TODO MODO
El escritor siciliano Leonardo Sciascia escribió una novela esencial que fue publicada en 1974, “Todo modo”. Construida en clave de novela policíaca, la acción nos sitúa en una antigua ermita habilitada como hotel de lujo. En ella se dan cita un selecto grupo de jerarcas de la política, la industria y la iglesia italiana para sumirse en la meditación de unos ejercicios espirituales que San Ignacio de Loyola (fundador de los jesuitas) definió como “Todo modo para alcanzar la voluntad divina”, algo que puede ser entendido como “cualquier método es válido para hallar la salvación del individuo”. La paz del aislado y ascético lugar se rompe cuando los allí congregados comienzan a ser víctimas de una serie de asesinatos.
En realidad, lo que Sciascia desarrolla en su novela es una metáfora feroz y corrosiva sobre el poder y sus formas de corrupción. Haciendo uso de su habitual ironía, disecciona de manera quirúrgica el ambiente mafioso de las altas esferas del poder y sus habituales prácticas, de un modelo de gestión de lo público para beneficio de sus intereses privados, auxiliados por el erario y la influencia de los lobbys que utilizan el Estado como patrimonio prostituyendo así los principios de todo Estado de Derecho y generando un sistema de injusticia social. Es fácil adivinar que los dardos de su denuncia iban dirigidos contra la Democracia Cristiana, el partido que se convirtió en eje central de la política italiana en la mayor parte de la segunda mitad del pasado siglo hasta su descomposición en los años 90. Un poder omnímodo que el escritor, por su condición de político y siciliano conoce bien, y que sólo puede generar un océano de podredumbre.
Leí la novela cuando la publicó en España la Editorial Noguer allá por 1976, pero cuando se publicó en Italia todavía estaba vigente la terrible “Estrategia de la tensión”, expresión que se utilizó para definir una serie de atentados terroristas perpetrados por organizaciones paramilitares de extrema derecha instruidas y financiadas por la OTAN, la CIA y el MI6 británico. El objetivo era atribuir esos atentados a las Brigadas Rojas o a la extrema izquierda para provocar la alarma y el terror en la población deslegitimando así al Partido Comunista Italiano que en aquellos tiempos tenía posibilidades reales de convertirse en la primera fuerza política.
Aunque en España esa estrategia de la tensión sólo se llegó a concretar con la aparición de grupos terroristas surgidos de las cloacas del Estado (el GAL, el Batallón Vasco Español, la Triple A) como infame respuesta a los pavorosos atentados de ETA, el GRAPO y el FRAP, siempre hemos sido especialmente taimados para realizar otro tipo de estrategia con resultados provechosos para quien la ejecuta, “la estrategia del miedo”, que no es sino otra forma de represión y de infundir el terror, una herramienta siniestra que, tirando del refranero, se puede definir como ¡que llega el lobo!, algo que puede resultar espeluznantemente eficaz cuando la oveja no es libre y se encuentra cercada dentro de los límites de la empalizada. Al inicio de nuestra Transición yo era un niño, pero recuerdo bien cómo se difundía esa estrategia para alertar a la sociedad del peligro que podía constituir el Partido Comunista y las fuerzas sindicales. También el PSOE, con el cerebro gris de Alfonso Guerra a la sombra, estimuló el miedo azuzando en un vídeo el dóberman de Aznar. Hoy, su sucesor nombrado a dedo, Rajoy, se apunta a esa estrategia acusando a Pedro Sánchez de poner en riesgo la estabilidad y la recuperación económica con sus pactos. Y, con garra y fe ciega, a ello están dedicados los vendedores de tinieblas de sus terminales mediáticas desde hace semanas.
Alguien nos convenció un día de que un abogado es más importante que un albañil y todo se fue el carajo. Mi rostro denota hoy un gesto socarrón viendo a todos esos jerarcas ceder sus sillones a trabajadores artesanos, artistas, okupas o miembros de movimientos vecinales. La victoria pírrica del PP en las pasadas elecciones municipales y autonómicas ha dejado a este partido con muy poco poder territorial despojándole de muchos privilegios. Su “estrategia del miedo” es un sonoro fracaso porque hoy la gente vota más con el corazón que con la cabeza, algo que nunca entendieron sus tecnócratas y burócratas profesionales, y el miedo es sólo una expresión más de la angustia existencial del individuo en un mundo alienante y falta de referentes. Los dos partidos mayoritarios, que están viendo reducidas sus fuerzas hasta extremos alarmantes, tendrían que reflexionar sobre el tipo de sociedad que estamos creando. Pero me temo que de la pasión vivida en estas fechas nadie aprenderá la lección de que el poder en sí es una forma de corrupción que lleva consigo la metástasis del sistema, que tiene su origen en lo más sombrío del alma humana, en nuestra desmedida avaricia y faraónica personalidad. Si el religioso guipuzcoano pensaba que todo modo es válido para llegar a Dios, alguien erróneamente puede llegar a pensar que todo modo es válido para ostentar el poder. Aunque España es un país más heavy que una lluvia de hachas, no habrá saqueos ni se quemarán iglesias ni habrá violaciones masivas de monjas ni rodarán las cabezas por las avenidas ni se fusilará a nadie al amanecer. Déjennos soñar, suspiremos por una sociedad decorosa y una conciencia crítica que pueda redimirnos de tanta humillación.
