LA MUGRE Y LA FURIA
“Querido Claudio. He conocido listos que se fingían tontos y tontos que se fingían listos, pero eres el primer caso que he visto de un tonto que se finge tonto. Te convertirás en un dios.”
Yo, Claudio (Robert Graves)
Si hay una peculiaridad inherente en todos los déspotas es su capacidad para mantener imperturbable el discurso del miedo así pasen los siglos. El “yo o el caos” que sin ningún pudor utiliza Rajoy parece ser la única estrategia viable para hacer frente a las próximas elecciones generales, tras comprobar cómo la euforia de la recuperación económica se ha demostrado poco permeable en los recientes comicios municipales. La gente ha entendido que en caso de que se produzca tal mejoría no será un mérito atribuible al gobierno sino la consecuencia del brutal estrangulamiento de las economías familiares, de las podas drásticas en sus salarios y servicios sociales, de un calvario de privaciones y renuncias mientras ellos seguían disfrutando de las mismas ventajas y prebendas. Ante la disyuntiva y el manido esquematismo del falaz y ancestral planteamiento, cualquier persona inteligente debería elegir el caos. Comprobado ya que ese recurso simplista sólo lo utilizan los gobernantes para intentar perpetuarse en el poder, ha llegado la hora de pensar si en ese magma de lo impredecible será posible difuminar las coordenadas que separan a los ricos de los pobres, a los explotadores de los esclavos, a los héroes de los mártires, a los verdugos de la víctimas, a la decencia de la ignominia. Porque si es así, todos los parias de esta sociedad sin brújula deberíamos sumergirnos en las aguas termales del desorden patológico para calmar el estrés, la rigidez artrítica y los calambres musculares que nos impiden avanzar para entregar el testigo del espantajo del miedo al otro bando.
El viscoso y trillado discurso esgrimido por Rajoy, que se cree un gran estadista pero sólo es un frío ejecutor de las caprichosas variables de la Unión Europea, es en esencia mucho más populista que todo el argumentario de esos populismos que según él vaticina echarán abajo el sombrajo de su “estado del bienestar”. El presidente del gobierno teme que la implosión de la democracia representativa, que surca su fase más apasionante, lamine los privilegios y los oropeles de unos políticos adosados como sanguijuelas al sistema y el dorado manantial del erario público. Tal y como se están produciendo los acontecimientos y pase lo que pase esos populismos ya han ganado porque su revolucionaria irrupción ha servido para abrir los ojos de la gente y enseñarles las sucias enaguas de un gobierno títere de Europa, que entrega a Rajoy y demás peones una cartilla de deberes en donde se hallan escritas las líneas maestras del más voraz capitalismo. Preceptos que su alumno más aventajado cumple a rajatabla para obtener la matrícula de honor a costa de arrojar a las clases medias y humildes de su país al despeñadero de la indigencia, y que tiene como premisa el cuidar bien del rumbo inalterable de esta ruina para que el distinguido estatus del que gozan dure toda la vida.
Hoy el pueblo español se siente con energía y está dispuesto a besar cualquier blanca y fría calavera si ese acto simbólico sirve para poner fin a una etapa de dificultades y humillaciones extremas. Los vendedores de tinieblas lo tienen ahora más difícil que nunca porque nos han colocado en un cisma en donde ya sólo podemos perder los harapos. De tanto cavar la zanja de las desigualdades con su siniestro decálogo de leyes retrógradas, infames políticas fiscales y recortes, han generado una musculosa legión que sin necesidad de recurrir a las horcas, hoces y guadañas están dispuestas a desalojarlos del poder para que expíen su largo historial de desmanes y tropelías. Al parecer, una papeleta y una urna serán suficientes para que los idus de otoño deplieguen sus mejores augurios. La eternidad un día será el premio para todos los que apliquen esa receta impidiendo así que se amplíe el campo de batalla en donde el dolor y las injusticias siempre las padecen los mismos, y que ahora sí, están dispuestos a gritar ¡basta!
