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LA HABA: RETAZOS DE LA “GIRA” JABEÑA (antes “la Merendilla”),...

RETAZOS DE LA “GIRA” JABEÑA (antes “la Merendilla”),

Pocas cosas habrá tan placenteras como una fiesta popular hecha en buena lid, y eso mismito es la Merendilla jabeña. Desde primeras horas de la mañana del lunes de Pascua, siempre con la sempiterna duda sobre la lluvia, el jabeñerío en masa se echa en brazos del pacífico desorden y se encamina a la ermita de la Antigua.

Ruedan los coches en caravana colmados de pan, queso y chacina, chuletas rebozadas, huevos rellenos, albóndigas, tortillas variadas y pimientos fritos, perrunillas, jornazos y pajaritas, roscos y empanadillas de almendra, y hielo -ese carámbano hecho a máquina- para un sinfín de bebidas cuyos efectos más adelante se verán.

Retamas, adelfas y juncos jalonan las riberas del río Ortiga, y un agua escasa y cristalina nos recuerda que en el mundo, aunque diezmado, queda lugar para la esperanza. La gente te da el cantío te conozca o no, el personal está alegre, la campana de la ermita tañe incansable y cada familia – o más bien, cada grupo de amigos y no obstante con familiares- acota su trozo de terruño que en un santiamén transforman en una casa techada entre vigas de encinas vivas.

Es curioso observar cómo la fiesta, cuando es espontánea, iguala a los hombres y mujeres por muy dispares que sean sus credos. Se diría que la Merendilla jabeña es lo contrario a un mitin político: todos distintos, todos iguales; sin adversarios, sin líderes, sin ira, sin dobleces, sin arengas; es como si todos –en un noble ejercicio de anarquía- limáramos nuestras diferencias para decirles a los que mandan que no nos hacen ni chispa de falta. Incluso la misa es un acto de sincera hermandad, y hasta los descreídos como yo sienten una rebosante alegría al observar tanto recogimiento: confieso cómo mesestremece la entraña jabeña al ver tanto paisano silencioso y clisaíto mirando a su “Nuestra Señora”. “Qué más te da, ¡so irreverente!”, me digo y me contradigo: la virgen de Lantigua es un nexo como pueda serlo una bandera, yastá, pero sin los efectos secundarios que a veces los trapos militares conllevan y que nos desunen.

Mencanta constatar que los que más cambian en la Merendilla son los que habitualmente aparentan recato y comedimiento en su proceder cotidiano, jejeje: hoy, muchos dellos, beben y beben públicamente hasta jartarse; se ponen graciosísimos y muy ocurrentes, y más de uno termina cayendo inerte cual costal lleno de avena. Y los jaldones de siempre – aun los entrenados como yo- son candidatos a “ingresar” por urgencias en cualquier momento del día: “Toma un huevo relleno, Moreno”, y yo lo engullo de un bocado, trago pitarra, saludo y que pase el siguiente; “échate un vaso Moreno, y mira qué lomo vas a probar”, y otro: “Chascho, Moreno, cuánto tiempo, esta tortilla despárragos verás qué suavita te entra con el vino”. Y así, en este profano vía crucis, me muevo yo por la Antigua. Yo, y cualesquiera otras personas dadas al nomadeo que vengan a la Merendilla, un economato gratis donde nadie pregunta qué traes, sino que todos te abruman con su toma y toma: “los jabeños semos asina y nos comportamos asín”

Estoy feliz viendo cómo unos niños -madrileños de nacimiento- se injertan un trocito de corazón jabeño al jugar con estos otros naturales de aquí; todos sanos y sonrientes, da gusto verlos corretear como perdigoncillos por esta inefable alfombra verde quengalana el campo sereno: qué gozosa escandalera la suya, sonrío al verlos reír –ajenos a tanto sufrimiento como hay en el mundo- sin más diferencias entre unos y otros que la poca edad que les separa. Contradiciéndome, me dan ganas de agarrar un altavoz y tronar sobre la dehesa: “ ¡Hagámoslo bien por ellos, coño, que valen la pena!”.
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