, tanto el delantero como el defensor, en un puñado de tierra, se disputaba la posesión del balón sin caer en la cuenta de que un traspié, un leve roce, no digamos una patada del contrario, te haría dar con los huesos en el pedregal de la calle Iglesia, que estaba dos metros de altura más abajo, ahí es nada; todos los milagros que he leído, o me han contado, fueron instantáneos (y yo creo que falsos), pero aquel duró muchos años y fue real: porque no recuerdo ningún jabeñito -y mira que fueron muchos los que caímos- que se rompiera un brazo, una pierna, o sufriera traumatismo grave alguno, a pesar de la velocidad con la que corríamos la banda y mucha la frecuencia con la que nos caíamos desde el paseo a la calle: y es que los niños, los gatos y los borrachos deben tener un ángel de la guarda muy cualificado que les protege ante los impactos.
Me vienen a la memoria todos los hermanos Garvín, especialmente Eulalio –un espléndido jugador de fútbol al que solo le faltó que alguien se fijara en él-; y su hermano, mi querido amigo Pedro “Pedrillo el de Eulalio”, q. e. p. d., quien con la osadía que le caracterizaba corría y corría aquella infernal banda echando abajo a los defensores como a dibujos animados irrompibles; me acuerdo de Alonso “el de Alonsillo”, más pendiente de caer gorriatos que del partido; de Joselillo “el de Baldomero”, un deportista nato, campeón de salto “a entera” a pesar de su baja estatura y el único jabeño que recuerdo desde niño rigurosamente peinado hacia atrás; de Alfonso “Poncho”, un defensa que solo dejaba pasar al balón, antes que se inventaran las tarjetas amarillas, rojas y Blak……. Me acuerdo de otros muchos a los que invito a que cuenten sus vivencias.
El verano anterior estuve allí con mis niños jugueteando en ese amago de parque infantil en el que se ha querido convertir El Paseo; y, sintiéndome un tanto desolado, me dio por pensar en todas estas cosas. Por cierto, ¿quién es el propietario legal de El Paseo?
(Uno de los grandes problemas que teníamos para jugar al fútbol, era la escasez de balones; uno de los primeros (de reglamento, lo llamábamos) en llegar al pueblo fue el de mi querido amigo Pedro Moreno “Cortecita”, amigo sincero y bueno donde los haya: pero exigía siempre, si queríamos jugar con su balón, ocupar el puesto de delantero centro, y si no era así, no había partido. Y los gordos, que entonces escaseaban, de porteros).
Mu buenas noches a to el jabeñerío,
En El Paseo, libre de las vallas o alambradas que hoy lo cercan, se disponían dos porterías; una, la que daba al corralón de Gorné (luego cine de Robles, donde Pepito y yo descubrimos el tenis) era natural, y la configuraban dos árboles que allí crecieron a propósito; la otra, sus postes, se improvisaban con varios “jerseles” de algunos de los que allí jugábamos, y estaba situada justo donde comienzan, o terminan, las escaleras que daban a la Popi. Una de las bandas del campo, era la propia iglesia y la otra, el cirate mismo del campo-paseo: un promontorio de tierra compactada elevado radicalmente casi dos metros de la cota de la calle Iglesia, o sea, una pared -que se conserva intacta- de las que cada dos por tres se caían los niños que más apuraban la raya del campo, que no era otra cosa que el vacío.
Ahora me río y a la vez me tiemblan las carnes, al recordar cómo en El Paseo no bastaba con ser buen jugador, sino que había que añadir unas dosis de audacia que hoy romperían todos los moldes de lo que se conoce como prevención de riesgos, pero que eran necesarias para correr aquella banda con el vacío como linde, donde, tanto el delantero como el defensor, en un puñado de tierra, se disputaba la posesión del balón sin caer en la cuenta de que un traspié, un leve roce, no digamos una patada del contrario, te haría dar con los huesos en el pedregal de la calle Iglesia, que estaba dos metros de altura más abajo, ahí es nada; todos los milagros que he leído, o me han contado, fueron instantáneos (y yo creo que falsos), pero aquel duró muchos años y fue real: porque no recuerdo ningún jabeñito -y mira que fueron muchos los que caímos- que se rompiera un brazo, una pierna, o sufriera traumatismo grave alguno, a pesar de la velocidad con la que corríamos la banda y mucha la frecuencia con la que nos caíamos desde el paseo a la calle: y es que los niños, los gatos y los borrachos deben tener un ángel de la guarda muy cualificado que les protege ante los impactos.
Me vienen a la memoria todos los hermanos Garvín, especialmente Eulalio –un espléndido jugador de fútbol al que solo le faltó que alguien se fijara en él-; y su hermano, mi querido amigo Pedro “Pedrillo el de Eulalio”, q. e. p. d., quien con la osadía que le caracterizaba corría y corría aquella infernal banda echando abajo a los defensores como a dibujos animados irrompibles; me acuerdo de Alonso “el de Alonsillo”, más pendiente de caer gorriatos que del partido; de Joselillo “el de Baldomero”, un deportista nato, campeón de salto “a entera” a pesar de su baja estatura y el único jabeño que recuerdo desde niño rigurosamente peinado hacia atrás; de Alfonso “Poncho”, un defensa que solo dejaba pasar al balón, antes que se inventaran las tarjetas amarillas, rojas y Blak……. Me acuerdo de otros muchos a los que invito a que cuenten sus vivencias.
El verano anterior estuve allí con mis niños jugueteando en ese amago de parque infantil en el que se ha querido convertir El Paseo; y, sintiéndome un tanto desolado, me dio por pensar en todas estas cosas. Por cierto, ¿quién es el propietario legal de El Paseo?
(Uno de los grandes problemas que teníamos para jugar al fútbol, era la escasez de balones; uno de los primeros (de reglamento, lo llamábamos) en llegar al pueblo fue el de mi querido amigo Pedro Moreno “Cortecita”, amigo sincero y bueno donde los haya: pero exigía siempre, si queríamos jugar con su balón, ocupar el puesto de delantero centro, y si no era así, no había partido. Y los gordos, que entonces escaseaban, de porteros).
Mu buenas noches a to el jabeñerío,
Hombre Leganes lo que tu esta contando yo también me recuerdo de esas vivencias cuando jugabamos al fútbol en el paseo pero no era solo la dificultades de la tierra que resbalaba sino también los arboles que allí había porque mas de una vez cuando llevaba el balón cerca de la calle y tenia que pasar entre el árbol y la pendiente y el defensa salia para quitarte el balón mas de una vez el delantero iba ha bajo. pero eso si que es verdad que yo no recuerdo ha ningún niño que le haya pasado algo por caese por esa pared. buenas noches a todos/as