El escritor siciliano Leonardo Sciascia escribió una novela esencial que fue publicada en 1974, “Todo modo”. Construida en clave de novela policíaca, la acción nos sitúa en una antigua ermita habilitada como hotel de lujo. En ella se dan cita un selecto grupo de jerarcas de la política, la industria y la iglesia italiana para sumirse en la meditación de unos ejercicios espirituales que San Ignacio de Loyola (fundador de los jesuitas) definió como “Todo modo para alcanzar la voluntad divina”, algo que puede ser entendido como “cualquier método es válido para hallar la salvación del individuo”. La paz del aislado y ascético lugar se rompe cuando los allí congregados comienzan a ser víctimas de una serie de asesinatos.
En realidad, lo que Sciascia desarrolla en su novela es una metáfora feroz y corrosiva sobre el poder y sus formas de corrupción. Haciendo uso de su habitual ironía, disecciona de manera quirúrgica el ambiente mafioso de las altas esferas del poder y sus habituales prácticas, de un modelo de gestión de lo público para beneficio de sus intereses privados, auxiliados por el erario y la influencia de los lobbys que utilizan el Estado como patrimonio prostituyendo así los principios de todo Estado de Derecho y generando un sistema de injusticia social. Es fácil adivinar que los dardos de su denuncia iban dirigidos contra la Democracia Cristiana, el partido que se convirtió en eje central de la política italiana en la mayor parte de la segunda mitad del pasado siglo hasta su descomposición en los años 90. Un poder omnímodo que el escritor, por su condición de político y siciliano conoce bien, y que sólo puede generar un océano de podredumbre.
Leí la novela cuando la publicó en España la Editorial Noguer allá por 1976, pero cuando se publicó en Italia todavía estaba vigente la terrible “Estrategia de la tensión”, expresión que se utilizó para definir una serie de atentados terroristas perpetrados por organizaciones paramilitares de extrema derecha instruidas y financiadas por la OTAN, la CIA y el MI6 británico. El objetivo era atribuir esos atentados a las Brigadas Rojas o a la extrema izquierda para provocar la alarma y el terror en la población deslegitimando así al Partido Comunista Italiano que en aquellos tiempos tenía posibilidades reales de convertirse en la primera fuerza política.
Aunque en España esa estrategia de la tensión sólo se llegó a concretar con la aparición de grupos terroristas surgidos de las cloacas del Estado (el GAL, el Batallón Vasco Español, la Triple A) como infame respuesta a los pavorosos atentados de ETA, el GRAPO y el FRAP, siempre hemos sido especialmente taimados para realizar otro tipo de estrategia con resultados provechosos para quien la ejecuta, “la estrategia del miedo”, que no es sino otra forma de represión y de infundir el terror, una herramienta siniestra que, tirando del refranero, se puede definir como ¡que llega el lobo!, algo que puede resultar espeluznantemente eficaz cuando la oveja no es libre y se encuentra cercada dentro de los límites de la empalizada. Al inicio de nuestra Transición yo era un niño, pero recuerdo bien cómo se difundía esa estrategia para alertar a la sociedad del peligro que podía constituir el Partido Comunista y las fuerzas sindicales. También el PSOE, con el cerebro gris de Alfonso Guerra a la sombra, estimuló el miedo azuzando en un vídeo el dóberman de Aznar. Hoy, su sucesor nombrado a dedo, Rajoy, se apunta a esa estrategia acusando a Pedro Sánchez de poner en riesgo la estabilidad y la recuperación económica con sus pactos. Y, con garra y fe ciega, a ello están dedicados los vendedores de tinieblas de sus terminales mediáticas desde hace semanas.
Alguien nos convenció un día de que un abogado es más importante que un albañil y todo se fue el carajo. Mi rostro denota hoy un gesto socarrón viendo a todos esos jerarcas ceder sus sillones a trabajadores artesanos, artistas, okupas o miembros de movimientos vecinales. La victoria pírrica del PP en las pasadas elecciones municipales y autonómicas ha dejado a este partido con muy poco poder territorial despojándole de muchos privilegios. Su “estrategia del miedo” es un sonoro fracaso porque hoy la gente vota más con el corazón que con la cabeza, algo que nunca entendieron sus tecnócratas y burócratas profesionales, y el miedo es sólo una expresión más de la angustia existencial del individuo en un mundo alienante y falta de referentes. Los dos partidos mayoritarios, que están viendo reducidas sus fuerzas hasta extremos alarmantes, tendrían que reflexionar sobre el tipo de sociedad que estamos creando. Pero me temo que de la pasión vivida en estas fechas nadie aprenderá la lección de que el poder en sí es una forma de corrupción que lleva consigo la metástasis del sistema, que tiene su origen en lo más sombrío del alma humana, en nuestra desmedida avaricia y faraónica personalidad. Si el religioso guipuzcoano pensaba que todo modo es válido para llegar a Dios, alguien erróneamente puede llegar a pensar que todo modo es válido para ostentar el poder. Aunque España es un país más heavy que una lluvia de hachas, no habrá saqueos ni se quemarán iglesias ni habrá violaciones masivas de monjas ni rodarán las cabezas por las avenidas ni se fusilará a nadie al amanecer. Déjennos soñar, suspiremos por una sociedad decorosa y una conciencia crítica que pueda redimirnos de tanta humillación.