Sólo un tonto que se finge tonto puede soñar con salir indemne después de cuatro años de latrocinio. Esperaban el “efecto Cameron” y se encontraron con las carracas de la mugre y la furia bañándose en sus lujosas y desbordantes piscinas modelo Infinity. Según ellos, chusma, una turba de perdedores aliadas para destripar el Estado de Derecho y desahuciarlos del poder. Pero resulta paradójico que un partido anegado en las más inmundas ciénagas de la corrupción, cobijo de nostálgicos e involucionistas y fundado por los supervivientes más ultramontanos del franquismo, se convierta en adalid de la regeneración política y acuse de extremistas a los partidos de la oposición por llegar a pactos que, nos gusten o no, son escrupulosamente democráticos. El gobierno, empeñado en convencernos de que España es la envidia del mundo occidental, interesadamente olvida que la devastación del paro ha disparado el consumo de pañuelos y ansiolíticos, que aquí se sobrevive con salarios que son limosnas, que el despojo físico y la desintegración moral está cercando a más de dos millones de familias con todos sus miembros parados que malviven en la más lamentable pobreza mientras muchos de sus cofrades más ilustres están condenados o imputados por crear redes de corrupción con el único fin de enriquecerse, evidencia que les hubiera obligado a dimitir en pleno en cualquier otro país con una democracia íntegra.
“Rajoy o la nada”, “el PP o el vacío”, y lo dice un hombre que ha tenido la desvergüenza de no cumplir ni uno solo de los puntos de su programa engañando a sus propios votantes, que pedía fortaleza al turbio ex tesorero de su partido, que ha creado una ley de hierro que hace de la libertad una ficción jurídica y al que condenarán los inhumanos sacrificios de un pueblo obligado a vivir un lamentable retorno al pasado, un incesante ir para atrás como los cangrejos en donde sólo falta, como adorno patético, una orla con el llavero de Naranjito en las llaves del Simca 1200.
“Querido Claudio. He conocido listos que se fingían tontos y tontos que se fingían listos, pero eres el primer caso que he visto de un tonto que se finge tonto. Te convertirás en un dios.”
Yo, Claudio (Robert Graves)
Si hay una peculiaridad inherente en todos los déspotas es su capacidad para mantener imperturbable el discurso del miedo así pasen los siglos. El “yo o el caos” que sin ningún pudor utiliza Rajoy parece ser la única estrategia viable para hacer frente a las próximas elecciones generales, tras comprobar cómo la euforia de la recuperación económica se ha demostrado poco permeable en los recientes comicios municipales. La gente ha entendido que en caso de que se produzca tal mejoría no será un mérito atribuible al gobierno sino la consecuencia del brutal estrangulamiento de las economías familiares, de las podas drásticas en sus salarios y servicios sociales, de un calvario de privaciones y renuncias mientras ellos seguían disfrutando de las mismas ventajas y prebendas. Ante la disyuntiva y el manido esquematismo del falaz y ancestral planteamiento, cualquier persona inteligente debería elegir el caos. Comprobado ya que ese recurso simplista sólo lo utilizan los gobernantes para intentar perpetuarse en el poder, ha llegado la hora de pensar si en ese magma de lo impredecible será posible difuminar las coordenadas que separan a los ricos de los pobres, a los explotadores de los esclavos, a los héroes de los mártires, a los verdugos de la víctimas, a la decencia de la ignominia. Porque si es así, todos los parias de esta sociedad sin brújula deberíamos sumergirnos en las aguas termales del desorden patológico para calmar el estrés, la rigidez artrítica y los calambres musculares que nos impiden avanzar para entregar el testigo del espantajo del miedo al otro bando.
