¡ARREBATUUUUÑA!
No quisiera que se olvidara el jabeñerío de la exclamación “ ¡Arrebatuña”!; escrito más limpio, “a rebatuña”, y en castellano, “a rebatiña”. Con ello quiero también rememorar una costumbre mu nuestra en la ceremonia de las bodas antiguas.
Cuando los recién casados salían por la puerta de la iglesia, los niños -lejos de fijarnos en ellos- estábamos pendientes del padrino, porque en un momento dado se obraría un esplendoroso milagro. “ ¡Padrino, pelón!, ¡padrino, pelón!, ¡padrino pelón!”, le provocábamos hasta desgañitarnos.
Complacido y sonriente, aquel jabeño se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta y tronaba: ¡ARREBATUUUUÑA!, lanzando al aire al aire un puñado de perras tras de otro, que como una dorada lluvia anegaban de dinero los aledaños de la iglesia. Aquello era el acabose: todos queríamos coger a la vez y de prisa el máximo de monedas posibles; y todo valía: pisotones de manos, aruñazos, arrempujones ….., el caso era atesorar un par de reales entre perras gordas y perras chicas, que así se llamaban las monedas de 10 y 5 céntimos de peseta: capital que en seguida se invertía preferentemente (1), jejeje, en los bancos infantiles de la city jabeña: “Yayá”, “Avellanita” o Paca “Evarista”.
(1), a fondo perdido.
Mu buenas noches a to el jabeñerío.
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No quisiera que se olvidara el jabeñerío de la exclamación “ ¡Arrebatuña”!; escrito más limpio, “a rebatuña”, y en castellano, “a rebatiña”. Con ello quiero también rememorar una costumbre mu nuestra en la ceremonia de las bodas antiguas.
Cuando los recién casados salían por la puerta de la iglesia, los niños -lejos de fijarnos en ellos- estábamos pendientes del padrino, porque en un momento dado se obraría un esplendoroso milagro. “ ¡Padrino, pelón!, ¡padrino, pelón!, ¡padrino pelón!”, le provocábamos hasta desgañitarnos.
Complacido y sonriente, aquel jabeño se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta y tronaba: ¡ARREBATUUUUÑA!, lanzando al aire al aire un puñado de perras tras de otro, que como una dorada lluvia anegaban de dinero los aledaños de la iglesia. Aquello era el acabose: todos queríamos coger a la vez y de prisa el máximo de monedas posibles; y todo valía: pisotones de manos, aruñazos, arrempujones ….., el caso era atesorar un par de reales entre perras gordas y perras chicas, que así se llamaban las monedas de 10 y 5 céntimos de peseta: capital que en seguida se invertía preferentemente (1), jejeje, en los bancos infantiles de la city jabeña: “Yayá”, “Avellanita” o Paca “Evarista”.
(1), a fondo perdido.
Mu buenas noches a to el jabeñerío.
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