La Casa actual, la que vengo a recordar, está ahora habitada por Ventura (hijo de Ramón “ el de tío Ventura” y de Antonia, ambos q. e. p. d.), que está casado con una hija del “Obispo”, su anterior dueño. Antes que él, estuvo viviendo en ella tío Gaspar “Pan Blanco” (padre de Claudio el carpintero, q. e. p. d.). Y mucho antes, su anterior propietario fue Agustín “Cortecita”. Y antes del mucho antes, era propiedad de la Rufa: estamos ya en los lejanos años cuarenta.
Bien, pues en “la Casa de la Rufa” era donde se terminaba entonces la calle de La Perra. Esta casa tenía sólo una nave construida y el resto era todo corral o, mejor dicho, era lo que los jabeños llamamos una forrajera, como desigualmente lo eran todos los corrales de ese lado de la calle pues no existían las puertas falsas de hoy (o casi ninguna), y lo que sí había era un camino paralelo a la carretera (su eje lo ocupa hoy la terraza de “La parrilla”), y en medio de ambos se ubicaban las antiguas eras que luego se fueron trasladando a la zona de la Cruz del Humilladero; desde esta cruz hasta lo que hoy conocemos como “El pantanillo”, en los días citados de Marzo, todo este espacio, se convertía en el recinto de nuestra importante Feria.
Con el crecimiento de la Feria, que significó mucho para la economía jabeña, creció la corriente del dinero, también el juego y, cómo no, también nació el puterío. Jejeje, los niños jabeños de entonces –siempre tan audaces- más de una vez lograron arrastrar las mantas emputecidas desde las forrajeras hasta el borde del camino, quedando al descubierto a la pobre meretriz gritando de vergüenza y viendo (doy fe de ello) algún culo blanquísimo del pecador de turno quien, en sus estertores gustosos, a veces culminaba la faena en medio de un verdadero alboroto, con los aplausos y silbidos que con inmenso regocijo le dedicaba la chiquillería jabeña.
Está por contrastar cuándo inició su función ferial, lo que tengo contrastado es que desde el 17 al 20 de marzo –ambos inclusive- la Casa de la Rufa, durante los años cincuenta, fue una casa de putas. Con tanta transacción comercial, sobre todo de mulas falsas, la moneda corría, y algunos merchanes cuando se veían con “manejo” y un par de copas de aguardiente encima, se echaban por unos días a la vida licenciosa.
Con las putas y el carnaval, nunca pudo el Difunto. Así que en los años cuarenta y cincuenta -yo estoy dando fe de esta última década- con una España “puesta en su sitio” pero con el condicionante de que “pito duro no cree en Dios”, la Casa de la Rufa –que como dije al principio no tenía cuadras- fue alquilada a un “casetero” de Villanueva, un tal Lucio, por el doble del precio que hubiera pagado cualquier merchán para guarecer a sus bestias, sustituyendo a las forrajeras jabeñas como lecho del pecado y dotando de intimidad a lo que antes era casi un espectáculo al aire libre.
La saga de “los Lucio”, siempre mantuvo caseta, tanto en la Feria como en la Velá, haciendo la competencia a “Titi”, no en lo del puterío -válgame dios, que el pueblo no daba para dos casas- sino con la escopeta de tiro, el pinchito y luego el pollo a l´ast: invento catalán, este último, que marcó el declive del insuperable pincho moruno.
Buenas noches a to el jabeñerío.
Bien, pues en “la Casa de la Rufa” era donde se terminaba entonces la calle de La Perra. Esta casa tenía sólo una nave construida y el resto era todo corral o, mejor dicho, era lo que los jabeños llamamos una forrajera, como desigualmente lo eran todos los corrales de ese lado de la calle pues no existían las puertas falsas de hoy (o casi ninguna), y lo que sí había era un camino paralelo a la carretera (su eje lo ocupa hoy la terraza de “La parrilla”), y en medio de ambos se ubicaban las antiguas eras que luego se fueron trasladando a la zona de la Cruz del Humilladero; desde esta cruz hasta lo que hoy conocemos como “El pantanillo”, en los días citados de Marzo, todo este espacio, se convertía en el recinto de nuestra importante Feria.
Con el crecimiento de la Feria, que significó mucho para la economía jabeña, creció la corriente del dinero, también el juego y, cómo no, también nació el puterío. Jejeje, los niños jabeños de entonces –siempre tan audaces- más de una vez lograron arrastrar las mantas emputecidas desde las forrajeras hasta el borde del camino, quedando al descubierto a la pobre meretriz gritando de vergüenza y viendo (doy fe de ello) algún culo blanquísimo del pecador de turno quien, en sus estertores gustosos, a veces culminaba la faena en medio de un verdadero alboroto, con los aplausos y silbidos que con inmenso regocijo le dedicaba la chiquillería jabeña.
Está por contrastar cuándo inició su función ferial, lo que tengo contrastado es que desde el 17 al 20 de marzo –ambos inclusive- la Casa de la Rufa, durante los años cincuenta, fue una casa de putas. Con tanta transacción comercial, sobre todo de mulas falsas, la moneda corría, y algunos merchanes cuando se veían con “manejo” y un par de copas de aguardiente encima, se echaban por unos días a la vida licenciosa.
Con las putas y el carnaval, nunca pudo el Difunto. Así que en los años cuarenta y cincuenta -yo estoy dando fe de esta última década- con una España “puesta en su sitio” pero con el condicionante de que “pito duro no cree en Dios”, la Casa de la Rufa –que como dije al principio no tenía cuadras- fue alquilada a un “casetero” de Villanueva, un tal Lucio, por el doble del precio que hubiera pagado cualquier merchán para guarecer a sus bestias, sustituyendo a las forrajeras jabeñas como lecho del pecado y dotando de intimidad a lo que antes era casi un espectáculo al aire libre.
La saga de “los Lucio”, siempre mantuvo caseta, tanto en la Feria como en la Velá, haciendo la competencia a “Titi”, no en lo del puterío -válgame dios, que el pueblo no daba para dos casas- sino con la escopeta de tiro, el pinchito y luego el pollo a l´ast: invento catalán, este último, que marcó el declive del insuperable pincho moruno.
Buenas noches a to el jabeñerío.