El viscoso y trillado discurso esgrimido por Rajoy, que se cree un gran estadista pero sólo es un frío ejecutor de las caprichosas variables de la Unión Europea, es en esencia mucho más populista que todo el argumentario de esos populismos que según él vaticina echarán abajo el sombrajo de su “estado del bienestar”. El presidente del gobierno teme que la implosión de la democracia representativa, que surca su fase más apasionante, lamine los privilegios y los oropeles de unos políticos adosados como sanguijuelas al sistema y el dorado manantial del erario público. Tal y como se están produciendo los acontecimientos y pase lo que pase esos populismos ya han ganado porque su revolucionaria irrupción ha servido para abrir los ojos de la gente y enseñarles las sucias enaguas de un gobierno títere de Europa, que entrega a Rajoy y demás peones una cartilla de deberes en donde se hallan escritas las líneas maestras del más voraz capitalismo. Preceptos que su alumno más aventajado cumple a rajatabla para obtener la matrícula de honor a costa de arrojar a las clases medias y humildes de su país al despeñadero de la indigencia, y que tiene como premisa el cuidar bien del rumbo inalterable de esta ruina para que el distinguido estatus del que gozan dure toda la vida.
Hoy el pueblo español se siente con energía y está dispuesto a besar cualquier blanca y fría calavera si ese acto simbólico sirve para poner fin a una etapa de dificultades y humillaciones extremas. Los vendedores de tinieblas lo tienen ahora más difícil que nunca porque nos han colocado en un cisma en donde ya sólo podemos perder los harapos. De tanto cavar la zanja de las desigualdades con su siniestro decálogo de leyes retrógradas, infames políticas fiscales y recortes, han generado una musculosa legión que sin necesidad de recurrir a las horcas, hoces y guadañas están dispuestas a desalojarlos del poder para que expíen su largo historial de desmanes y tropelías. Al parecer, una papeleta y una urna serán suficientes para que los idus de otoño deplieguen sus mejores augurios. La eternidad un día será el premio para todos los que apliquen esa receta impidiendo así que se amplíe el campo de batalla en donde el dolor y las injusticias siempre las padecen los mismos, y que ahora sí, están dispuestos a gritar ¡basta!
Sólo un tonto que se finge tonto puede soñar con salir indemne después de cuatro años de latrocinio. Esperaban el “efecto Cameron” y se encontraron con las carracas de la mugre y la furia bañándose en sus lujosas y desbordantes piscinas modelo Infinity. Según ellos, chusma, una turba de perdedores aliadas para destripar el Estado de Derecho y desahuciarlos del poder. Pero resulta paradójico que un partido anegado en las más inmundas ciénagas de la corrupción, cobijo de nostálgicos e involucionistas y fundado por los supervivientes más ultramontanos del franquismo, se convierta en adalid de la regeneración política y acuse de extremistas a los partidos de la oposición por llegar a pactos que, nos gusten o no, son escrupulosamente democráticos. El gobierno, empeñado en convencernos de que España es la envidia del mundo occidental, interesadamente olvida que la devastación del paro ha disparado el consumo de pañuelos y ansiolíticos, que aquí se sobrevive con salarios que son limosnas, que el despojo físico y la desintegración moral está cercando a más de dos millones de familias con todos sus miembros parados que malviven en la más lamentable pobreza mientras muchos de sus cofrades más ilustres están condenados o imputados por crear redes de corrupción con el único fin de enriquecerse, evidencia que les hubiera obligado a dimitir en pleno en cualquier otro país con una democracia íntegra.
“Rajoy o la nada”, “el PP o el vacío”, y lo dice un hombre que ha tenido la desvergüenza de no cumplir ni uno solo de los puntos de su programa engañando a sus propios votantes, que pedía fortaleza al turbio ex tesorero de su partido, que ha creado una ley de hierro que hace de la libertad una ficción jurídica y al que condenarán los inhumanos sacrificios de un pueblo obligado a vivir un lamentable retorno al pasado, un incesante ir para atrás como los cangrejos en donde sólo falta, como adorno patético, una orla con el llavero de Naranjito en las llaves del Simca 1200.