Mestoy asomando a esta ventana desde hace días y siempre veo lo mismo, es decir, nada. Vengo dallí, del pueblo, donde he estado un ratillo y, la verdad, igual que aquí en el Foro, he visto lo mismo, casi nada. Debe ser el frío, como dice “fanegas”, que nos acuartela y nos torna sayones y caseros alrededor de la mesa con brasero. Me he movido por los pueblos pequeños de alrededor y, salvo Zalamea, a la que he visto mu viva, una depresión integral parece haberse adueñado de sus gentes: a ver si la inminente primavera cambia el panorama y nos echa afuera de las casas, a vivir las calles y los campos, y a llenar las tabernas (y la iglesia) que todo está mu yermo de jabeños. Yo puse mi granito de arena: abrí la puerta de mi casa, también las traseras, la aireé, la soleé y me tomé un chato en todos y cada uno de los estaribeles abiertos.
Tres paisanos menos ha registrado mi memoria en menos de una semana; tres veces han doblado las campanas y otras tantas se han abierto puertas y postigos para preguntar: “ ¿Quién se ha muerto?”. Vaya nuestro pésame a las familias Segador, “Plaza” y “Pinche”, por estas tres pérdidas tan tempranas.
La Plaza Dabajo, con sus bares y la Plaza Darriba, con su iglesia, no sescapan del aburrido marasmo que embarga al jabeñerío: es verdad que el ambiente se crea, pero necesita de un mínimo concurso de gente dispuesto a generarlo. En definitiva, como decía mi padre, “el verano es la estación de los pobres”. Yo, que soy mu dao a dar el cantío, desde el Altozano a la plaza, de la plaza a la Perra y desde aquí al Pantanillo, solo pude dar los buenos días a “Cuenca” porque siempre está como de guardia en la esquina del Hospital; y a mi amigo el cura, que me hizo “adiós” con la mano en medio de la calle, como siempre, visto que no encuentro dentro de la iglesia ningún santo de mi devoción.
Uno, ques previsor, tuvo la precaución de avisar del viaje para evitar el doble cerco que a los que estamos fuera nos tiende la soledad; y, no obstante lo dicho, creamos ambiente para deleitarnos con unas sencillas migas, aderezadas con sardinas, regadas de vino y envueltas en una buena cháchara: como siempre, y a pesar del frío, el viaje ha valido la pena.
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(¡ESCRIBID, MALDITOS!)
Tres paisanos menos ha registrado mi memoria en menos de una semana; tres veces han doblado las campanas y otras tantas se han abierto puertas y postigos para preguntar: “ ¿Quién se ha muerto?”. Vaya nuestro pésame a las familias Segador, “Plaza” y “Pinche”, por estas tres pérdidas tan tempranas.
La Plaza Dabajo, con sus bares y la Plaza Darriba, con su iglesia, no sescapan del aburrido marasmo que embarga al jabeñerío: es verdad que el ambiente se crea, pero necesita de un mínimo concurso de gente dispuesto a generarlo. En definitiva, como decía mi padre, “el verano es la estación de los pobres”. Yo, que soy mu dao a dar el cantío, desde el Altozano a la plaza, de la plaza a la Perra y desde aquí al Pantanillo, solo pude dar los buenos días a “Cuenca” porque siempre está como de guardia en la esquina del Hospital; y a mi amigo el cura, que me hizo “adiós” con la mano en medio de la calle, como siempre, visto que no encuentro dentro de la iglesia ningún santo de mi devoción.
Uno, ques previsor, tuvo la precaución de avisar del viaje para evitar el doble cerco que a los que estamos fuera nos tiende la soledad; y, no obstante lo dicho, creamos ambiente para deleitarnos con unas sencillas migas, aderezadas con sardinas, regadas de vino y envueltas en una buena cháchara: como siempre, y a pesar del frío, el viaje ha valido la pena.
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(¡ESCRIBID, MALDITOS!)