UN GALLO JABEÑO,
Dicen que los gallos no tienen manos porque las gallinas no tienen tetas, pero con reflexión propia concluyo en que carecen dellas porque aborrecen la caricia, es por ello que el polvo de un gallo es de un apresuramiento y de una brevedad pasmosos.
Aunque mi amigo Waldo me llevó al campo para demostrarme con qué poco y qué sanamente puede vivir un hombre cuando ejerce de hortelano, desde que llegué a la huerta de “Ríchar”, lo que me llamó poderosamente latención, lo que me abstrajo, fue la estampa arrogante del gallo. Rey de una nidada de siete u ocho gallinas, más sumisas que promiscuas, el gallo -majestuoso- parecía un general romano vestido con sus mejores galas. Con afilados y potentes espolones se paseaba altivo por al jaulón como subrayando la rígida jerarquía por él impuesta y, luego de ejercer violentamente de macho, agitando sus vigorosas alas, entonó un nítido kikirikí que me pareció un desafío para el que osara pisar su territorio, algo así como… “ ¡Ki-kiri-kí”!, el que tenga güevos que se meta aquí”.
Y en seguida, esto es acongojonante, se dispuso al segundo asalto: esta vez inició un arrumaco consistente en arrastrar su ala derecha por el suelo, intentando encandilar al objeto de su deseo: una hermosa gallina jabá. Enhebró unos voluptuosos pasos en un baile circular, y al momento -recobrando su vigorosa altivez- se encaramó en ella y la polveó en un santiamén mientras que la desplumaba parte del pescuezo.
Waldo seguía sumando los euros que se ahorraba “Richard”, y cualquiera, explotando una pequeña huerta; pero yo estaba expectante, clisaíto, pendiente de la estrategia que pondría en marcha nuestro gallo ahora que parecía inclinarse por una gallinita americana así de pequeña. En esta ocasión fue el engaño; se las valió con su cacareo para meter a todo el gallinero bajo el cobertizo que hacía de nidal y refugio nocturno, picoteó indiferente donde se acumulaban más granos de trigo y no permitió que saliera ninguna gallina hasta que lo hizo en soledad la americanita: fue asomar la cresta y violarla inmisericorde en menos que canta un gallo. Era su tercer asalto.
-Entonces, Leganés -me dijo mi amigo Waldito-, ¿cuántos euros crees tú que ahorra “Richard” al día con el asunto de la huerta?
-Unos veinte polvos –, le contesté totalmente despistado.
Observando la cresta rojísima de aquel gallo, las excrecencias de sus lóbulos bajo el robusto pico, el tono pardo de su pechuga, las azules y arqueadas plumas de su cola, sus recias patas grises, y las alas…., por dios, aquellas bellísimas alas doradas, lescuché otro kikirirí. Elegante, lleno de orgullo, tenso y victorioso, el jodío gallo tenía gana de más pelea.
(Las patatas de “Ríchar” están cumbre).
,
Dicen que los gallos no tienen manos porque las gallinas no tienen tetas, pero con reflexión propia concluyo en que carecen dellas porque aborrecen la caricia, es por ello que el polvo de un gallo es de un apresuramiento y de una brevedad pasmosos.
Aunque mi amigo Waldo me llevó al campo para demostrarme con qué poco y qué sanamente puede vivir un hombre cuando ejerce de hortelano, desde que llegué a la huerta de “Ríchar”, lo que me llamó poderosamente latención, lo que me abstrajo, fue la estampa arrogante del gallo. Rey de una nidada de siete u ocho gallinas, más sumisas que promiscuas, el gallo -majestuoso- parecía un general romano vestido con sus mejores galas. Con afilados y potentes espolones se paseaba altivo por al jaulón como subrayando la rígida jerarquía por él impuesta y, luego de ejercer violentamente de macho, agitando sus vigorosas alas, entonó un nítido kikirikí que me pareció un desafío para el que osara pisar su territorio, algo así como… “ ¡Ki-kiri-kí”!, el que tenga güevos que se meta aquí”.
Y en seguida, esto es acongojonante, se dispuso al segundo asalto: esta vez inició un arrumaco consistente en arrastrar su ala derecha por el suelo, intentando encandilar al objeto de su deseo: una hermosa gallina jabá. Enhebró unos voluptuosos pasos en un baile circular, y al momento -recobrando su vigorosa altivez- se encaramó en ella y la polveó en un santiamén mientras que la desplumaba parte del pescuezo.
Waldo seguía sumando los euros que se ahorraba “Richard”, y cualquiera, explotando una pequeña huerta; pero yo estaba expectante, clisaíto, pendiente de la estrategia que pondría en marcha nuestro gallo ahora que parecía inclinarse por una gallinita americana así de pequeña. En esta ocasión fue el engaño; se las valió con su cacareo para meter a todo el gallinero bajo el cobertizo que hacía de nidal y refugio nocturno, picoteó indiferente donde se acumulaban más granos de trigo y no permitió que saliera ninguna gallina hasta que lo hizo en soledad la americanita: fue asomar la cresta y violarla inmisericorde en menos que canta un gallo. Era su tercer asalto.
-Entonces, Leganés -me dijo mi amigo Waldito-, ¿cuántos euros crees tú que ahorra “Richard” al día con el asunto de la huerta?
-Unos veinte polvos –, le contesté totalmente despistado.
Observando la cresta rojísima de aquel gallo, las excrecencias de sus lóbulos bajo el robusto pico, el tono pardo de su pechuga, las azules y arqueadas plumas de su cola, sus recias patas grises, y las alas…., por dios, aquellas bellísimas alas doradas, lescuché otro kikirirí. Elegante, lleno de orgullo, tenso y victorioso, el jodío gallo tenía gana de más pelea.
(Las patatas de “Ríchar” están cumbre).
,