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Cuando las cortinas ondean para Magacela -que es el amanecer- es que sopla “el gallego” y da gusto sentarse al fresco por la tarde; pero si las mismas cortinas tienden a volar hacia Don Benito, ¡agárrate!, que manda “el solano”: son los aires saharianos que soplan ardientes desde África; cuando esto pasaba en aquellos veranos inmisericordes, la calor sextendía por toda la noche y el jabeñerío sudando a raudales se sobaba la piel hasta sacarse pollillos. Hoy domingo puede ser un día desos.
Mucho antes de que se inventara el hielo y la máquina de hacer frío, cuando éramos así de chiquininos, recuerdo que los mayores combatían la calorina bajo los cañizos de las casas, quietos y acezantes como pájaros cansados, quejándose con ayes y jondos suspiros y bebiendo agua fresca del barril o chorreándosela desde la nuez a la verija. El que tenía pozo, tenía un tesoro: y más de una calderilla de agua se vertía en la cabeza.
Hubieron de pasar todos los años cincuenta para que apareciera la POPI, la que ofició el milagro de traernos el agua hasta aquellos doce grifos que nos disputábamos los mil quinientos jabeños dentonces. Muchas veces “se iba el agua”, como la luz, sin previo aviso y cuando más falta hacía: no sé de dónde sacábamos tanta resignación para soportar tanto padecimiento, y entonces yo aprendí para siempre que a este pueblo lo puede gobernar cualquiera, tal es su mansedumbre: en La Jaba, que hubo días quince de agosto sin agua, ¡ya bien avanzados los años ochenta!, no se movía ni dios.
Nada, solo quería decir que hoy, cuando oigo a alguien quejarse del calor, no puedo por menos que sonreírme y acordarme de una persona mu entrañable, de “Pajarito”: aquel hombre que, sobre la marcha -ya inventada la barra de nieve- se trillaba las calles del pueblo (cuando entresiesta amedrentaban los casasebos) y por dos perras gordas te fabricaba un polo de limón o de naranja que acababa con el verano en un santiamén.
Que recibáis con ánimo el caluroso día que ya se alumbra,
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Mucho antes de que se inventara el hielo y la máquina de hacer frío, cuando éramos así de chiquininos, recuerdo que los mayores combatían la calorina bajo los cañizos de las casas, quietos y acezantes como pájaros cansados, quejándose con ayes y jondos suspiros y bebiendo agua fresca del barril o chorreándosela desde la nuez a la verija. El que tenía pozo, tenía un tesoro: y más de una calderilla de agua se vertía en la cabeza.
Hubieron de pasar todos los años cincuenta para que apareciera la POPI, la que ofició el milagro de traernos el agua hasta aquellos doce grifos que nos disputábamos los mil quinientos jabeños dentonces. Muchas veces “se iba el agua”, como la luz, sin previo aviso y cuando más falta hacía: no sé de dónde sacábamos tanta resignación para soportar tanto padecimiento, y entonces yo aprendí para siempre que a este pueblo lo puede gobernar cualquiera, tal es su mansedumbre: en La Jaba, que hubo días quince de agosto sin agua, ¡ya bien avanzados los años ochenta!, no se movía ni dios.
Nada, solo quería decir que hoy, cuando oigo a alguien quejarse del calor, no puedo por menos que sonreírme y acordarme de una persona mu entrañable, de “Pajarito”: aquel hombre que, sobre la marcha -ya inventada la barra de nieve- se trillaba las calles del pueblo (cuando entresiesta amedrentaban los casasebos) y por dos perras gordas te fabricaba un polo de limón o de naranja que acababa con el verano en un santiamén.
Que recibáis con ánimo el caluroso día que ya se alumbra,
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