TRUHÁN,
“Dícese de la persona sin vergüenza, que vive de engaños y estafas”)
El Estado, que en esencia no es sino el pesebre de sus servidores, esta es la jodía verdad, se ha echado al monte para desvalijarnos a mano armada. Los arcabuces, mosquetes y trabucos se han cambiado por la pluma o la tecla del BOE, o el DOE; y el ámbito territorial de los asaltos, lejos de la despoblada Sierra Morena y de sus clases acomodadas, se ceba en los núcleos urbanos donde una simple nómina te delata como objeto o sujeto “pasivo” atracable.
Cuatro años después, los trileros de siempre (los mismos perros con los mismos collares, ¡que hay que tener rostro pa no sonrojarse!), vuelven a pedirnos nuestra confianza. Luego de engañarnos, empobrecernos, arrastrarnos hasta el desánimo, brearnos de angustia, después de sangrarnos hasta los tuétanos y acallarnos con sutiles mordazas, van y se arrojan complacidos a la inmunda argucia del truhán: “subo tres euros al mes a los pensionistas, bajo dos puntos el IRPF a los trabajadores y prometo otro millón de nuevos empleos” (nos debe usted los tres millones y medio que el 7 de septiembre de 2011 prometió González Pons en su nombre, añado yo), ¿hay quien dé más?, ¡Váyanse al carajo!
Todo el presupuesto jurídico del Estado, que debería procurar el bien común de la mayoría, está tramándose -con el eufemismo de garantista- como el refugio de la truhanería. Y el nuevo armazón legal/amoral perpetrado estos últimos años por los habilidosos granujas modernos, está hecho para preservar el aparato del Estado “guardián” que permita poner a buen recaudo el saldo arrojado por la codicia en los lustros de las vacas gordas. Dicho en román paladino: aquí va a ir mu poquita gente a la cárcel, se va a conjugar mucho más el verbo prescribir que el de resarcir, todo está atado y bien atado que dijo el Difunto.
¡Ay!, aquellos bandoleros con patillas largas, mayormente morenos, guapos, románticos, seductores y enamoradizos, ¡ay!, aquél José María “el Tempranillo”, seductor de madames de la alta sociedad, solidario con el débil, verdugo del pudiente: ámoh, nada que ver con el feo de Montoro.
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“Dícese de la persona sin vergüenza, que vive de engaños y estafas”)
El Estado, que en esencia no es sino el pesebre de sus servidores, esta es la jodía verdad, se ha echado al monte para desvalijarnos a mano armada. Los arcabuces, mosquetes y trabucos se han cambiado por la pluma o la tecla del BOE, o el DOE; y el ámbito territorial de los asaltos, lejos de la despoblada Sierra Morena y de sus clases acomodadas, se ceba en los núcleos urbanos donde una simple nómina te delata como objeto o sujeto “pasivo” atracable.
Cuatro años después, los trileros de siempre (los mismos perros con los mismos collares, ¡que hay que tener rostro pa no sonrojarse!), vuelven a pedirnos nuestra confianza. Luego de engañarnos, empobrecernos, arrastrarnos hasta el desánimo, brearnos de angustia, después de sangrarnos hasta los tuétanos y acallarnos con sutiles mordazas, van y se arrojan complacidos a la inmunda argucia del truhán: “subo tres euros al mes a los pensionistas, bajo dos puntos el IRPF a los trabajadores y prometo otro millón de nuevos empleos” (nos debe usted los tres millones y medio que el 7 de septiembre de 2011 prometió González Pons en su nombre, añado yo), ¿hay quien dé más?, ¡Váyanse al carajo!
Todo el presupuesto jurídico del Estado, que debería procurar el bien común de la mayoría, está tramándose -con el eufemismo de garantista- como el refugio de la truhanería. Y el nuevo armazón legal/amoral perpetrado estos últimos años por los habilidosos granujas modernos, está hecho para preservar el aparato del Estado “guardián” que permita poner a buen recaudo el saldo arrojado por la codicia en los lustros de las vacas gordas. Dicho en román paladino: aquí va a ir mu poquita gente a la cárcel, se va a conjugar mucho más el verbo prescribir que el de resarcir, todo está atado y bien atado que dijo el Difunto.
¡Ay!, aquellos bandoleros con patillas largas, mayormente morenos, guapos, románticos, seductores y enamoradizos, ¡ay!, aquél José María “el Tempranillo”, seductor de madames de la alta sociedad, solidario con el débil, verdugo del pudiente: ámoh, nada que ver con el feo de Montoro.
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